29 de diciembre de 2006

Solas (y solos)

Puede que sea la fiebre del nuevo milenio y de la sociedad moderna, producto de la emancipación de la mujer, de un cambio de concepto de la pareja y de la familia o de todo esto a la vez, lo cierto es que los hogares unipersonales siguen creciendo, engordando las estadísticas y el fenómeno de los singles ha dejado de ser algo minoritario para convertirse en algo cada vez máss frecuente, en eso también terminamos equiparándonos a Europa. En breve, quisiera pensar que en menos de un mes, la estadística crecerá conmigo. Es verdad que en mi entorno poco a poco van cayendo uno tras otro muchos de mis amigos, y es que la edad no perdona y a las bodas le siguen ahora los embarazos, sin embargo quedan todaví­a (o quedamos) muchos rezagados, solitarios por vocación o por necesidad. Puede que las cosas sean distintas para mí­ desde hace seis meses aunque la distancia me obliga y me permite mantener mis hábitos de soltero recalcitrante. Disfruto de lo mejor de los dos mundos, la compañía, complicidad y el apoyo de un compañero sin perder demasiados espacios de libertad. Sigo haciendo mi vida como hasta ahora con las consabidas limitaciones, soy de los creen en la fidelidad, en eso soy demasiado clásico aunque también en ocasiones, cada vez más, echo de menos su compañí­a y me gustaría tenerle más cerca. De todos modos no canto victoria, la vida me ha enseñado que es mejor vivir el presente porque nadie sabe lo que nos deparará el futuro. He vivido demasiado tiempo en una permanente montaña rusa emocional como para olvidarlo tan fácilmente. Por eso me sorprende gratamente la aparente tranquilidad de los últimos meses. Echando la vista atrás creo no obstante que he sido capaz de disfrutar de la solterí­a, puede que a veces la soledad haya pesado demasiado pero jamás me han deprimido las bodas, ni me sentido una ví­ctima en esto del amor aunque la suerte no me haya acompañado en demasiadas ocasiones. He aprendido a viajar solo y me he acostumbrado a hacer lo que me vení­a en gana sin pedir permiso a nadie y sin responder de mis actos. Sé que esto tiene su peligro, que acostumbrarte a la libertad puede hacer más difí­cil el compromiso pero cuando lo pones todo en una balanza y esta se inclina favorablemente hacia la vida en pareja, cuando merece la pena el sacrificio que eso supone todo viene rodado. Sin embargo tengo amigas (es más frecuente entre las chicas) mucho más abatidas por las circunstancias que les he tocado vivir. Supongo que la presión social les afecta más a ellas, que sus familias insisten en preguntar y saber cuando se casan o al menos formalizan una relación seria, que todaví­a hay demasiada gente que no entiende otro modelo de vida distinto al matrimonio y que perciben a las mujeres que no han tenido hijos como mujeres castradas por no haber sabido o podido desarrollar su faceta de madres mientras el reloj biológico suena, mucho más fuerte a medida que pasan los años, y lo hace más rápido que con nosotros. Y les cuesta encontrar alguien que merezca la pena, sé que no es fácil tampoco. Hartas de tontear sin sentido se vuelven más exigentes con los años. Se han habituado a un modo de vida que sólo están dispuestas a sacrificar por algo que realmente merezca la pena. Huelo su miedo, desencantadas del sexo masculino les cuesta volver a confiar, han sufrido alguna ruptura dolorosa y eso no es algo que se olvide tan fácilmente. No siento lástima por ellas, son fuertes, interesantes, divertidas, hermosas y con mucho que aportar, simplemente han tenido mala suerte, puede que hayan tirado quizás la toalla demasiado pronto y aunque sepan reí­rse de su desgracia y poner a la adversidad buena cara necesitan volver a creer en sí­ mismas para poder confiar en un futuro que no tiene porque ser tan adverso como el pasado y asir la vida con fuerza. Ese podrí­a ser un objetivo retador para este año 2007 que empieza ya en unos dí­as

21 de diciembre de 2006

Sequía

No es mi idea hablar de la escasez de lluvias que periódicamente sufre este país, las últimas lluvias han paliado parcialmente el problema sino de la ausencia de inspiración, la escasez de ideas que exponer en este espacio en el que hubo un momento en el que escribía hasta tres entradas mensuales. Supongo que muchos de los temas los llevaba ya muy masticados y digeridos antes de ponerme a escribir, la fluidez con los que aparecieron en la pantalla incluso a mi me sorprendieron y que sólo faltaba encontrar un espacio donde darle forma. Otros surgieron como fruto de un sinfín de acontecimientos, de un 2006 lleno de vivencias y detalles. Sin embargo últimamente ya no encuentro nada de lo que hablar, me cuesta encontrar inspiración, quizás porque estoy en una de las etapas más tranquilas de mi vida, se nota, he ganado algo de peso (y falta todavía el núcleo duro de las fiestas navideñas), que no me agobian los problemas como hace no tantos meses. Tampoco diría que soy feliz, la felicidad tiene la peculiaridad de pasar desapercibida hasta que pasa y sólo cuando es demasiado tarde, sólo entonces recuerdas con nostalgia ese tiempo pasado que siempre parece mejor que el actual. Seguro que habrá tiempos peores en los que recordar este año 2006, de transición y de espera, con la melancolía con la que uno se enfrenta a los gratos momentos del pasado que lamentablemente nunca volverán. Al menos puedo decir que me enfrento tranquilo a la Navidad, a unas fiestas que serán muy distintas a las del 2005, entonces estaba demasiado tocado y afectado por una ruptura que era demasiado reciente y que todavía no había sido capaz de asimilar del todo. En mi fuero interno esperaba un mensaje navideño de reconciliación, es lo malo de la Navidad, que parece el momento propicio para hacer las paces, que nos sentimos obligados a dirigir nuestros actos con bondad, equidad y misericordia y a echar de menos a esas personas de las que Últimamente nos hemos distanciado. No pasó nada, lo temía y aún así me dolió. Podía haber sido yo el que hubiera dado el paso pero no me dejó mi orgullo, ese terrible y poderoso orgullo que aunque a veces logra evitar que haga el ridículo más espantoso en demasiadas ocasiones me bloquea. Es verdad que en esta ocasión no era yo el que tenía que dar el paso, no lo sentía así después de la última conversación mantenida entre ambos. Quise además que mi ausencia absoluta fuese el castigo por su falta de atenciones en los últimos momentos de la relación que nos unió, que me echase de menos y valorase la pérdida. Mucho he dudado desde entonces sin embargo de la efectividad de la medida. No sé si me ha echado de menos en todo este tiempo, ni siquiera una vez, cuanto le he echado yo en falta sin embargo. Ya no, es cierto, su recuerdo se me presenta como una nebulosa, un tiempo oscuro que parece más lejano de lo que en realidad es, más aún desde que abandoné ese barrio que tantos recuerdos suyos llevaba aparejados pero he de reconocer que si volviera a aparecer en mi vida no creo que me dejara indiferente. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, afortunadamente. Pese a la tranquilidad no puedo evitar hacer un símil y comparar mi vida, supongo que la de los demás es muy similar, a un autobús de línea en el que los pasajeros suben y bajan constantemente con cada nueva parada. Muy pocos son los que siguen desde las primeras estaciones, algunos sin embargo son viejos conocidos que despuÉs de haberse bajado vuelven a subir en otra estación una vez pasado el tiempo. Puede que la línea de este autobús sea de las concurridas, soy bastante sociable, es cierto, pero cuando se aproximan estas fechas no puedo evitar recordar aquellos pasajeros que se bajaron una vez y no han vuelto a subir al autobús. Siento que este año ha sido especialmente un año de pérdidas y que pese a algunas gratas adquisiciones echo en falta a muchos, que su ausencia en estos días de mensajes, buenos deseos y recuerdos me duele. Es lo que tiene la Navidad, un tiempo plagado de nostalgias, recuerdos y esperanzas. Brindaré por un año 2007 repleto de gratos reencuentros. Os lo deseo a todos, a los escasos lectores de este blog, a esos que pese a la falta de novedades todavÍa se conectan de vez en cuando para leer esas historias que cada vez más esporádicamente van surgiendo.

4 de diciembre de 2006

La joven de la perla

Nunca le había prestado demasiada atención, nunca Veermer fue uno de mis pintores favoritos aunque siempre me ha parecido un maestro en el empleo de la luz, esa luz vaporosa y fría del Norte de Europa que tan bien supo captar en todos sus cuadros. Pero pasé enfermo la tarde del sábado encerrado en casa, esperando encontrar algo que ver en la multitud de canales temáticos disponibles en la televisión de mi casa y me topé de bruces con “La joven de la perla, la película que narra las vicisitudes de una de las sirvientas en casa del artista, la que sirve de modelo al pintor en probablemente su cuadro más célebre y mientras veía la película intentaba hacer memoria, recordar como era ese cuadro pese a que creía haberlo visto más de mil veces. Sólo empecé a recordar detalles de esa imagen que había visto en tantos libros de arte en una de las Últimas escenas, esa en la que el artista se afana en adornar la belleza de la joven e inocente muchacha antes de posar para el cuadro, cuando le pide que se ponga un trozo de tela azul en la cabeza y le hace el agujero en la oreja para colgarle el pendiente, la perla que da nombre al cuadro y que consigue equilibrar la escasa luz del cuadro creando un nuevo foco de atención en el lienzo. Y le pide que manteniendo los hombros de perfil gire el cuello para mirarle directamente, para que la mirada sea más directa, para que no quepa duda de que nos está observando, impasible desde hace ya casi cinco siglos con ese misterio que sólo son capaces de transmitir algunas obras de arte escogidas. Su mirada me sobrecogió, me sobrecoge aÚn ahora porque dice mucho y no dice nada, a primera vista podría parecer forzada, la mirada de alguien que simplemente se gira porque algo o alguien reclama su atención pero si le dedicas algo de tiempo te das cuenta que hay algo más, que encierra un misterio de difícil solución, que te encantaría haberla conocido para saber algo más de la misteriosa joven, mezcla de inocencia, de coquetería libidinosa y de inquieta curiosidad por aprender y conocer algo más del mundo que le rodea. Y fue eso lo que me hizo darme cuenta de algo asÍ me gustaría encontrar para decorar la Única pared con la que prácticamente cuenta mi casa. Un icono que encierre un misterio sin resolver, guardián de mil respuestas y ninguna certeza. Una duda irresoluble que me haga como en este caso ponerme en la piel de una joven sirviente del siglo XVII para intentar descubrir sus sueños, sus anhelos y sus miserias, inmortalizados en un lienzo. Un enigma sin solución, un eterno problema con el que acostarme y levantarme todos los días, una compañera que me despierte todos los días con su mirada inquietante pese a que al final pase desapercibida como pasan aquellas cosas que de tanto verlas no vuelven a reclamar más tu atención. No creo que sea esta imagen lo que busco, siento que no es para mi pero me gustaría encontrar otro icono que transmita la misma inquietud que la misteriosa mirada de la joven de la perla, otro misterio sin resolver, la turbia intranquilidad que produce la desazón humana hecha lienzo. Se admiten sugerencias. Gracias

