30 de abril de 2010

Mal invierno

El calor plomizo invade Madrid, de golpe, sin apenas aviso, tras un duro invierno llega sin avisar el verano y todo el mundo se apresura a sacar de sus armarios los pantalones cortos y las sandalias como osos perezosos que despiertan de su letargo invernal deseando corretear de nuevo por las montañas. No sé si será esto lo que nos deparará el cambio climático, veranos e invierno sin estaciones intermedias a las que aferrarse, precisamente las que por su suavidad prefiero, y es que pesa aún en mi memoria el clima de la Rías Bajas donde me crié, apenas curtida en todos estos años de vivencias en medio de la meseta castellana. Y todo parece como si avancese a mil por hora, las semanas se suceden mientras anhelo que llegue al fin de semana, dos días que al final me saben a poco y vuelta a empezar. La rutina se sucede a toda prisa con el vértigo de los días plagados de reuniones y de cosas siempre por hacer mientras el verano llama ya a la puerta. Y sin embargo algo ha cambiado, como una rutina más, poco a poco, sin apenas ruido se he metido en mi vida. Ya no hay apenas noche en la que no durmamos juntos, cena que no compartamos o programación televisiva nocturna que no comentemos a diario. Curiosamente todo ha sucedido sin ruidos y sin agobios. Sin apenas darme cuenta se ha instalado en mi vida, de manera natural, como si todo este tiempo hubiese estado esperándole, como si le conociese de toda la vida y sólo al final nos hubiésemos dado cuenta de que estábamos hechos el uno por el otro. Puede que no saltaran chispas entre los dos cuando nos conocimos pero la rapidez en la que nos hemos metido el uno en la vida del otro, sin hacer ruido, sin levantar ampollas, construyendo algo que se asemeja bastante a un refugio sólido ante la adversidad incluso me sorprende a mi mismo. Y es que la vida a veces puede resultar sencilla, sólo hace falta poner algo de tu parte y dejar que el verano arrastre el aire gélido de un mal invierno aunque sea a costa de una primavera tristemente abandonada.