27 de septiembre de 2006

En la pasarela

Leí una nueva entrevista a Christopher Bailey en el número de octubre de GQ. Una más sobre el nuevo chico de moda en el negocio del lujo, el diseñador de la clásica firma británica Burberry. Uno de los artífices del nuevo rumbo de una firma hasta entonces anquilosada en un pasado brillante aunque demasiado abigarrado y tradicional para el cambiante mundo de la moda plagado de nuevos valores y gente joven. Savia nueva con la que alimentar y modernizar las clásicas firmas del pasado como Gucci o Dior y crear otras nuevas, más vanguardistas. Bailey es una pieza más del engranaje, fichado para dotar de modernidad a Burberry y recuperarla para el universo del lujo, para volver a hacer de la enseña del caballero un referente en el mundo de la moda, para volver a ser la generadora de tendencias que fue en el pasado sin olvidar la tradición de la firma representada por sus míticos cuadros y gabardinas ahora reformulada a través de las tendencias más vanguardistas, el uso de nuevos tejidos y los cortes más modernos. Su presencia mediática en España está más justificada, inaugura tienda propia en la milla de oro madrileña, la segunda o la tercera de España y asiste a la inauguración como invitado de lujo. Las fotografías oficiales muestran la imagen de un chico rubio típicamente británico y con cara de niño bueno a la que contribuye también su pose, incómoda, molesta como si los focos de la cámara no fueran consigo, como si las labores de relaciones públicas fuesen lo que más le molestase de este negocio y como si en el fondo donde se sintiese verdaderamente a gusto fuese en su taller, creando y diseñando las nuevas colecciones. Una imagen de individuo hermético, tímido aunque sus colaboradores le definan como un tipo afable y cordial con el que resulta difícil no sentirse a gusto trabajando. En general todas las entrevistas abordan Únicamente su faceta de diseñador, su trabajo al frente de la enseña y sus colecciones y parece que quisiera mantener su vida privada al margen. Sin embargo una de ellas revela un detalle que le hace más humano, lejos de la imagen fría y distante de los maniquís que pueblan las pasarelas. El que probablemente es el golpe más trágico de su corta vida, la muerte, hace apenas un año, víctima de una larga enfermedad del que fuera su novio durante casi 10 años. Desde entonces ha encontrado en la moda, su trabajo y su pasión, el refugio necesario en tiempos de adversidad, un remanso de paz en el que olvidar una historia triste y dolorosa que enfrenta aparentemente con una entereza admirable. Una larga relación que sorprende en el mundo frívolo y superficial de la moda. Su capacidad creativa, su fuerza y sobre todo la aparente distancia con la que logra mantenerse al margen de un entorno que me resulta demasiado obsceno y hedonista son dignos de admiración aunque Él mismo reconozca divertirse con las excentricidades del mundo del lujo. Un escaparate a precios imposibles, prostituido como pocos por el vil metal e inaccesible para la mayor parte de los mortales por mucho que se hable de la democratización del lujo pero que influye en toda la sociedad más allá de su capacidad para definir las nuevas tendencias de la moda y el diseño. La industria de la moda define hoy también los sueños, el ideal de vida y los cánones de belleza de muchos con la ayuda inestimable de unos medios de comunicación de masas y de su potente industria audiovisual, difusores de sus imágenes, transformadas en los nuevos iconos de una sociedad occidental desacralizada y sin más referentes que la belleza, el éxito y el dinero. Y precisamente oigo hablar de Bailey este año, el primero y quizÁs el Último en el que acudo a la Pasarela Cibeles de Madrid con la curiosidad de un primerizo en esto de modelos, desfiles y diseñadores, decidido a impregnarme de su supuesto glamour y conocer desde dentro la industria del lujo española, menos aparente que la francesa o la italiana pero igual de inaccesible y exclusiva que el resto. Salí de allí feliz después de una experiencia diferente y única, medio borracho, eso también, tras haber bebido un par de botellines de Moet Chandon pero harto de mantener una pose en la que no me siento cómodo, temeroso de meter la pata, de que los demás notasen que era un infiltrado, de no saber estar a la altura de un mundo que hasta entonces me había estado vetado. También la artificialidad del lujo llegó a molestarme. Necesitaba salir de allí para sentir que había algo más fuera de los muros de Cibeles, un mundo plagado también de miserias, dolor y fealdad pero más auténtico y no tan edulcorado como el que acababa de presenciar. Todo simulaba ser una gran mentira y aunque no debería sorprenderme, trabajo en marketing al fin y al cabo, me resultaba en cierto modo irritante y banal. Imagino que debe ser difícil mantenerse al margen y no caer en las redes de la frivolidad cuando has llegado a lo más alto en el mundo de la moda, seguir siendo un tipo accesible y amable cuando recibes los aplausos del público y el apoyo de los críticos y de los grandes gurús de la moda. Por eso me sorprende la actitud de Bailey. No le conozco, probablemente no le conoceré jamás y tampoco sé si se trata más de una falsa apariencia de modestia y sencillez que de algo real pero prefiero pensar que es un tipo salido de un barrio de clase media de Inglaterra sin grandes pretensiones, con un único sueño, el de poder dedicarse a un trabajo con el que se nota disfruta de veras y con el sabe expresarse como nadie ante el mundo. Prefiero imaginármelo asÍ a que pensar que se trata de alguien más orgulloso y sofisticado. Creer en definitiva que a Bailey todo esto lo queda algo grande, que sus sueños no llegaban tan lejos y se ha visto sorprendido por el éxito y la atención de los focos. En definitiva, un gran tipo al que admirar, alguien a quien la fama y el reconocimiento público no ha cambiado, un modelo a seguir para no olvidar quién soy, de dónde vengo y cuáles han sido siempre mis valores y mis referentes aunque el destino y la curiosidad me hayan llevado a moverme en otros círculos, a codearme con otro tipo de gente y a vivir experiencias que para muchos que como yo se han criado en un barrio de clase media de una ciudad de provincias resulten extrañas y lejanas.