31 de octubre de 2006

Mi yo privado

Durante siglos ha funcionado del mismo modo, reprobado en la esfera de lo público era tolerado o simplemente ignorado cuando sucedía en privado, ajeno a la exposición pública, en lugares oscuros, en circuitos alejados de la gente de bien, en antros recónditos o en la nocturnidad de parques y jardines atestados de gente durante el día pero solitarios y sombríos cuando la noche los cubre con su negro manto. Chueca fue así al principio, antes de convertirse en lugar de peregrinación de fin de semana de muchos, incluso de algunos que no comulgan con la orientación mayoritaria de los que han convertido este pequeño barrio del centro de Madrid en su refugio. No hace tanto tiempo de eso, aÚn recuerdo cuando empecé en esto hace menos de diez años, temeroso y ansioso ante un mundo nuevo que surgía sigiloso antes mis ojos: los bares con mirilla en la puerta a los que había que llamar para entrar, la oscuridad de los escasos locales de entonces, el pequeño aforo, la sensación de clandestinidad, de estar haciendo algo prohibido, de ser un pionero... Nada que ver con la Chueca de hoy en día, con el exhibicionismo sin complejos del barrio, con sus locales de amplias cristaleras de doble sentido, buenas para ver la calle pero igual de idóneas para ser visto, con la diversidad de opciones, con los miles de locales atestados de gente.... Un barrio, para muchos un gueto, que se ha normalizado en ese Madrid que quiere despojarse de su imagen casposa de ciudad de provincias, conservadora y trasnochada con la que salió de una dictadura de cuarenta años. La marcha del orgullo ha hecho mucho para normalizar la situación, no hay de quÉ ocultarse, no hay nada de que avergonzarse, tomemos la calle dando la cara, demostrando quienes somos y de lo que nos sentimos orgullosos. Fue esa idea la que molestó a muchos, sabedores de que es una realidad que existía desde siempre pero que preferirían ignorar. Eso fue lo trasgresor, trascender la esfera de lo privado con una realidad que había estado oculta, reprimida y perseguida hasta entonces en la esfera de lo público. Mostrarlo al mundo sin tapujos ni complejos. Somos lo que somos, un grupo por otro lado nada uniforme, unido por una orientación determinada reivindicando un espacio público que nos había estado vetado. E invadimos las series de televisión, las películas; favorecidos por la orientación de muchos de los creadores de estos productos de masas. Por eso en muchas de estas creaciones uno de los personajes lo es, a veces bajo roles estereotipados, en ocasiones mostrando la pluralidad de una realidad tremendamente diversa como no deja de serlo la misma realidad humana. Sin embargo quedan muchos lugares públicos por conquistar y ni yo mismo me siento orgulloso cuando reconozco que esto es algo de lo que no hablo con mis compañeros de trabajo. Que tengo que aguantar sus conversaciones acerca de bodas, bautizos y comuniones mientras doy la imagen de ser solitario, soltero alérgico al compromiso, ególatra hedonista o ser vacío y superficial. Supongo que a estas alturas más de uno se lo sospecha, tampoco me oculto cuando salgo e incluso estando emparejado me he permitido algunas muestras de cariño en público pero no me gusta, no quiero sentirme el bicho raro y tener que aguantar las miradas y los cotilleos a mis espaldas de mis compañeros cuando me acerco a la máquina del café. Flaco favor porque en esta compañía somos más de dos y de tres en la misma situación, un pequeño grupo que se conoce, se ha visto en público en más de una situación comprometida y que calla dejando que todo siga su curso. He visto a otros en otras compañías con más coraje y aunque no pueda establecer una causa efecto tampoco veo que su progresión profesional haya sido la esperada o al menos la que yo desearía. Puede que el mundo en el que me mueva, las altas esferas del poder económico español, demasiado plagadas de miembros de conservadoras congregaciones religiosas no sea el mejor lugar para salir del armario, que esto no es el negocio de la moda ni del arte, célebres por tolerar este tipo de cosas. Puede que en realidad tampoco les importe tanto mientras sigas haciendo tu trabajo, mientras sigas siendo uno de los engranajes que permite que siga rodando la máquina de hacer dinero y que la cuenta de resultados siga dando apetecibles y suculentos beneficios pero estoy seguro que prefieren que me mueva con discreción y que no dé de qué hablar. Alguien me dijo una vez que Él no tenía porque decirlo, que a nadie le interesaba saber con quién se acuesta cada uno. Sin embargo no veo que a un heterosexual le importe hablar de su novia o de su esposa con la que suponemos tambiÉn se acuesta y seguro pocas son las mentes calenturientas que se imaginaran la escena de pasión entre los dos amantes. Y así seguimos, invisibles para muchos que siguen ignorando una realidad más extendida de lo que ellos creen. Cada día más viejos y sin nada que contar mientras los demás van quemando las etapas, esas que en la vida siguen la mayoría: noviazgo, boda e hijos. Sé que no todos lo hacen, que hay otros mil modelos válidos de vida pero siento que este modelo lo tengo vetado y la Única opción por ahora es mantenerlo en secreto como he hecho hasta ahora, que querer proyectarlo en mi vida pública va a exigirme mucho más que al resto, el coraje y la fuerza que espero encontrar algún día.

27 de septiembre de 2006

En la pasarela

Leí una nueva entrevista a Christopher Bailey en el número de octubre de GQ. Una más sobre el nuevo chico de moda en el negocio del lujo, el diseñador de la clásica firma británica Burberry. Uno de los artífices del nuevo rumbo de una firma hasta entonces anquilosada en un pasado brillante aunque demasiado abigarrado y tradicional para el cambiante mundo de la moda plagado de nuevos valores y gente joven. Savia nueva con la que alimentar y modernizar las clásicas firmas del pasado como Gucci o Dior y crear otras nuevas, más vanguardistas. Bailey es una pieza más del engranaje, fichado para dotar de modernidad a Burberry y recuperarla para el universo del lujo, para volver a hacer de la enseña del caballero un referente en el mundo de la moda, para volver a ser la generadora de tendencias que fue en el pasado sin olvidar la tradición de la firma representada por sus míticos cuadros y gabardinas ahora reformulada a través de las tendencias más vanguardistas, el uso de nuevos tejidos y los cortes más modernos. Su presencia mediática en España está más justificada, inaugura tienda propia en la milla de oro madrileña, la segunda o la tercera de España y asiste a la inauguración como invitado de lujo. Las fotografías oficiales muestran la imagen de un chico rubio típicamente británico y con cara de niño bueno a la que contribuye también su pose, incómoda, molesta como si los focos de la cámara no fueran consigo, como si las labores de relaciones públicas fuesen lo que más le molestase de este negocio y como si en el fondo donde se sintiese verdaderamente a gusto fuese en su taller, creando y diseñando las nuevas colecciones. Una imagen de individuo hermético, tímido aunque sus colaboradores le definan como un tipo afable y cordial con el que resulta difícil no sentirse a gusto trabajando. En general todas las entrevistas abordan Únicamente su faceta de diseñador, su trabajo al frente de la enseña y sus colecciones y parece que quisiera mantener su vida privada al margen. Sin embargo una de ellas revela un detalle que le hace más humano, lejos de la imagen fría y distante de los maniquís que pueblan las pasarelas. El que probablemente es el golpe más trágico de su corta vida, la muerte, hace apenas un año, víctima de una larga enfermedad del que fuera su novio durante casi 10 años. Desde entonces ha encontrado en la moda, su trabajo y su pasión, el refugio necesario en tiempos de adversidad, un remanso de paz en el que olvidar una historia triste y dolorosa que enfrenta aparentemente con una entereza admirable. Una larga relación que sorprende en el mundo frívolo y superficial de la moda. Su capacidad creativa, su fuerza y sobre todo la aparente distancia con la que logra mantenerse al margen de un entorno que me resulta demasiado obsceno y hedonista son dignos de admiración aunque Él mismo reconozca divertirse con las excentricidades del mundo del lujo. Un escaparate a precios imposibles, prostituido como pocos por el vil metal e inaccesible para la mayor parte de los mortales por mucho que se hable de la democratización del lujo pero que influye en toda la sociedad más allá de su capacidad para definir las nuevas tendencias de la moda y el diseño. La industria de la moda define hoy también los sueños, el ideal de vida y los cánones de belleza de muchos con la ayuda inestimable de unos medios de comunicación de masas y de su potente industria audiovisual, difusores de sus imágenes, transformadas en los nuevos iconos de una sociedad occidental desacralizada y sin más referentes que la belleza, el éxito y el dinero. Y precisamente oigo hablar de Bailey este año, el primero y quizÁs el Último en el que acudo a la Pasarela Cibeles de Madrid con la curiosidad de un primerizo en esto de modelos, desfiles y diseñadores, decidido a impregnarme de su supuesto glamour y conocer desde dentro la industria del lujo española, menos aparente que la francesa o la italiana pero igual de inaccesible y exclusiva que el resto. Salí de allí feliz después de una experiencia diferente y única, medio borracho, eso también, tras haber bebido un par de botellines de Moet Chandon pero harto de mantener una pose en la que no me siento cómodo, temeroso de meter la pata, de que los demás notasen que era un infiltrado, de no saber estar a la altura de un mundo que hasta entonces me había estado vetado. También la artificialidad del lujo llegó a molestarme. Necesitaba salir de allí para sentir que había algo más fuera de los muros de Cibeles, un mundo plagado también de miserias, dolor y fealdad pero más auténtico y no tan edulcorado como el que acababa de presenciar. Todo simulaba ser una gran mentira y aunque no debería sorprenderme, trabajo en marketing al fin y al cabo, me resultaba en cierto modo irritante y banal. Imagino que debe ser difícil mantenerse al margen y no caer en las redes de la frivolidad cuando has llegado a lo más alto en el mundo de la moda, seguir siendo un tipo accesible y amable cuando recibes los aplausos del público y el apoyo de los críticos y de los grandes gurús de la moda. Por eso me sorprende la actitud de Bailey. No le conozco, probablemente no le conoceré jamás y tampoco sé si se trata más de una falsa apariencia de modestia y sencillez que de algo real pero prefiero pensar que es un tipo salido de un barrio de clase media de Inglaterra sin grandes pretensiones, con un único sueño, el de poder dedicarse a un trabajo con el que se nota disfruta de veras y con el sabe expresarse como nadie ante el mundo. Prefiero imaginármelo asÍ a que pensar que se trata de alguien más orgulloso y sofisticado. Creer en definitiva que a Bailey todo esto lo queda algo grande, que sus sueños no llegaban tan lejos y se ha visto sorprendido por el éxito y la atención de los focos. En definitiva, un gran tipo al que admirar, alguien a quien la fama y el reconocimiento público no ha cambiado, un modelo a seguir para no olvidar quién soy, de dónde vengo y cuáles han sido siempre mis valores y mis referentes aunque el destino y la curiosidad me hayan llevado a moverme en otros círculos, a codearme con otro tipo de gente y a vivir experiencias que para muchos que como yo se han criado en un barrio de clase media de una ciudad de provincias resulten extrañas y lejanas.

25 de septiembre de 2006

El dolor de una sospecha

La semana pasada volví a escuchar la canción, llevaba tiempo tatareándola desde que hace más de un mes volví a ver la película en la que me cautivó. Estaba en el coche de una compañera del trabajo y la tenía puesta, le comenté que me gustaba y se ofreció a dejarme el CD. Todas las canciones de Damien Rice son lentas, pausadas, muy vocales, la que ya conocía, Blower’s Daughter acompaña el final de "Closer". La película es una adaptación de una aclamada obra de teatro y por eso a veces da la sensación de que los escenarios sobran porque lo realmente importante son las relaciones que establecen sus cuatro protagonistas, una trama personal llena de engaños, reproches y orgullos destrozados, esencialmente masculinos, en un guión condensado y de una profundidad sorprendente para una producción de Hollywood con pretensiones comerciales. Closer aborda desde una perspectiva madura e inquietante los problemas de pareja, los celos, las dudas y las pasiones de dos hombres y dos mujeres que entrecruzan sus vidas a través de un diálogo muy cuidado aunque a veces resulte Áspero, duro y sombrío. Quizás sea eso lo que le dé realismo a la obra, no hay tapujos, el deseo y la lujuria por un lado y el dolor, el odio y la rabia del que se siente engañado aparecen retratados de una manera brutal. Y viéndola como espectador sentí que no era posible mantenerse al margen de una historia universal, de las dudas y los temores de unos personajes en los que era difícil no sentirse reflejado. Sin embargo sentí que la actitud de los personajes masculinos cuando se saben engañados, sus ansias por conocer todos los detalles de esa infidelidad, los más escabrosos y duros, era una actitud estéril y dañina. Porque escuchar de los labios de las mujeres cómo, cuando y dónde de sus relaciones adúlteras no sirve para intentar entender el porqué y sólo trae consigo más dolor y acaba generando más odio. Yo también tengo fama de curioso, de cotilla incluso, en cierto modo no podía haber escogido mejor mi trabajo porque me pagan por indagar, descubrir que hay detrás del comportamiento de los individuos cuando compran, cuando deciden una marca o valoran una campaña publicitaria. Sin embargo hay cosas que he preferido o que no me he atrevido a preguntar porque sólo imaginar la respuesta, la más terrible, la que sospechas como verdadera siento como ardo por dentro de rabia y como se me contrae el estómago. Y es que imagino que una vez que tienes la confirmación de lo que hasta entonces no era más que una sospecha, una vez escuchas la sentencia condenatoria no hay manera de volver atrás, a partir de ese momento toca aprender a vivir sabiendo que te han sido infiel al menos una vez. Una sola frase basta para que la confianza en el otro se evapore, la mayor parte de las veces irremediablemente y lo que es peor, para que también desaparezca la confianza en uno mismo, la seguridad de que uno es lo suficientemente bueno como para retener a ese al que quieres a tu lado, lejos de las tentaciones de un mundo plagado de ellas y ajeno a esa búsqueda que en realidad no se detiene jamás, a esos ojos escrutadores que buscan lo que desean y desean lo que ven. He visto a muchas personas sentir la inseguridad en sus carnes, a individuos excepcionales y seres maravillosos dudar de su capacidad para sentirse a la altura de los demás por culpa de una infidelidad demasiado dolorosa, de un engaño que nunca han podido o sabido curar del todo. Por eso en aquellas ocasiones en las que he tenido dudas he preferido no indagar demasiado, para no herirme innecesariamente he optado por mirar a otro lado si sólo había leves sospechas más propias de los celos que de la existencia de evidencias muy claras. Sólo una vez consulté los mensajes de un móvil que no era mío devorado por las dudas y las sospechas para leer en una bandeja de entrada plagada de mensajes un par de ellos que casi me destrozan, propuestas ilícitas a alguien que entonces significaba demasiado en mi vida. No quise leer sus respuestas en la bandeja de salida, no quise o no pude, preferí confiar y creer que eran propuestas que había rechazado y nunca se lo dije, culpable de haber leído algo que no me pertenecía, de haberme inmiscuido en una parcela de su intimidad, de haber sospechado y dudado de su palabra. Esa duda me ha perseguido desde entonces pese a que ya forma parte de un pasado lejano y sin ninguna continuidad en el presente. Pese a todo creo que el pasado pasa factura en mi vida actual en forma de celos absurdos y de reproches a quien no se lo merece. Ayer recordé como me decías que lo que menos te gustaba de mi era que no tenía la seguridad de gustar a los demás, de ser lo suficientemente bueno. No había sido consciente de eso pero quizás necesite volver a creer en mí mismo antes de poder confiar en ti, quizás debería poner orden en mí mismo antes de enfrentarme a un proyecto que nos pertenece a ambos o tal vez puedas ser el bálsamo que necesite para curar las heridas de un pasado que no ha cicatrizado del todo. Puede que sea pedirte demasiado, hay cosas a las que uno debería tener que enfrentarse a solas antes de correr el riesgo de dar un paso en falso. Quizás sea demasiado tarde y vamos a tener que sufrirlo junto.

