14 de abril de 2009

Jaque

Pensé que había madurado, que ya no me tomaba tan en serio el juego en el que se enfrascan dos personas que parecen atraerse, su tonteo aparentemente inocente de citas y quedadas, los nervios, las ganas de gustar sin demostrarlo demasiado, aparentando la indiferencia justa para evitar dar un paso en falso que te coloque ante el escenario de un posible rechazo que cobarde, prefieres sentir llegado el momento de una manera más sútil para evitarte un golpe fatal a tu autoestima, tan dañada después de tantos fracasos. Y como en un tablero de ajedrez vas dando pequeños pasos adelante aunque en ocasiones te ves obligado a recular y volver a la posición de partida para intentar al menos salir con un resultado en tablas. Hubo derrotas pero pese a todo ahí seguía, intentándolo, incasablemente, una tras otra, imbatible al desaliento, soñando con la partida perfecta sin olvidar que se trata de un juego en el que a veces se gana y tantas otras se pierde. Pero llegó él y le dio la vuelta a mi mundo infantil de juegos y pasatiempos, recordándome mi ansiedad enfermiza, mis inseguridades y mi terrible necesidad de sentirme querido y deseado destrozando a la vez mi castillo de naipes del hombre independiente, seguro de sí mismo y autosuficiente. La partida no ha acabado, de momento sólo es un jaque sin el mate de coletilla, tengo aún la oportunidad de mover mis fichas antes de que me toque volver a casa con el rabo entre las piernas dispuesto a lamer mis heridas. Batalla perdida tal vez pero la guerra sigue en el aire.