25 de septiembre de 2006

El dolor de una sospecha

La semana pasada volví a escuchar la canción, llevaba tiempo tatareándola desde que hace más de un mes volví a ver la película en la que me cautivó. Estaba en el coche de una compañera del trabajo y la tenía puesta, le comenté que me gustaba y se ofreció a dejarme el CD. Todas las canciones de Damien Rice son lentas, pausadas, muy vocales, la que ya conocía, Blower’s Daughter acompaña el final de "Closer". La película es una adaptación de una aclamada obra de teatro y por eso a veces da la sensación de que los escenarios sobran porque lo realmente importante son las relaciones que establecen sus cuatro protagonistas, una trama personal llena de engaños, reproches y orgullos destrozados, esencialmente masculinos, en un guión condensado y de una profundidad sorprendente para una producción de Hollywood con pretensiones comerciales. Closer aborda desde una perspectiva madura e inquietante los problemas de pareja, los celos, las dudas y las pasiones de dos hombres y dos mujeres que entrecruzan sus vidas a través de un diálogo muy cuidado aunque a veces resulte Áspero, duro y sombrío. Quizás sea eso lo que le dé realismo a la obra, no hay tapujos, el deseo y la lujuria por un lado y el dolor, el odio y la rabia del que se siente engañado aparecen retratados de una manera brutal. Y viéndola como espectador sentí que no era posible mantenerse al margen de una historia universal, de las dudas y los temores de unos personajes en los que era difícil no sentirse reflejado. Sin embargo sentí que la actitud de los personajes masculinos cuando se saben engañados, sus ansias por conocer todos los detalles de esa infidelidad, los más escabrosos y duros, era una actitud estéril y dañina. Porque escuchar de los labios de las mujeres cómo, cuando y dónde de sus relaciones adúlteras no sirve para intentar entender el porqué y sólo trae consigo más dolor y acaba generando más odio. Yo también tengo fama de curioso, de cotilla incluso, en cierto modo no podía haber escogido mejor mi trabajo porque me pagan por indagar, descubrir que hay detrás del comportamiento de los individuos cuando compran, cuando deciden una marca o valoran una campaña publicitaria. Sin embargo hay cosas que he preferido o que no me he atrevido a preguntar porque sólo imaginar la respuesta, la más terrible, la que sospechas como verdadera siento como ardo por dentro de rabia y como se me contrae el estómago. Y es que imagino que una vez que tienes la confirmación de lo que hasta entonces no era más que una sospecha, una vez escuchas la sentencia condenatoria no hay manera de volver atrás, a partir de ese momento toca aprender a vivir sabiendo que te han sido infiel al menos una vez. Una sola frase basta para que la confianza en el otro se evapore, la mayor parte de las veces irremediablemente y lo que es peor, para que también desaparezca la confianza en uno mismo, la seguridad de que uno es lo suficientemente bueno como para retener a ese al que quieres a tu lado, lejos de las tentaciones de un mundo plagado de ellas y ajeno a esa búsqueda que en realidad no se detiene jamás, a esos ojos escrutadores que buscan lo que desean y desean lo que ven. He visto a muchas personas sentir la inseguridad en sus carnes, a individuos excepcionales y seres maravillosos dudar de su capacidad para sentirse a la altura de los demás por culpa de una infidelidad demasiado dolorosa, de un engaño que nunca han podido o sabido curar del todo. Por eso en aquellas ocasiones en las que he tenido dudas he preferido no indagar demasiado, para no herirme innecesariamente he optado por mirar a otro lado si sólo había leves sospechas más propias de los celos que de la existencia de evidencias muy claras. Sólo una vez consulté los mensajes de un móvil que no era mío devorado por las dudas y las sospechas para leer en una bandeja de entrada plagada de mensajes un par de ellos que casi me destrozan, propuestas ilícitas a alguien que entonces significaba demasiado en mi vida. No quise leer sus respuestas en la bandeja de salida, no quise o no pude, preferí confiar y creer que eran propuestas que había rechazado y nunca se lo dije, culpable de haber leído algo que no me pertenecía, de haberme inmiscuido en una parcela de su intimidad, de haber sospechado y dudado de su palabra. Esa duda me ha perseguido desde entonces pese a que ya forma parte de un pasado lejano y sin ninguna continuidad en el presente. Pese a todo creo que el pasado pasa factura en mi vida actual en forma de celos absurdos y de reproches a quien no se lo merece. Ayer recordé como me decías que lo que menos te gustaba de mi era que no tenía la seguridad de gustar a los demás, de ser lo suficientemente bueno. No había sido consciente de eso pero quizás necesite volver a creer en mí mismo antes de poder confiar en ti, quizás debería poner orden en mí mismo antes de enfrentarme a un proyecto que nos pertenece a ambos o tal vez puedas ser el bálsamo que necesite para curar las heridas de un pasado que no ha cicatrizado del todo. Puede que sea pedirte demasiado, hay cosas a las que uno debería tener que enfrentarse a solas antes de correr el riesgo de dar un paso en falso. Quizás sea demasiado tarde y vamos a tener que sufrirlo junto.