7 de septiembre de 2006

Siempre nos quedará Parí­s

Resulta curioso que tu nombre latino, Lutetia, signifique "residencia en medio del agua" aunque la majestuosidad del Sena no pasa desapercibido a nadie que te visite y hoy no se entendería París sin el suave abrazo con el que rodea a Notre Dame o sin el leve susurro con el que transita al lado de la torre Eiffel. Al revés que Madrid que creció y se desarrolló a espaldas de un río al que nunca se ha sentido especialmente unido, la ciudad París surgió en medio del Sena y sigue íntimamente unida a Él, a sus puentes, a sus muelles y a los barcos que lo transitan a diario lleno de turistas llegados de medio mundo. Y fue en medio de este río, en la pequeña Île de la Cité donde se asentaron sus primero pobladores, un entorno que imagino hostil en sus inicios, incómodo, oscuro, húmedo y lleno de barro, ahí nació el rutilante París. Mucho ha cambiado desde entonces la ciudad de la luz, mucho ha hecho el tesón de sus habitantes por domesticar a su compañero inseparable, por encajar el río entre grandes paredes de piedra, decorado de excepción de una ciudad de ensueño, escaparate para el mundo de la "grandeur" del imperio francés hoy ya venido a menos en este entorno globalizado y el lugar elegido por todos los presidentes de la 5ª República francesa para pasar a la historia y dejar una huella imborrable, nuevos iconos que sumar a todos los que jalonan esta ciudad repleta de historia y de monumentos. No era la primera vez que la visitaba, somos ya viejos conocidos, me he pateado sus calles muchas veces aunque siempre descubro nuevos rincones, lugares mágicos que no conocía y que muchas veces ni siquiera salen en los mapas. Eso es lo que me gusta de ella, ese aire misterioso oculto bajo su disfraz de vieja dama burguesa, esa sensación de que nunca la llegas a conocer del todo, que siempre te sorprende con coquetas terrazas en las que el tiempo parece no haber pasado, lugares donde tomar un café mientras lees o te entretienes viendo a la gente pasar ajena a la curiosidad de tu mirada. O esas diminutas plazas llenas de encanto, espacios ajenos a los circuitos turísticos pero que en lugares menos cargados de historia y de monumentos serían dignas de aparecer en los mapas como visitas inexcusables. Por eso me gusta dejarme llevar por mi instinto para recorrer sus callejuelas, muchas han sido las veces que lo hecho solo, también en esta ocasión hubo tiempo para perderme, para reencontrarme a solas con la ciudad. Lo diferente esta vez vino de tu mano. Gracias a ti pude ver el lado más pasional y romántico de la ciudad que tanto se me resistía, el más reconocido por todos cuando hablan de ella como la ciudad del amor. Como en la película "Antes del Anochecer" París se convirtió en un decorado grandioso en el que no paramos de hablar, disfrutamos como niños y nos fuimos conociendo un poco mÁs. Descubrí tu lado más tierno, sensible y educado, ese que ocultas bajo tu disfraz de payaso irredento, en eso te pareces demasiado a mi. Costó separarse, costó decir adiós aunque en realidad se tratase de un hasta luego despuÉs de tres días llenos de conversaciones, de risas y de largos paseos por el Sena. Contigo siento que puedo ser yo mismo, que nadie me juzga continuamente, que no tengo la sensación de defraudarte cuando me dejo llevar por la espontaneidad, que no necesito calcular cada paso que doy, contigo me siento relajado, feliz. "Siempre nos quedará París" te decía como consuelo cuando tuvimos que posponer algunos de los planes previstos para este verano. Y siempre nos quedará como recuerdo de un increíble fin de semana que ha unido irremediablemente esta ciudad contigo en mi memoria. Entraste en mi vida del mismo modo que el Sena atraviesa París, de un modo pausado y tranquilo pero poco a poco siento que como París hay una parte importante de mí que no se explica o no se entiende sin ese compañero discreto y mudo que se cruza a cada paso con todo aquel que recorre la ciudad. Sólo el tiempo dirá si has venido a quedarte para siempre, testigo silencioso de mi vida como el Sena lo ha sido de París durante siglos.

17 de agosto de 2006

Hijo pródigo

Como en una especie de moviola o máquina del tiempo he retrocedido dos años atrás y los recuerdos del verano del 2004, el último que viví como ahora en casa de mis padres se mezclan con las nuevas sensaciones de este verano. Sé que volver a casa de mis padres no ha sido más que una solución provisional mientras espero que me entreguen mi nuevo piso pero no puedo evitar sentir que más que avanzar voy atrás como los cangrejos. He vuelto al extrarradio madrileño, al mismo sitio en el que viví más de ocho años, a sus autobuses nocturnos, a la hora de media que me lleva bajar a Madrid, el lugar donde hago la mayor parte de mi vida y a sentirme incómodo cada vez que salgo, vigilando el reloj, calculando los minutos que pasan para que cuadren con el horario de los autobuses nocturnos, consciente de que ya no vivo a 10 minutos de taxi del centro y que tengo que coger dos autobuses para llegar a casa. También tiene sus ventajas, vuelvo a estar cerca de mis amigos del barrio aunque aún no se hayan habituado a tenerme cerca y a incluirme de nuevo en sus planes más ocasionales, a sus quedadas entre semana, esas a las que desde que vivía en Madrid capital nunca acudía. El hijo pródigo vuelve a casa. Mi madre no puede disimular su alegría aunque sin cambiar un ápice sus planes me haya dejado solo este mes de agosto. El otro día rebuscando en casa algo que ver para superar el aburrimiento de una tarde de verano sin planes a la vista encontré entre los DVD algo que ver una de mis películas favoritas, se me debió traspapelar cuando hice la mudanza para ir a Madrid y se quedó en casa de mis padres. No sé porqué pero me encanta el papel que encarna en "El amor perjudica seriamente la salud" primero Penélope Cruz y luego una madura pero atractiva Ana Belén. Supongo que es su falta de escrúpulos para conseguir aquello que quiere y desea, aunque sea algo tan simple y egoísta como subir y progresar en la vida, tal vez se trate de esa ambición desmedida que llega incluso a resultar incluso cómica o su manera de ser, la de una caprichosa y consentida niña mimada de la burguesía madrileña. Y es que aunque no me identifique con Diana, el personaje central de la película sí siento a veces que me gustaría no sentirme tan azorado por la conciencia, empeñada en hacerme sentir culpable a todas horas y me gustaría sentir esa despreocupación de la que hace gala la protagonista para no sentirme responsable de la felicidad de tanta gente que me rodea. No soy un amigo perfecto, es más, resulta imposible serlo cuando el listado de amigos es como el que atesoro, y es que socializar siempre me ha resultado bastante sencillo pero no quiero que eso me atorme. Y lo hace, a diario, sobre todo con aquellos que me necesitan más que yo a ellos, aquellos que están más solos aunque sean muchas veces responsables de su propia soledad. A lo mejor lo que me gusta de ella es la vulnerabilidad de esa mujer que no puede evitar caer una y otra vez en los brazos de un joven inseguro y de aspecto más bien vulgar pese a haber podido elegir entre lo más selecto y granado de la burguesía y haberse encima enamorado de él. La lucha interna entre el debe y el quiere, entre lo que nos conviene y lo que nos apetece y nos gusta, entre luchar por un sueño aunque sepamos ya que no va a hacernos felices o conformarnos con lo que la vida nos ofrece, algo más mísero pero seguro que más satisfactorio, esa pelea entre lo que nos dicta la razón y lo que nos pide y suplica el corazón que hagamos. Y es que en esto del amor por mucho que me empeñe en ponerle algo de racionalidad la bestia siempre acaba saliendo, por mucho que intente establecer todo un sistema de pros y contras en el que intento ponderar cada elemento en su justa medida antes de tomar una decisión, siempre acaba pesando más la emocionalidad de un beso, el calor de un abrazo que la amenaza de la distancia y que el recuerdo de una ausencia que como una tela de araña me atrapó en sus redes el mes de octubre del año pasado, una ausencia que puede volver a presentarse de nuevo. Soy un amante del riesgo, del más difícil todavía aunque la gente me tache de loco y de inconsciente, lo soy, pero estoy harto de sentir miedo, de eso este año he tenido bastante. Tampoco quiero dejar que la vida pase por delante de mis narices mientras la duda me paraliza y prefiero tirar para adelante y dejar que el tiempo sea el que me diga si me he equivocado. Puede que al final sea de nuevo una víctima del miedo, del miedo a quedarme solo, los miedos son a veces guerreros incompatibles, enfrentados en una batalla interminable. Y quizás esta vez el miedo a la soledad, tan universal, puede darse por satisfecho, feliz de haber ganado la batalla al miedo al fracaso de una relación que a priori tiene ya una traba importante, la de todo un continente de por miedo, la de miles de kilómetros que nos separan. Aún así espero que esta vez sea distinto y esta vez los agoreros no tengan razón, ya han acertado bastante en mi vida, he escuchado demasiado el "te lo dije, te avisé ya pero nunca me haces caso y luego pasa lo que pasa". Por eso no dije nada antes de que fuese demasiado tarde, no quería que nadie influyese en mi determinación y no se enteraron hasta que la decisión estaba tomada. Tiene que salir bien, esta vez sí, no puedo permitirme volver como los cangrejos a lo mismo, a un otoño desesperante, a perder de nuevo la ilusión recientemente recuperada porque cada vez que desaparece se oculta en un lugar todavía más recóndito, cada vez resulta más difícil volverse a topar con ella, tiene más lugares donde esconderse, traspapelada entre todas esas malas experiencias acumuladas en años y no me veo con fuerza siquiera de volver a ponerme a ello, a enfrentarme al pasado para poder soñar con un futuro mejor.

11 de agosto de 2006

Negra sombra

Cando penso que te fuches, negra sombra que me asombras, Ó pé dos meus cabezales tornas facéndome mofa. Cando maxino que es ida, no mesmo sol te me amostras, i eres a estrela que brila, i eres o vento que zoa. Si cantan, es ti que cantas, si choran, es ti que choras, i es o marmurio do río i es a noite i es a aurora. En todo estás e ti es todo, pra min i en min mesma moras, nin me abandonarás nunca, sombra que sempre me asombras.
Rosalía de Castro
Otra vez. Casi cuatro años después de la marea negra del Prestige Galicia vuelve a sufrir un desastre ecológico. Si entonces fueron las rías, las rocas de los acantilados de la Costa da Morte y los arenales del parque natural de las Islas Atlánticas las que se cubrieron con un pegajoso chapapote oscuro ahora le toca al interior, ahora son los bosques los que se carbonizan, Galicia vuelve a tiznarse de negro aunque sea un negro muy distinto. Porque como dice uno de los poemas de RosalÍa de Castro, la poetisa que mejor recogió el espíritu sombrío de los gallegos "cuando pienso que te has ido negra sombra que me asombras (…) vuelves haciéndome mofa" la burla negra vuelve a reírse de nosotros. Arde Galicia y de nuevo vuelvo a ver a los gallegos luchando con sus propios medios contra la amenaza, en este caso del fuego, solos, abandonados a su suerte ante el fuego invasor que se aproxima peligrosamente a sus casas, a sus negocios y a sus vidas. La impotencia ante el vacío institucional reflejada en las caras de unas gentes que no se resignan a perderlo todo, que prefieren no abandonar pese a que el fuego que les amenaza sea un Goliat brutal y perverso, un gigante salvaje al que sólo pueden combatir con ramas, con azadas, con pequeñas mangueras o con míseros cubos de plástico llenos de agua. Y recuerdo lo que pasó con el Prestige y como los pescadores salían con sus chalanas, con sus pequeñas embarcaciones a recoger con sus redes y con lo que tenían a mano el chapapote que entraba por las rías para salvaguardar su modo de vida, su mar y el paisaje de sus costas ante la falta de ayuda de un Estado que se mostraba de nuevo desbordado por los acontecimientos. Mi madre me contó una vez una leyenda, dicen que una vez creado el mundo Dios se dispuso a descansar y apoyando su mano en esta esquina del mundo creó de un desgarro de sus dedos las hermosísimas rías gallegas, un paisaje natural único en el mundo. Ese desgarro de la mano de Dios, tan fecundo en el pasado, vuelve ahora convertido en una especie de plaga divina que castiga una y otra vez esta tierra y a sus gentes convirtiendo este paraíso natural en un infierno de fuego y cenizas. Pese a todo siempre he creído que el gallego ha sido y es un pueblo luchador, acostumbrado a bregar con sus problemas sin esperar a que nadie nos resuelva la vida. Un pueblo sin embargo resignado a su suerte, a un destino en ocasiones cruel, a sufrir mil y un avatares en toda su historia. Un pueblo que no se queja, lo hizo en una época muy lejana, la revolución de los Irmandiños fue una revuelta popular y campesina que sorprendió a muchos en pleno medievo por la modernidad de sus ideales revolucionarios. La crueldad de una Época en la que los Derechos Humanos eran un sueño inconcebible no hacía prever que una revuelta de este tipo surgiese con tanta fuerza y menos en esta esquina perdida de la Europa feudal. La represión que le siguió fue brutal y Galicia quedó sumisa en la parálisis. Una parálisis que se mantuvo en pleno siglo XIX, entonces el minifundismo del campo gallego llegaba a su extenuación, ya no había modo de dar de comer a una población que había crecido demasiado, las micro huertas producto de las herencias de siglos no admitían nuevas divisiones. Nadie se quejó, nadie levantó la voz, hicieron las maletas con la cabeza gacha y tomaron un barco con rumbo a Argentina, a Uruguay, a Venezuela… El nuevo dorado americano se llenó de gallegos y Buenos Aires se convirtió en la tercera ciudad con más población de Galicia, todavía lo es. El éxodo continuó luego en pleno siglo XX aunque nuevos destinos aparecieron en el mapa, esta vez fue la Europa de posguerra necesitada de mano de obra barata así que los gallegos volvieron a hacer las maletas para buscar una vida mejor en Suiza, Alemania, Holanda… Sus descendientes, incluso muchos de los que se fueron siguen allí. No es de extrañar que el concepto de morriña naciese en esta tierra y haya sido de los pocos que el castellano ha tomado prestado de esta lengua periférica y miserable ante la falta de un término propio que designe este sentimiento de nostalgia por la tierra abandonada del que tanto sabemos. Y ahora que he vuelto a la literatura gallega, tan olvidada los últimos años, tan ausente de las estanterías de las librerías de Madrid, y ya a punto de acabar la última obra de Suso de Toro "Home sen nome" que compré en la Feria del Libro de Vigo, siento como propia la afirmación del protagonista cuando califica a los gallegos de pueblo sumiso al que compara con bueyes, ese animal manso, dócil y de mirada tierna que aunque fuerte y robusto a la vez es incapaz de usar la fuerza para algo más noble y más heroico que para el trabajo y la sumisión. ¿Hay futuro para esta tierra y para este pueblo o estamos condenados a irnos, a buscar otros lugares donde prosperar? De nuevo me miro y pienso que soy yo un claro ejemplo del gallego en la diáspora y a veces siento que salvo pequeñas escapadas, esas dos o tres visitas anuales, no hay billete de vuelta que me acerque de nuevo a ti y que sólo habrá un viaje que me lleve a esta tierra para siempre, el mismo que canta Luz Casal en una de sus canciones ("hasta el Norte me iré cuando piense que ya va llegando la hora, de vuelta al mismo mar")

7 de agosto de 2006

Cuando la canícula aprieta

Nunca me ha gustado el verano, el calor asfixiante de Madrid que te impide hacer otra cosa que no sea buscar el refugio de algún centro comercial con aire acondicionado o una piscina para no morir reseco bajo el calor sofocante de la meseta castellana. Agradezco las vacaciones (quién no) tan propias de estas fechas, me gusta la playa y tumbarme bajo el sol leyendo un libro sin nada más que hacer y nadar de vez en cuando, pequeños placeres que sólo disfruto en verano y me conformo, si no queda más remedio, con tener una piscina donde hacer un par de largos de vez en cuando aunque prefiero la inmensidad del mar. Pero lo que menos me gusta del verano es la sensación de que ha llegado el mejor momento del año y que resulta obligado pasárselo bien, que todos vuelven encantados de sus destinos vacacionales y yo siempre vuelvo a la rutina otoñal con un cierto sabor agridulce, con la sensación de no haber sabido aprovechar bien el tiempo. Desde la adolescencia cuando peor lo he pasado ha sido siempre en verano, demasiado tiempo para pensar, para darle vueltas a las cosas nunca me han sentado bien, necesito un ritmo de actividad frenético para tener la mente ocupada. Sólo hay que leer en este blog alguna de las cosas que se me ocurren cuando tengo tiempo libre para darse cuenta de que me conviene encontrar aficiones con las que ocupar mi tiempo. Primero fueron mis años de pubertad, los largos meses de vacaciones escolares encerrado en Vigo con alguna pequeña escapada a alguno de mis dos pueblos mientras soñaba con visitar otros lugares, con conocer sitios nuevos y con una vida distinta. Luego me mudé a Madrid así que el verano en Vigo resultaba más deseado gracias al poder de la morriña pero de nuevo los tres meses sin mucho que hacer me resultaban demasiado largos mientras notaba que la vida que iba creando en Madrid se alejaba demasiado de la que dejaba en Vigo y me costaba encontrar mi sitio cuando volvía de nuevo a la ciudad gallega donde me crié. Y es que salvo un par de amigas no podía evitar sentirme un bicho raro rodeado de tanta hormona masculina y de algunas aficiones peligrosas que me interesaban más bien poco. Cuando empecé a trabajar las vacaciones se redujeron a los algo más de 20 días a repartir durante todo el año. Empecé a disfrutar así de un Madrid que se va vaciando a medida que avanza el verano y las temperaturas alcanzan cotas de más de 40 grados, de sus terracitas, de sus noches interminables y de sus verbenas aunque también sufría sus calores, sus piscinas abarrotadas y las noches mojadas en sudor mientras esperaba con la ventana abierta que la inexistente brisa nocturna me dejase conciliar el sueño. A cambio empecé a disponer del suficiente dinero para montarme unas vacaciones a mi gusto, para salir al extranjero con amigos, para decidir qué hacer y lo más importante con quién. Llevo así cuatro años y nunca he logrado que los resultados hayan cubierto siquiera las expectativas y eso que últimamente procuro no hacerme demasiadas ilusiones. Es verdad que durante este tiempo también he conocido ciudades y países increíbles, que he vivido mil anécdotas divertidas y que he disfrutado de la compañía casi perenne, año tras año de mi siempre amigo José pero todos los veranos el amor se empeña en cruzarse en mi camino, un amor que no sobrevive al otoño pero que termina poniendo la nota amarga a las vacaciones y hace que termine detestando todavÍa más esta época del año y que nunca consiga reconciliarme y hacer las paces con el períodoo estival. Ha habido de todo estos últimos años: reproches por abandono supuesto cuando me fui solo a hacer un curso de inglés a Londres durante mi escaso mes de vacaciones, una enfermedad no especialmente grave pero que me obligó a cancelar un fin de semana en Lisboa y me dejó solo durante todo el verano mientras esperaba la tan ansiada recuperación, un largo mes de vacaciones al otro lado del charco sin un teléfono de contacto al que aferrarme y una semana en Madeira terriblemente larga y tediosa soportando sus reproches, sus críticas y su rabia. Quizás este verano sea distinto, empezó bien con un viaje a Cuba divertido y plagado de anécdotas. Sólo me queda una semana por disfrutar pero el destino del viaje asusta por su simbolismo, me espera la ciudad del Sena, sus románticos paseos y sus idílicos monumentos. Sólo será un fin de semana el que pasaré a su lado pero no quiero manchar este verano hasta ahora bastante perfecto con más problemas, no quiero sentir de nuevo a finales de mayo del año que viene el hastío y el miedo del que sabe que se acerca la tan temida fecha y necesito que vaya todo bien y que surja la magia, esa que en principio tiene París, para dar el paso definitivo, el del compromiso y para sentir que todo, pese a las dificultades, va por buen camino.

26 de julio de 2006

Empatía

Siempre me ha gustado la palabra "empatía", desde la primera vez que la escuché, es sonora, rotunda y además transmite un significado muy hermoso. Es un concepto psicológico de moda en el mundo empresarial y de la gestión de recursos humanos que hace no demasiado tiempo encontró una explicación biológica gracias la existencia de las neuronas espejo. Las neuronas espejo conforman un sistema neurológico tremendamente complejo que nos permite ponernos en la piel de los demás, sentir lo que ellos sienten y padecen, sufrir y reír en paralelo a nuestros vecinos y al resto de la humanidad. Funciona también en el mundo de la ficción y así cuando vemos una película nos sentimos parte integrante de la trama aunque los referentes sean lejanos. Da igual que la película esté ambientada en la guerra de Secesión Norteamericana o que se trate de la Pasión de Cristo, tampoco importa que nunca hayamos experimentado una crucifixión ni hayamos visto la sangría humana de un conflicto de esa magnitud, somos capaces de sentir el dolor, la alegría y liberarnos en una especie de catarsis colectiva de sentimientos. Sólo cuando se cierra el telón o la pantalla se apaga, esas miserias desaparecen, recluidas en ese mundo de ficción y volvemos a nuestra vida cotidiana, mucho más monótona y aburrida, afortunadamente. Supongo que estas neuronas espejo están más desarrolladas en unos que otros, quizÁs en determinados momentos puede más la rabia acumulada durante años de conflicto aunque sea de baja intensidad que la compasión, que la piedad y que la solidaridad con otros seres humanos. No obstante me cuesta entender la frialdad con la que el Jefe del Estado Mayor de Israel afirma con rotundidad que duerme muy bien todas las noches sabiendo que cada día que pasa más muertos se suman al conflicto, que sus hombres bombardean a diario objetivos civiles causando nuevas víctimas y destrozando la esperanza de una vida mejor para muchos de los habitantes del Líbano. Y es que son capaces de asimilar la barbarie de sus actos y hacer que el asesinato resulte más sencillo porque llaman a sus victimas civiles daños colaterales, conscientes de que sólo cuando las víctimas se deshumanizan las neuronas espejo descansan y los remordimientos desaparecen. Israel lo sabe, lo sufrió en sus carnes cuando era un pueblo disperso por toda Europa. La ideología nazi despojó a los Judíos de la categoría de seres humanos, con ella a cuestas jamás podría haberse puesto en marcha un genocidio del calibre del holocausto, una verdadera máquina de exterminio que involucró a demasiada gente. Todo fue posible porque los judíos se convirtieron de la noche a la mañana en individuos de segunda categoría. Es verdad que somos espectadores de demasiadas catástrofes, que los telediarios están inundados de miles de dramas colectivos que nos obligan a inmunizarnos, a ponernos una coraza para que no nos afecten demasiado, para vivirlos desde la distancia aunque a veces hay historias que nos tocan demasiado. Y es que los medios juegan a activar estas neuronas en ocasiones. La empatía es la base de muchas de las religiones del planeta, de las más exitosas ("amarás al prójimo como a ti mismo" dicen los cristianos), de desarrollos Éticos como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre o la Ética de Kant ("no veas a los demás como un medio sino como un fin en sí mismo" escribió el filósofo alemán). Todos coinciden en lo mismo porque forman parte de nuestro yo biológico y porque si fuésemos capaces de entender los puntos de vista de los demás, de ponernos en su piel, de entender las razones que les mueven seríamos mucho más tolerantes y respetuosos con los demás. Faltó empatía a los que agredieron a Luis en la piscina de La Elipa por una muestra de cariño que muchos no comparten ni entienden, faltó también a los que no hicieron nada por defenderle, a los que incluso justificaron a los agresores porque a quiÉn Luis besó en la piscina era un hombre. Un simple beso en la boca, un casto pico que todavía escandaliza a muchos porque son dos hombres los que se besan, no escandaliza sin embargo la violencia de un grupo de chavales que se sienten fuertes ante la indeferencia de los demás e incluso el apoyo silencioso de muchos. Una muestra de cariño, voluntaria, libre y deseada entre dos personas que ofende más que la violencia. Desolador. Una señora lo justificó diciendo que las muestras de cariño de Luis a su novio en la piscina se hacían delante de los niños, niños que no están educados para ver ese tipo de cosas y yo me pregunto: ¿no será que la educación que le estamos dando se equivoca cuando ignora una realidad social que a muchos les gustaría silenciar y ocultar en el gueto de Chueca o en la privacidad del hogar? ¿Acaso es mejor educarles en la tolerancia a la violencia, en la impunidad de los agresores o en la represión asesina y brutal? ¿Es que me he vuelto loco por no entender nada? Y es que intento ponerme en su piel para entenderles y mi empatía lo único que me permite es asquearme de la intransigencia de los que afortunadamente son una minoría.