7 de septiembre de 2006

Siempre nos quedará Parí­s

Resulta curioso que tu nombre latino, Lutetia, signifique "residencia en medio del agua" aunque la majestuosidad del Sena no pasa desapercibido a nadie que te visite y hoy no se entendería París sin el suave abrazo con el que rodea a Notre Dame o sin el leve susurro con el que transita al lado de la torre Eiffel. Al revés que Madrid que creció y se desarrolló a espaldas de un río al que nunca se ha sentido especialmente unido, la ciudad París surgió en medio del Sena y sigue íntimamente unida a Él, a sus puentes, a sus muelles y a los barcos que lo transitan a diario lleno de turistas llegados de medio mundo. Y fue en medio de este río, en la pequeña Île de la Cité donde se asentaron sus primero pobladores, un entorno que imagino hostil en sus inicios, incómodo, oscuro, húmedo y lleno de barro, ahí nació el rutilante París. Mucho ha cambiado desde entonces la ciudad de la luz, mucho ha hecho el tesón de sus habitantes por domesticar a su compañero inseparable, por encajar el río entre grandes paredes de piedra, decorado de excepción de una ciudad de ensueño, escaparate para el mundo de la "grandeur" del imperio francés hoy ya venido a menos en este entorno globalizado y el lugar elegido por todos los presidentes de la 5ª República francesa para pasar a la historia y dejar una huella imborrable, nuevos iconos que sumar a todos los que jalonan esta ciudad repleta de historia y de monumentos. No era la primera vez que la visitaba, somos ya viejos conocidos, me he pateado sus calles muchas veces aunque siempre descubro nuevos rincones, lugares mágicos que no conocía y que muchas veces ni siquiera salen en los mapas. Eso es lo que me gusta de ella, ese aire misterioso oculto bajo su disfraz de vieja dama burguesa, esa sensación de que nunca la llegas a conocer del todo, que siempre te sorprende con coquetas terrazas en las que el tiempo parece no haber pasado, lugares donde tomar un café mientras lees o te entretienes viendo a la gente pasar ajena a la curiosidad de tu mirada. O esas diminutas plazas llenas de encanto, espacios ajenos a los circuitos turísticos pero que en lugares menos cargados de historia y de monumentos serían dignas de aparecer en los mapas como visitas inexcusables. Por eso me gusta dejarme llevar por mi instinto para recorrer sus callejuelas, muchas han sido las veces que lo hecho solo, también en esta ocasión hubo tiempo para perderme, para reencontrarme a solas con la ciudad. Lo diferente esta vez vino de tu mano. Gracias a ti pude ver el lado más pasional y romántico de la ciudad que tanto se me resistía, el más reconocido por todos cuando hablan de ella como la ciudad del amor. Como en la película "Antes del Anochecer" París se convirtió en un decorado grandioso en el que no paramos de hablar, disfrutamos como niños y nos fuimos conociendo un poco mÁs. Descubrí tu lado más tierno, sensible y educado, ese que ocultas bajo tu disfraz de payaso irredento, en eso te pareces demasiado a mi. Costó separarse, costó decir adiós aunque en realidad se tratase de un hasta luego despuÉs de tres días llenos de conversaciones, de risas y de largos paseos por el Sena. Contigo siento que puedo ser yo mismo, que nadie me juzga continuamente, que no tengo la sensación de defraudarte cuando me dejo llevar por la espontaneidad, que no necesito calcular cada paso que doy, contigo me siento relajado, feliz. "Siempre nos quedará París" te decía como consuelo cuando tuvimos que posponer algunos de los planes previstos para este verano. Y siempre nos quedará como recuerdo de un increíble fin de semana que ha unido irremediablemente esta ciudad contigo en mi memoria. Entraste en mi vida del mismo modo que el Sena atraviesa París, de un modo pausado y tranquilo pero poco a poco siento que como París hay una parte importante de mí que no se explica o no se entiende sin ese compañero discreto y mudo que se cruza a cada paso con todo aquel que recorre la ciudad. Sólo el tiempo dirá si has venido a quedarte para siempre, testigo silencioso de mi vida como el Sena lo ha sido de París durante siglos.