15 de julio de 2006

La Ségomanie

Dos suplementos de gran difusión en España le dedican sendos artículos, una portada incluso pese a que la políticaa francesa resulta en ocasiones lejana para muchos españoles, a lo sumo conocemos al presidente de la República, poco más. Bastante tenemos con las cuestiones locales, con las eternas peleas por lo más absurdo de Zapatero y Rajoy que llenan páginas y espacios en todos los medios de comunicación. Sin embargo una mujer francesa, presidenta de una lejana región del país galo (Poitou-Charentes) que no sabría poner en el mapa se ha convertido en una estrella mediática a este lado de los Pirineos sin que oficialmente se la haya designado como la candidata del Partido Socialista francés a la presidencia de la República, elecciones que se celebrarán si todo va bien el año que viene. Supongo que llama la atención la presencia de una figura femenina y joven en el anquilosado sistema político francés tan plagado de dinosaurios venidos de otra época. Una mujer luchadora, ambiciosa que no tiene miedo en reconocer que pretende llegar a ocupar el palacio del Elíseo, residencia del presidente de la república francesa, pese a quién pese y con la oposición de muchos miembros de su propio partido e incluso de su marido, el secretario del partido François Hollande, consciente de que sólo ganándose el favor de la opinión pública (la ségomanie) va a lograr acabar con todas las resistencias internas (a veces las más duras) que se empeñan en ponerle la zancadilla. Y aunque por lo leído en estas entrevistas parece que en algunas cuestiones todavÍía está algo verde, que aún no se ha pronunciado en aspectos clave de la política francesa, tan a la deriva últimamente, me sorprende ver como una mujer de izquierdas se considera también tradicional y defensora del orden. Una mujer progresista pero para la que no todo vale, que vive en pareja sin estar casada pero se define monógama y defiende su papel de madre. Leyéndolo no he podido evitar sentirme identificado. Quizás porque ya estoy harto de asumir el papel de iconoclasta, de sexualmente liberado ante algunos, los estabilizados tras años de vida en pareja que me ven como un oportunista con miedo al compromiso. Para muchos otros sin embargo no dejo de ser un estrecho, esencialmente aquellos que ya no saben cuántos amantes han pasado por su cama porque son demasiados, para ellos mi abstinencia sexual prolongada y voluntaria les resulta incomprensible. Y es que todo depende del cristal con el que se mire y si es verdad que tengo un amplio listado de amantes (a no más de dos por año pero ya llevo diez años en esto) nunca ha sido algo buscado ni pretendido. Al fin y al cabo no me queda otra que ponerle voluntad para ser optimista y no perder la ilusión, para leer un "sigue jugando" como si de una tómbola se tratase cada vez que fracaso en esto del amor, después de tantas ranas algún día llegará el ansiado príncipe, confío que sí. En realidad porque la genética nos ha marcado un camino, el de la diferencia, que no hemos elegido, que no sólo yo sino muchos hubiéramos preferido llevar una vida más convencional, que tal vez no valga para ir abriendo caminos en esta sociedad pero ya no puedo elegir, no me queda otra. Es el precio a pagar por haber nacido con una orientación sexual diferente a la de mayoría. Sin embargo siento como propios muchos valores conservadores y tradicionales: la pareja, la fidelidad, el compromiso, el sacrificio, la familia, el hogar..., los mismos valores que defendía el Papa la semana pasada en Valencia aunque nos excluía de ellos (todavía sigo sin entender porqué la Iglesia nos margina, una institución surgida hace 20 siglos de los marginados e incomprendidos con un mensaje de amor pero eso es objeto de otra reflexión) Y sé que exagero ese papel cuando defiendo la castidad antes del matrimonio, las pedidas de manos, las fiestas de presentación en sociedad de las jovencitas que por fin están en edad de merecer, los matrimonios concertados entre los padres (nadie mejor que una madre para saber lo que le conviene a uno). Siempre he sido un poco polemista y bufón, esa no es ninguna novedad. Por eso quizá no me creyeron muchos cuando dije que soy tradicional para muchas cosas, qué contradicción, ¿no?, un gay conservador en esto de la familia. Suena raro, quizás es verdad, el sambenito de la promiscuidad no nos lo quitamos fácilmente. Se nos identifica además con lo más moderno y trasgresor aunque haya de todo en este mundo tan tendente a colgar etiquetas a un grupo de gente cuando en realidad lo único que nos une es una atracción sexual diferente y poco más. Pero no bromeaba cuando defendí el matrimonio homosexual como una gran conquista, cuando lloré el día que lo aprobaron (qué raro viniendo de mi, ¿verdad?), el paso adelante que necesitábamos para salir de las tinieblas de lo invisible, para demostrar que también podemos defender esos valores que había monopolizado para sí la pareja heterosexual que veÍía en nosotros al bicho raro, al diferente, al vicioso egoísta en algunos casos. Hubo quién me dijo que era un paso atrás, que el matrimonio ya no tiene sentido hoy en día, ni razón de ser, que el amor está por encima de los derechos, que sólo se trata de un papel. Puede que tengan razón y respeto a los que deciden no casarse, a los que son felices solos o en pareja pero sin un papel que lo confirme, incluso a los que defienden la pareja abierta como un modelo de futuro y como generadora de menos problemas. Pero como dijo uno de los escritores (no recuerdo su nombre) que habló en la mesa redonda que conmemoraba el aniversario del matrimonio homosexual en la Casa de América, en definitiva no dejamos de ser gente normal, con las mismas aspiraciones que el resto de la gente y con los mismos sueños y el matrimonio, la expresión pública de un amor, de un compromiso entre dos personas que se quieren ante la gente que les importa forma parte del imaginario de mucho de los que conozco. Yo mismo, el día que encuentre a alguien con el que merezca la pena dar este paso, ese día que tanto me está costando y que se resiste será un día para celebrarlo públicamente y por favor, que nadie me quite esa ilusión, la necesito

10 de julio de 2006

Cuando salí­ de Cuba...

Nunca había sido un destino de interés, jamás había estado en mi larga lista de sitios pendientes, lugares que anhelo conocer como Nueva York, Tailandia, Río de Janeiro, La India, Florencia o Australia... Antes hubiera repetido otros destinos que perderme por el Malecón pese a que reconozco la atracción que ejercen esos iconos que tanto identifican a la isla: los palacetes semi derruidos de La Habana vieja que recuerdan que hubo un tiempo en que la capital cubana era la perla del Caribe, los Buick, Dodge y Chevrolet de los aÑos 50, de antes de la revolución recorriendo sus calles pese al paso del tiempo, la mezcla de razas, la gente, omnipresente en las calles, el mar Caribe azotando sus costas... Sin embargo surgió la oportunidad: una oferta irrechazable, una semana de vacaciones ya pedida y un amigo al que resultó fácil embaucar así que hice la maleta y me fui a la aventura sin apenas tiempo para pensarlo. Recién llegado de La Habana me embarga un cierto sabor agridulce. El cubano es por definición un pueblo optimista, vital, capaz de reírse de sus propias desgracias, orgullosos de su país, de su historia y de sus raíces pese a que el sueño de salir de la isla está muy presente, especialmente en los de mi generación. Sin embargo se ven encerrados en ese "paraíso" comunista que el gobierno en el poder pretender venderles mientras se ven bombardeados por los reclamos publicitarios que les llegan a través de Internet, de la televisión y del cine, mensajes que les venden un modelo de bienestar que hoy por hoy no parece estar al alcance de muchos en la isla y que injustamente sólo logran las élites políticas del país y los que trafican con pesos convertibles cubanos, la segunda divisa del país, la que manejan los turistas. Esa ríada de turistas casi constante es hoy por hoy la única industria que funciona hoy en día en la isla, gente que viene del otro lado del océano o de Norteamérica (Canadá o México mayoritariamente) para disfrutar del paraíso caribeño y demostrarles con la fuerza de los hechos que por mucho que la retórica castrista, anacrónica y desfasada, se empeñe en lo contrario ("Hasta la victoria siempre" dicen los carteles sembrados por todas partes en La Habana) el capitalismo salió vencedor de ese mundo bipolar surgido tras la segunda guerra mundial y si ganó fue porque permitió a la gente soñar con una vida mejor por mucho que en el camino dejase a muchos en la estacada. Sus sueños pasan por dejar la isla atrás, quizás no para ir a Miami, destino del exilio cubano durante décadas (tantos años mamando las críticas oficiales al modelo americano han hecho mella en gran parte de la población) pero sí rumbo a Europa, Canadá o Australia. Porque les han despojado de la posibilidad de soñar, de imaginar una vida mejor dentro de la isla, por eso para la mayor parte de los cubanos esos sueños pasan por dejar el país que les vio nacer, a toda su gente, su vida en definitiva porque sienten que quedándose están condenados al fracaso. Sin duda hubiera sido peor haber nacido en Malí, en Senegal y tener que pagarle a una mafia local una cantidad astronómica para arriesgar la vida cruzando el Atlántico durante horas en un cayuco, soy consciente de que hay sitios peores donde malvivir mientras esperas cumplir tu sueño pero el destino me llevó a Cuba, a una sociedad con un sistema educativo y sanitario en muchos aspectos en los estándares de los países más desarrollados pero en el que todavía existen las cartillas de racionamiento y a convivir con un pueblo culto y crítico al que no resulta fácil engañar con las soflamas revolucionarias trasnochadas de un dictador que lleva más de 50 años en el poder. En el Malecón de la Habana, siempre atestado de gente por las noches, los cubanos pasan el rato sentados al borde al mar, siempre de espaldas al Caribe, observando la gente que cruza el paseo, un entretenimiento más en esta ciudad que como Manhattan nunca duerme, ignorando a ese mar de azul turquesa que es un sueño vacacional para muchos pero que de noche resulta de una oscuridad amenazadora, un foso demasiado ancho que les separa de la libertad y les condena a un encierro que sólo les deseo no sea permanente.

15 de junio de 2006

Buenas noches y buena suerte

Vi su cara por primera vez en el número de esta semana de El País Semanal. Había oído y leído su nombre mil veces. Titular de una de las salas de la Audiencia Nacional lleva algunos de los casos más célebres de la vida judicial española, los más polémicos, los que más suenan, el de la mesa de HB, el de Afinsa y Forum Filatélico. Cuando le vi me pareció un tipo atractivo, de unos cuarenta años, buena planta, con algunas canas dando color a sus cabellos, elegante pero informal y con una cara que mostraba cierto nerviosismo, el de alguien que no está acostumbrado a ser el centro de atención de una cámara, a estar detrás de los focos. Y es que no puedo evitar sentirme atraído por los hombres de mediana edad. Supongo que los psicólogos de la escuela de Freud dirían que en realidad busco a un padre. No sé, quizás tengan razón aunque puedo decir que afortunadamente ya tengo uno, un padre responsable y al que admiro aunque es verdad que una educación sobria le ha marcado un carácter seco, poco dado a las muestras de afecto y de cariño. Me consta sin embargo que nos quiere, a mí y a mis hermanos. Por eso cuando los demás perciben con cierto desprecio los surcos que la edad va dejando en el rostro de los hombres de cierta edad, adoradores como son del mito de la eterna juventud, yo prefiero ver las marcas que han dejado años de experiencia y de vida, mucha vida. Sé que en realidad es un mito, que hay demasiados hombres ajados por la edad que siguen comportándose como niños: inmaduros, egoístas y despreocupados pero en mi inconsciente busco un mentor, un hombre curtido y experimentado que me pueda guiar y enseñar el camino, alguien en quién apoyarme, que entienda lo que me pasa porque es algo que ya ha vivido y experimentado en sus propias carnes. En realidad porque necesito estar junto a alguien interesante, alguien que me aporte cosas, alguien a quién admirar, con una interesante vida interior y con una serie de valores y pienso que eso sólo podría encontrarlo en quien haya visto pasar muchas cosas por delante. En cierto modo también es una manera de protegerme a mí mismo, de acercarme a gente que podría mostrarse más predispuesta a una cierta estabilidad emocional, a sentar la cabeza y que se hayan dicho basta, porque llega un momento en el uno se da cuenta de que ya está bien de vagar errantes por esos mares de almas solitarias sin un puerto franco en el que soltar amarras. Al ver su foto en la portada también supuse que el tema central de la entrevista sería el judicial, al menos de eso suelen hablar los jueces cuando conceden una entrevista, tan poco dados a aparecer en la prensa y en los medios de comunicación. Me sorprendió sin embargo leer una entrevista tan íntima, tan personal y directa. Me sorprendió leer la naturalidad con la que reconoce el amor que profesa a su novio desde hace trece años, su marido desde octubre del año pasado. De hecho la vida judicial, la polémica de sus decisiones, tan contestadas por algunos medios de comunicación y algunos políticos quedan al margen de sus problemas de aceptación, de visibilidad, de su necesidad de servir de ejemplo a todos los jóvenes que se sienten inseguros cuando descubren que su sexualidad es diferente. Eres grande Fernando. Gracias!!! Leyéndolo sin embargo no pude evitar acordarme de ti. Grande Marlaska es juez y tú buscabas un notario, así me lo confesaste cuando te conocí. Sé que no es lo mismo pero se asemeja bastante. No sé si ya lo habrás encontrado, hace tiempo que no tengo noticias tuyas. Claro que también en una de tus tantas incoherencias te sentías atraído por lo niñatos, jovencitos que están todavía en la flor de la vida y sin una carrera profesional definida. Supongo que porque los veías más manejables y maleables, porque con ellos podrías cumplir el sueño de crear un hombre a tu medida. Lo intentaste conmigo. Había tantas cosas que te molestaban. Intentaste cambiarme, en algunas cosas lo lograste, el amor tiene a veces ese poder. En otras cosas me resistí gracias a mi cabezonería, supongo que no estabas acostumbrado. Siempre has ejercido una terrible influencia sobre la gente de tu alrededor, tus críticas y tus opiniones pesaban en tu entorno y no dejabas de pasar una oportunidad para sentir ese poder. Estabas tan acostumbrado a ver los errores de los demás, en parte porque te pagaban por ello, que no supiste relajarte a mi lado, y me convertí sin saberlo en un objeto más a perfeccionar, en algo que moldear a tu gusto incapaz como eres de aceptarme con todos mis vicios y defectos. Tu recuerdo volvió a hacerse presente el martes, los fuegos artificiales de una de las fiestas que organizas en el barrio me despertaron, los mismos que el año pasado vimos juntos. Viéndolos desde la ventana recordé aquellos tiempos pero no había dolor en ellos, ni siquiera nostalgia aunque fueron buenos momentos, lo reconozco. Todo se torcería poco después, demasiado pronto. El tiempo ha acabado por poner todo en su sitio, también tu recuerdo. No te quiero ya, ni siquiera creo que sea bueno tenerte cerca. Demasiados eran tus prejuicios, demasiada rabia contenida hacia los demás y tantas ansias de grandeza, de sobresalir de tu propia mediocridad aún a costa de herir a los demás. Te faltaba espontaneidad para ser tú mismo, te faltaba corazón y sensibilidad para darte cuenta del daño que causabas a los demás, muchas veces sin darte cuenta. Pese a todo te deseo buena suerte. Siento que va a hacerte falta

5 de junio de 2006

El año del miedo

No tengo mucha confianza con él y es que apenas le conozco, amigo de un amigo, habremos coincidido cuatro veces en casa de ese amigo que compartimos. Es además muy enigmático, siempre tan silencioso y callado, con la palabra justa pero con una capacidad para la escucha y una memoria prodigiosa, atento aunque no lo parezca y capaz de recordar algo que le contaste hace tres meses. Me lo encontré el sábado, hablamos, nos cruzamos apenas cuatro frases y sin saber como me encontré de pronto revelándole mis secretos, confesándole algunas cosas y diciendo en voz alta lo que hasta ahora no había sido capaz de verbalizar pero que en mi fuero interno resume lo que este 2006, quizás ya finales del 2005 esté siendo para mí. El año del miedo. No es que antes no tuviese miedo pero es que últimamente parece haberse convertido en una constante que sin quererlo y sin saberlo domina mi vida. Miedo a volver a equivocarme, a sentirme frágil y vulnerable, miedo a arriesgar de nuevo en esta lotería en la que tan mala suerte he tenido. Miedo a volver a confiar en los demás, miedo a sentir que necesitas a alguien más que el aire que respiras y que te ahogas sólo de pensar en que puede llegar a faltarte algún día. Miedo a llorar por cada traspié que te da la vida por insignificante que sea porque ya son muchos, porque te sientes demasiado sensible al fracaso, a esa derrota que aunque ridícula te recuerda lo miserable que a veces nos sentimos y que en determinadas ocasiones nos hacen sentir algunos mal nacidos. Miedo, en definitiva, a ilusionarme de nuevo para comprobar, una vez más, que tus expectativas no se han cubierto. Miedo sin embargo a no volver a ilusionarme, a pasar por la vida sin encontrar algo o alguien que te emocione de nuevo, a que no te envuelva la magia, a que te falte esa mirada que sin palabras te hace sentir especial, a pasar por la vida sin pena ni gloria embarcado en un continuo de días y de noches llenos de monotonía y hastío, a sentir que nada interesante ocurre, que no hay nada nuevo que merezca la pena ser contado a ese amigo al que hace siglos que no ves. Miedo también a un teléfono que no suena, a una carpeta de Hotmail vacía, a un día de Reyes sin regalos, a un año nuevo sin mensajes en el móvil. Miedo a sentirme solo, incomprendido, un bicho raro en una sociedad en la que no acabo de encajar del todo, ecléctico como soy, capaz de absorber cosas de fuentes tan distintas. Miedo a mostrarme tal como soy, a ser espontáneo, a dejarme llevar para darme cuenta de que comportándome así sólo genero rechazo y enfados. Miedo a que los demás busquen en mí al yo folclórico, al bufón, al papel que asumo en ocasiones y no me soporten cuando me dejo llevar por la melancolía y la tristeza. Miedo sin embargo a ser a veces demasiado payaso, a herir a la gente con mis bromas y mi ironía. Miedo a no saber cómo actuar, miedo a no saber ya quién soy. Miedo a ver como los demás consiguen que su vida vaya cobrando sentido poco a poco como un puzzle mágico en el que mi pieza no acaba de encajar del todo así que termina tirada en cualquier desván, miedo a la incomprensión, a la envidia del que me ve como un triunfador demasiado vanidoso cuando no es más que un papel del que intenta convencerse a sí mismo de que debería ser feliz aunque a veces se sienta el ser más miserable del mundo. Miedo a mi propio egoísmo. Miedo a no entender que me pasa, a no saber porqué me comporto así, a no ser capaz de madurar de manera serena y a convertirme en un ser maniático, solitario y huraño. Miedo a no estar a la altura de mis propias exigencias morales y a las expectativas que los demás depositan en mí, miedo a no estar ahí cuando los demás me necesitan, miedo a la injusticia, a la mía propia por no saber disfrutar de una vida acomodada, la que tantos millones de personas sueñan desde las verjas que les separan de este añorado primer mundo. Miedo a la mediocridad, a no sentirme especial en algo, a no destacar por encima del resto aunque sea en lo más ridículo, algo como el noble arte de construir castillos de naipes. Miedo a sentirme vacío por dentro, a dejarme llevar por esta vida de consumo desaforado, por este mundo burgués del compre hoy y pague mañana para darme cuenta de que no me llena en absoluto y que para entonces sea ya demasiado tarde como tantas veces en la vida. Miedo a sentir algún día que debería haber mandado esta vida a tomar viento porque en numerosas ocasiones siento que no es esto a lo que debería dedicar mi tiempo y no haberlo hecho precisamente porque otro miedo te paraliza, el miedo a equivocarme, a descubrir que tampoco los sueños y las ilusiones son lo que uno esperaba cuando se cumplen. Miedo a comprometer una vida humana, una más que añadir a este mundo terrible para sentir que así cumplo con un paso más de mi existencia sin pensar acaso en lo que yo pueda darle, en si voy a ser un buen padre, si no estaría mejor en manos de alguien menos desquilibrado, menos azorado por los acontecimientos de la vida. Miedo a asumir esa tremenda responsabilidad. Miedo sin embargo a sentir la angustia en un futuro próximo o lejano de saber que no he cubierto esa etapa de mi vida y que ya es demasiado tarde. Miedo, terrible poderoso miedo. ¿Acaso no sientes como invade tu cuerpo y como te paraliza? Dime que no lo sientes y estarás demostrándome al menos que uno de ellos está ahí, el miedo a reconocerte débil y vulnerable, a decir abiertamente que el miedo siempre ha estado contigo, inseparable compañero de viaje de todo ser humano. Al menos en este foro yo he logrado librarme de este tipo de miedo, uno menos, me quedan sólo unos pocos.

29 de mayo de 2006

El día D

Después de una semana difícill, de mil presiones acumuladas el sábado por la noche estallé de golpe. Me pasa a veces cuando las decepciones me superan, cuando me siento un bicho demasiado raro incapaz de encajar en ningún sitio o cuando todo me lleva a pensar que la suerte no ha sido justa conmigo y parece que tampoco eso va a cambiar con el tiempo por mucho empeño y por muchas ganas que le ponga a la vida y a tomar el toro por los cuernos. Soy una pequeña olla a presión acostumbrado a tragar con todo pero que de vez en cuando no puede más. Supongo que porque soy bastante estoico, acostumbrado a soportar los avatares de la vida sin quejarme demasiado, que no me gusta preocupar a los demás con problemas que son sólo míos, que no quiero dar lástima, que no me gusta ir de víctima por el mundo porque no me gusta importunar ni obligar a la gente a que haga algo que no quiere y le supone alguna molestia. Así que voy por ahí siempre sonriente, siempre dispuesto, siempre feliz aunque la fama de borde también me persigue en un dualismo que me he ganado a pulso. Soy un bufón en definitiva, ese es mi papel en este mundo, el que yo elegí, el que mejor se me da, el único que me sirve para destacar, para sentirme alguien en este planeta. Muchos que me conocen desde hace tiempo se han sorprendido al leer mi blog, ese no es el Dani que yo conozco habrán dicho al notar cierta melancolía y tristeza que supongo no consideraban propia de mi y no encontrar en ninguno de los comentarios al chico divertido con el que suelen quedar. No sé si esperaban reírse cuando entraron en estas páginas, la realidad es que dejo de lado ese papel cuando me pongo a escribir, que no me sale mi lado gracioso sino el más profundo y desolador. Que le voy a hacer. Por eso resulta tan extraño y llama tanto la atención cuando estoy triste, cuando no asumo el rol que yo mismo me he adjudicado y que todos esperan de mí. Y el jueves cuando quedé con mis compañeros del antiguo trabajo, obligado en parte porque sentía que tenía que ir a despedirme de una de ellas que dejaba Madrid para marcharse a vivir al extranjero tuve que hacer un verdadero esfuerzo por ser gracioso aunque sé que al principio no resulté especialmente convincente. Y es que incluso cuando hacía la pregunta de cortesía ¿qué tal estás? notaban en la respuesta, en ese "bien" que todos soltamos mecánicamente y sin reflexionar siquiera que resultaba forzado, que sonaba poco convincente y me lo dijeron. Acabé animándome, no me quedaba otra, aunque no fue ni de lejos una de mis mejores actuaciones. Supongo que me fue mejor en el cumpleaños del sábado, que estaba más concienciado de que tenía que ser el tipo divertido de siempre y es que además en este caso el alcohol ayudó bastante. Pero ha sido esta una semana de demasiadas presiones y creo en definitiva que me hubiera venido mejor quedarme en casa y no tener que soportar una vida social tan intensa. Incluso que algunas confesiones llegaron a destiempo, demasiado tarde como tantas cosas en la vida y en un momento muy poco propicio. Cuando me marché de la fiesta lo hice hastiado, agotado de todos y de mi mismo. Como siempre en estos casos después de la crisis intento recomponerme, coger fuerza para darle un nuevo empuje a mi vida así que me levanté dispuesto a mirar la vida con otros ojos y a dedicarme un día entero a mí mismo, el día D del título, el de la inicial de mi nombre, sin presiones, sin roles que asumir, yo sólo en la ciudad, sin ningún plan prederminado y con mil opciones en la cabeza. Quería disfrutar como un turista más de Madrid, perderme solo en sus calles como en otras ocasiones hiciera en Viena, Copenhague o París así que ni siquiera encendí el móvil para no sentir que nadie me importunaba y rompía la burbuja de aislamiento exterior. Lo llevé conmigo aún así, asustado de la posibilidad de sentir que de repente lo necesitaba, que echaba en falta escuchar la voz de alguien cercano. Fue un día completo. Salí a correr por el parque, me perdí en los puestos del Rastro, leí el periódico mientras disfrutaba de una cerveza en la cafetería del museo Thyssen, me tomé un café sentado en uno de los sofás del Starbucks del centro y visité la colección de Carmen Cervera del Thyssen que no había visto. Durante 9 horas estuve solo, incluso en la hora de la comida, como hace Carrie en uno de los capítulos de "Sexo en Nueva York", uno de los que más me gustan, cuando consciente de que su soledad no tiene porque ser una mera etapa de transición en su vida sino que puede convertirse en algo más permanente y duradero asume con valentía el tener que ir sola a un restaurante de Manhattan y decirle al camarero que no espera a nadie para que le retire la silla y los cubiertos de la mesa de ese acompañante que nunca llegará. Porque está sola pero que no por eso va a dejar de hacer aquello que le gusta como disfrutar de un día soleado comiendo en una de las terrazas del Soho o del West End, sola pero no infeliz. Fue un buen día, justo lo que necesitaba para olvidar una semana complicada y empezar esta con buen pié y sólo lamento haber preocupado a alguien que me buscaba, que me llamó insistentemente toda esa mañana y esa tarde tratando de localizarme. Lo siento, no te merecías la preocupación. Contigo precisamente sentí que era yo mismo, sin ninguna máscara y sin artificios. Contigo pasé una bonita velada la noche del miércoles, contigo me relajé y me dejé llevar olvidándome de todo. Gracias de nuevo

28 de mayo de 2006

Donde el corazón me lleve

Pasión Así la define la Real Academia de la Lengua Española: 1. Perturbación o afecto desordenado del ánimo. 2. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona. 3. Apetito o afición vehemente a algo. Un elemento muy propio de nuestra cultura, la española, de raíces mediterráneas y latinas, creativa, bulliciosa y vibrante. Yo también formo parte de ella y recojo en cierta manera parte de sus valores aunque muchas veces parezca un frío habitante del norte de Europa, tan poco dado a la expresión de mis sentimientos, tan inequívocamente distante en ocasiones, tan ordenado y perfeccionista en el trabajo y en otras facetas de mi vida (he de reconocer que en otras soy un poco desastre). Y es que me cuesta ser más espontáneo porque en definitiva me he criado en las húmedas tierras gallegas y porque mi padre me ha educado en la sobria cultura castellana de Tierra de Campos y eso marca demasiado. Además la vida nos fuerza a reprimir nuestros sentimientos, especialmente a los chicos ya en la adolescencia cuando uno no deja de ser un proyecto de hombre que reafirma su virilidad yendo de duro por la vida y aunque intento que todo eso no pese en mi carácter ahí sigue, soterrado pero aún tremendamente presente. Sin embargo en el amor soy tremendamente visceral, lo reconozco, y me cuesta controlarme cuando me ilusiono, cuando veo que algo marcha, que se despierta en mí la llama del deseo y que lo que siento va más allá de lo puramente físico y sexual. Si me dan cancha, si me siguen puede ser todavía peor. Y es que aunque a veces me asusta me da la sensación de que por amor estaría dispuesto a cualquier cosa, que aunque parezca un tipo con cierto control soy capaz de soltarme la coleta cuando los sentimientos me embriagan. Aún recuerdo, creo que fue en el 2003, como mi imaginación hacía planes para irme a vivir a Buenos Aires detrás de un sueño. No sé si llegaría a tomar la determinación si las cosas no se hubiesen torcido ya en España pero disfrutaba imaginando viviendo en su casa porteña en la peor época del corralito, una de las peores crisis que ha azotado a Argentina. Mientras tantos argentinos huían a España en busca de un futuro mejor en mis sueños yo hacía el camino a la inversa para vivir en una nube de algodón, en la que me sentía cuando estaba a su lado. No sabía qué iba a hacer en un país en crisis pero ¿es que acaso eso importa cuando eso me permitiría estar a su lado a toda costa? También es verdad que al final la razón suele imponerse, que por mucho que lloré en el aeropuerto de Cali y por mucho que me costara coger un avión que me devolvería a Madrid sabiendo que detrás dejaba una relación que había sido y sigue siéndolo aún ahora una de las mejores cosas que me han pasado en la vida nunca me planteé quedarme en un país con tantos problemas y dificultades porque aquello me parecía una tremenda locura. Y es que en definitiva, si no había esa pasión al principio sabía que algo iba mal, que realmente no había los cimientos necesarios para construir nada en serio asÍ que ya me encargaba yo de cortar, de hacer ver que aquello no iba por buen puerto. En ocasiones me engañaba a mi mismo, no había tal pasión sino la ilusión de compartir algo con alguien interesante así me dejaba llevar para al final darme cuenta de que todo era un error, que en realidad no sentía ese algo que necesitas para poder construir algo de futuro. Todo acaba por salir a flote y es que si de algo soy incapaz es de fingir unos sentimientos que no tengo y que aunque puede que pocas mis muestras de cariño son sinceras. Cansado sin embargo de ilusionarme y de decepcionarme una y otra vez, escéptico en el amor y en tantas otras cosas en la vida, empecé algo sin muchas esperanzas, sin apenas ilusión pero con un pensamiento claro: ¿de qué vale todo eso, de qué vale hacer caso al corazón si siempre me ha llevado por sendas equivocadas, por caminos tortuosos y hacía un mismo final, el de mi eterno amigo el sufrimiento? Si la razón te dice que podría funcionar, que sois compatibles, que es un tipo interesante, divertido y de fiar, que te sientes bien a su lado ¿qué importa que no sientas nada especial a su lado, que no despierte en ti las ganas y la necesidad de volver a verle cuanto antes mejor? Y me lancé, me dejé llevar y no fue hasta la semana pasada que me di cuenta de que en realidad aunque se equivoque y elija el peor momento, el peor lugar e incluso se fije en la peor persona el corazón es el único termómetro de las relaciones humanas, al menos de las relaciones de amistad y de pareja y que si no está al rojo vivo, que si el mercurio no está a punto de estallar en la varilla de vidrio cuando le ves aparecer, que si no te tiemblan las piernas y se te revuelve el estómago cuando estás a su lado no hay nada que hacer y entonces sólo estás perdiendo el tiempo, engañándote a ti mismo y a los demás y creo que ya no tenemos edad para andar tonteando sin sentido

22 de mayo de 2006

Le plat pays

Hace una semana recorría las calles de tu capital, más de un año y medio después de la última vez, recordando los viejos tiempos de un año, el 2000, que guardo en mi memoria con cierta nostalgia y es que todavía sigue siendo uno de los mejores de mi vida. Muchas cosas han cambiado desde entonces aunque nunca como esta vez me ha costado tanto volver a Madrid. Ni siquiera cuando regresaba definitivamente a España después de mi experiencia Erasmus con la conciencia de que tardaría en volver a pisar los mismos lugares que me fueron tan familiares una vez me costó tanto tomar el avión que me devolvería a mi casa. Supongo que entonces pesaban más las ganas de volver a ver a mi gente después de varios meses y de alejarme de una ciudad que se vaciaba poco a poco a medida que el verano se acercaba. Y es que no hay nada más triste que cerrar una casa que habían ido abandonando poco a poco los que antes fueron parte indispensable de su rutina diaria. Supongo que en parte fue la complicidad recuperada entre Marie y yo después de tanto tiempo sin vernos, de tantos acontecimientos de los que apenas habíamos hablado, sentir que volvíamos a ser los amigos que fuimos un día y que había recuperado la confianza y la intimidad que el tiempo y la distancia se encargaron de romper. En parte también porque necesitaba volver a divertirme como lo hice la noche del domingo, una noche loca e intensa en la que me reí como hace tiempo no hacía y sentir que alguien me colmaba de atenciones, que alguien volvía a preocuparse por mi como nadie lo había hecho en los últimos meses, unos meses en los que me había sentido irremediablemente solo y de eso me di cuenta en este viaje. Me costó volver, coger el tren hasta al aeropuerto y retornar a la rutina de Madrid, en parte porque me parecía que nada ni nadie realmente importante me esperaba. Sé que no es verdad, que si me hubiese quedado el espejismo de esos tres días, de mi presencia permanente en la ciudad hubiese suavizado las cosas y que hubiese empezado a echar de menos a tanta gente indispensable que forman parte de mi vida diaria en Madrid. Ayer sin embargo me di cuenta de que en cierto modo Madrid volvía a darme la espalda. La escena me resultaba familiar, de nuevo un restaurante cualquiera, una mesa de dos, dos personas frente a frente mirándose a los ojos y una conversación dura, un tenemos que hablar seriamente al que la experiencia me ha hecho temer sin remedio. Había hecho un esfuerzo por ilusionarme aunque los comienzos fueron algo ambiguos, extraños en alguien acostumbrado a algo más apasionado y visceral. La poca ilusión que había conseguido alcanzar en el último mes con cierto esfuerzo, empeñado en que valía la pena intentarlo y que tenía que echarle coraje a la vida y arriesgar, se evaporó de pronto al saber que la falta de ilusión era compartida, que ninguno de los dos sentía que esto iba por el camino esperado. Podríamos seguir así toda la vida, viéndonos una vez por semana aunque lo nuestro salvo por dos besos esporádicos se asemejase más a una relación de amistad que a algo más profundo pero creo que no era lo que ninguno de los dos buscábamos. De pronto sentí que volvía a estar atrapado en la misma situación que hace no tanto tiempo, que los acontecimientos parecen condenados a repetirse una y otra vez aunque cambien los escenarios y los intérpretes. Afortunadamente esta vez puedo decir que puedo soltar lastre sin temor a hundirme en el proceso irremediablemente, que olvidar no va a ser el esfuerzo titánico del año pasado, que seguiremos en pié haciendo frente a las adversidades y que la vida no se mide por las veces que caemos sino por las que nos levantamos para seguir adelante.

7 de mayo de 2006

El legado

Leyendo el blog de Jorge León, el tetrapléjico que se quitó la vida hará una semana no puedo evitar sorprenderme de cómo alguien en una situación límite como la suya mira la muerte cara a cara, sin miedo aunque con respeto, consciente de que en su caso la muerte no es más que una aliada cuando la vida, ese hermoso y mágico don se ha convertido en una pesada carga. Habrá muchos que le juzguen, que consideren que la vida es el regalo más hermoso que nos han hecho y que no tenemos el derecho a desprendernos de é, a todos ellos les diría que incluso el mejor regalo llega un momento que se estropea, que de tanto usarlo pierde la función que tuvo algún día y que por mucho valor sentimental que guardemos no deja de ser un trasto inútil que ocupa demasiado espacio en este pequeño planeta y que aunque cueste desprendernos de é no queda más remedio que decirle adiós. Para los que les apetezca buscad su blog en la red, sed bienvenidos en sus páginas y en sus reflexiones, duras pero sinceras. Jorge, mucha suerte en tu nuevo camino. La muerte era tu deseo. La misma muerte cuyo nombre los demás evitamos pronunciar y tocamos madera para alejar el mal fario y evitar su presencia cada vez que alguien la nombre pese a que se sitúa amenazante sobre nosotros como la pesada espada de Damocles sujeta por un hilo finísimo que amenaza constantemente con romperse. Porque los que nos quedamos, los aparentemente sanos nunca sentimos que hemos de prepararnos para ella ni percibimos siquiera su presencia. Necesitamos creernos inmortales hasta que empiezan a caer ante nosotros la gente de nuestro alrededor como en una partida de bolos macabra. Supongo que porque para vivir, para reír, para disfrutar de la vida necesitamos olvidar que existe, no mirarla frente a frente y creernos invencibles cuando desde el primer llanto, desde la cuna estamos condenados a encontrarnos con ella y perder en esa partida de ajedrez que tan bien representó Ingmar Bergman en El séptimo sello. Mientras tanto seguimos moviendo ficha, una tras otra, sin saber detrás de que movimiento estará ese jaque amenazante del que todavía podemos salir indemnes o ese jaque mate final, el que nos lleve al abismo, al final de todo, muchas veces sin avisar, sin darnos tiempo a despedirnos de los demás y con demasiados planes sin cumplir y sueños sin realizar. En realidad porque la muerte no forma parte de nuestra vida diaria, porque tenemos la suerte de no vivir en Bagdad, en Somalia o en muchos otros lugares del planeta, lugares donde la frontera entre la vida y la muerte se difumina, donde la vida del ser humano apenas vale nada y donde salir de casa cada día puede significar no volver jamás. Y es que sólo una vez sentí algo similar a lo que deben sentir aquellos que se saben constantemente amenazados, fue justo después del 11M, cuando hacer algo tan cotidiano y tan exento de peligro como coger un metro en una ciudad del primer mundo como Madrid me revolvía el estómago y no era el único, por la mirada de los demás sentías que la desconfianza reinaba en el ambiente, que había miedo, que aquello nos tocó a todos demasiado. Pasó, lo fuimos olvidando y apenas hoy queda un recuerdo lejano de todo aquello pero la sensación de angustia todavía la percibo vivamente. Tampoco soy yo de los que piensa a menudo en la muerte, tengo aún tantos planes por hacer. Creo además que todavía la vida me tiene cosas reservadas, algunas de ellas sensacionales y es que no puedo evitar ser un optimista nato aunque el tono de este blog muchas veces dé que pensar. He de reconocer que leyéndolo a veces tengo la sensación de estar mirando el cuaderno de bitácora de un moribundo, alguien que sabe que le queda poco tiempo. Alguien empeñado en hacer cuentas con su pasado, en pedir perdón a todos aquellos a los que hizo daño, en reflexionar sobre aquellas cosas que con el paso de los años y echando la vista atrás empieza a ver como importantes, en dejarlas por escrito para que aunque ya no esté aquí siga viviendo como uno más en esta página, como sigue vivo Jorge León en su blog. Y es que alguien me dijo que le extrañaba que nunca hablara en este blog de mi futuro, de mis sueños o de mis ilusiones y sólo recrease el pasado una y otra vez. Supongo que porque prefiero guardar mis anhelos más íntimos para mi, que son parte de mi yo más profundo, que no quiero tener que escribirlos para no tener que soportar con los años ver como siguen ahí, rotos e inalcanzables, cada vez más. Te contaré sin embargo un sueño que habla de mi futuro, un sueño macabro que tengo muchas veces despierto: mi propio entierro. Y es que en realidad nunca estaré allí realmente presente para ver si es tal como me lo imagino o como me gustaría que fuese. De hecho el sueño no lo vivo con dolor, ni con miedo, sino que asisto como mero espectador, como un espíritu presente pero al que nadie ve. Me imagino el bellísimo cementerio de Alcabre en Vigo al borde de la ría en un día soleado de primavera o verano, el mar brilla y devuelve sin piedad los brillantes reflejos del sol, la brisa marina acaricia la cara de los asistentes y huele a una mezcla de salitre y flores. Sí, ese mismo lugar por el pasé tantas veces contigo camino de la playa, no me digas que no lo recuerdas. Hay mucha gente, veo sus caras y tampoco siento que el dolor les embargue, al fin he conseguido reunir en un solo lugar, en un solo momento a todas las personas que son y han sido importantes en mi vida. Las veo desfilar a todas ellas y aunque no pueda hablar con ellas, de hecho ni siquiera perciben mi presencia, me alegra volver a verlas y que hayan hecho el terrible esfuerzo de venir a darme el último adiós. Han venido desde tan lejos, de París, de Bruselas, de Londres, de Colombia..., de lugares tan dispares y tan distantes que me siento feliz al saber que están aquí porque mi muerte pese a que el tiempo y la distancia hizo mucho en separarnos mientras vivíamos, les ha tocado en algún lugar de su memoria, de sus recuerdos, porque se han dado cuenta de lo que vivimos juntos fue lo suficientemente importante como para venir a este punto perdido del planeta, muy cerca del Finis Terrae romano, a verme marchar. Porque soy de los que piensa que lo importante de esta vida es haber entablado relaciones profundas, sinceras con la gente y haber ayudado, en la medida de lo posible, a hacer la gente que me rodea más feliz. Puede sonar ridículo, quizás debería decir que tengo ansias de grandeza, de ser recordado como uno de los grandes próceres de la patria, homenajeado el día de mi muerte, galardonado con premios y reconocimientos, incluso decir que para mi lo importante es la familia, fundar un hogar y perpetuar mi sangre y apellido por los siglos de los siglos. En realidad me conformo con saber que muchos de los que se cruzaron en mi camino guardan un bonito recuerdo y aunque últimamente sólo consigo meter la pata, hacer rabiar a muchos de los que me importan, me gusta creer que me echarían de menos, que no es tan fácil saber que ya no estoy ahí y no voy a estarlo nunca, del mismo modo que yo echaría tanto de menos a tantos que me importan aunque apenas les vea. Y me quedo con un frase que oí ayer, la frase que me gustaría que dijeran los que me conocieron: dejó un mundo mejor del que llegó. A pequeña escala, con pequeños detalles, sin grandes proezas, poco a poco pero que sería este mundo sin esos pequeños detalles...

5 de mayo de 2006

El discreto encanto de la burguesí­a

Me llamabas burgués y con razón cuando te contaba cómo organizaba esta maldita reunión internacional que me ha traído un poco loco las últimas semanas e incluso meses, hoteles de cinco estrellas, restaurantes de lujo con terraza con vistas sobre la Castellana y mil detalles más. Y si sólo fuera eso, creo que me he acostumbrado a demasiados pequeños lujos, a la tarjeta plata de Iberia Plus que me han mandado recientemente, a las salas Vip de los aeropuertos, a esos restaurantes elegantes donde a veces me invitan, a la clase preferente en el Ave, al trato exquisito que confieren esos pequeños lujos. Cierto es que mi vida normal es mucho más frugal, que no se me caen los anillos por ir en bus al trabajo con muchos de los inmigrantes que trabajan de jardineros y en el servicio del barrio residencial donde están mis oficinas, que sigo limpiando mi cuarto de baño y comprando en el Dia aunque lo alterne con El Corte Inglés. En parte porque quiero mantener los pies en la tierra, porque no quiero olvidar quien soy y de donde vengo, una familia de clase media sin demasiados acomodos, porque no quiero acostumbrarme a algunos lujos aunque cuando los disfruto parezca un niño con zapatos nuevos, con esa sonrisa estúpida y esos ojos brillantes del que se siente deslumbrado por un estilo de vida que le parecía inalcanzable cuando vivía en los suburbios soñando con ese mundo del papel cuché. Y es que muchas veces tengo la sensación que me he colado en alguno de los reductos de la clase alta española, que en el trabajo, especialmente en algunas multinacionales donde he trabajado y sigo trabajando, existen determinados clanes familiares, algunos apellidos de solera que pesan demasiado y a veces no puedo evitar sentirme como el que se ha infiltrado en un espacio que le pertenece a otros aunque me lo haya ganado a pulso y no me hayan regalado nada. Pero incluso en la parcela más privada, también aquí, poco a poco, se han ido colando algunos caprichos y si puedo compro antes en Massimo Dutti que en Zara aunque sean de la misma compañía, que aunque forzado en parte por las circunstancias hay alguien que limpia las zonas comunes del piso que comparto, que no soy nada sin unas vacaciones en el extranjero todos los años, sin salidas esporádicas al teatro... Caprichos que han llegado para quedarse, y es que resulta tan fácil acostumbrarse al lujo y cuesta tanto volver a la vida austera del principio. Por eso me asusta seguir cayendo en este hedonismo sin sentido e ir añadiendo algunos más, sentir que empiezo a necesitarlos como el aire que respiro, que este tren de vida hay que seguir manteniéndolo, que la locomotora sigue caminando a toda máquina y necesita combustible, cada vez más, para al menos mantener la misma velocidad, el mismo ritmo de vida. Y es que sin pretenderlo me he ido convirtiendo en un pequeño burgués con un nivel de vida más que aceptable y aunque reniego del estilo de vida de muchos de mis compañeros de trabajo, de sus vacaciones en el Caribe, de sus BMW todoterreno, de su vestimenta tan previsible, plagada de caballos y cocodrilos, de su relajada vida en las urbanizaciones que plagan los alrededores de Madrid no puedo evitar haber adoptado alguna de sus costumbres. Aún recuerdo como me miraron con extrañeza mis antiguos compañeros de trabajo cuando aparecí en una cena con una camisa de Ralph Lauren con la bandera americana, era un regalo pero les sorprendió verme con ella y sin embargo ahora ya tengo tres. Es verdad que me costaron muy poco, las compré en oulet pero sé que hace años ni se me habría pasado por la cabeza probármelas. Incluso en la terrible decisión de comprarme un piso aunque opté por una de las zonas menos exclusivas de Madrid, Lavapiés, el barrio de la inmigración, del mestizaje y de la cultura alternativa lo he hecho en uno de las promociones más exclusivas, con todo detalle y una piscina en la terraza que va a ser la envidia del vecindario. Y es que aunque intento no caer en sus terribles garras hay algo de la burguesía que me resulta especialmente atractivo y creo que no son tanto sus placeres sino lo previsible de la vida burguesa, la tranquilidad de los barrios residenciales de la clase media-alta, la sensación de que la vida no presenta ningún sobresalto y que todo está definido de antemano: nacer en una buena familia, educarse en los mejores colegios, encontrar un buen trabajo, casarse, formar una familia, criarla y jubilarse para jugar al golf con una pensión envidiable a los 55 años... Todo parece estar establecido desde la cuna hasta la tumba. Sin embargo también reniego de esa vida tranquila, me resulta demasiado aburrida, previsible, edulcorada y necesito sentirme vivo, para lo bueno y para lo malo, porque siento que la vida es más intensa que pasar el fin de semana de tiendas por Serrano, de copas por el barrio de Salamanca o en la Ópera en el Teatro Real. Me muevo entre estos dos mundos, a veces con destreza, en ocasiones más forzado, y me siento como el protagonista de "Lobo estepario", la novela de Hermann Hesse, oscilando entre la figura del hombre, del burgués respetable y educado y la bestia, la brutalidad pero también la frescura, la espontaneidad y la vida. El margen se estrecha, cada vez más. Las posibilidades del lobo estepario de salir a la luz son cada vez menores y las exigencias de la vida burguesa, de la hipoteca que en breve sacudirá mensualmente mi cuenta corriente hacen que mi vida se vaya plegando poco a poco a un esquema de vida cuadriculado sin pocas posibilidades de escape, la jaula que encierra al lobo se estrecha y sus barrotes son cada vez más fuertes y la única posibilidad que tiene el lobo de volver a ser el animal libre y salvaje de un día es aullar, aullar lo más fuerte posible para que me no me olvide de él, para que sepa que sigue ahí, esperando el día que decida dar vía libre de nuevo a esa bestia salvaje llena de odio y rencor por los años de encierro, dispuesta a devorar al hombre que el encerró durante tanto tiempo, al burgués irreductible que por ahora se conforma con sonreír consciente de su triunfo. Te sigo escuchando, hermano lobo, aunque muchas veces prefiera olvidar tus gritos y tus aullidos