27 de diciembre de 2008

Prop Nr 8

Ajenos a la votación del principios del mes de noviembre, la misma que traerá como inquilino de la Casa Blanca en 2009 a Barack Obama los carteles que buscaban la reprobación de la Proposición 8 que pretende prohibir en California los matrimonios entre personas del mismo sexo colgaban en muchas de ventanas de San Francisco tres semanas después de que hubiese sido aprobada por un exiguo margen. Huérfanos de resultados, triste recuerdo de una votación que se vivió en todo el mundo llena de esperanza e ilusión por el cambio que que suponía en el gobierno de la mayor potencia del mundo, su imagen era el mejor símbolo de que la elección de Obama también trajo al menos una mala noticia y ha servido para demostrar en uno de los estados más progresistas de Estados Unidos el poder de la intolerancia y la determinación de muchos por negar los mismos derechos que ellos disfrutan al resto de la población. Todas las parejas que se lanzaron a casarse en los escasos meses desde que el Tribunal Supremo del estado dejase la puerta abierta a los matrimonios entre personas del mismo sexo, cumpliendo al fin con un rito que en muchos casos llevaban décadas esperando, se quedan en un limbo legal de difícil solución. Quiero creer que todos esos carteles que seguían proclamando la libertad y la justicia en las casas de la tolerante San Francisco pese a los resultados son un ejemplo de la determinación de muchos californianos para seguir luchando para demostrar con hechos la grandeza de los valores de América, esos valores con los que tantos se llenan la boca mientras siguen negando derechos básicos.

Sonata para un hombre bueno

Supongo que todos los regímenes totalitarios son, de una manera u otra, del modo en que la Vida de los Otros retrata los últimos años de la RDA y de su policía secreta, la temida Stasi. De alguna manera u otra son conscientes de que su poder se basa en el uso de la fuerza, de la amenaza y el miedo sobre una población que al menos en parte no comulga con sus principios pero a la que mantienen sometida gracias a los engranajes de un potente sistema represor. Y es precisamente el mundo de la cultura, tan poco dado a sometimientos y siempre a la búsqueda de nuevos caminos expresivos, el que más siente esa falta absoluta de libertad que se da en los sistemas dictatoriales. Las cortapisas de los totalitarismos, el escaso valor que dan a las manifestaciones culturales que no sirvan para loar las bondades del líder, del caudillo que dirige sus vidas o del sistema es insoportable para muchos poetas. Ellos son los primeros que se exilian, así pasó con Antonio Machado y tantos otros en esta dictadura nuestra que parece ya un lejano recuerdo o menos aún, un hecho histórico para los de esta generación, la de los que nacimos en plena democracia. Muchos otros incluso murieron, víctimas también de las miserias de la Guerra Civil y de su larga postguerra. Pero en medio de la mediocridad de estos sistemas que todo controlan hay lugar para la esperanza, para la heroicidad sin recompensa, la de un pobre agente de la Stasi que cubre las actividades opositoras de uno de los grandes creadores teatrales de la Alemania del Este, sometido a vigilancia intensiva, aún a costa de estropear su futuro laboral y arriesgando su vida sin saber uno muy bien porqué. Y parece todo tan lejano, visto desde el prisma de la comodidad del sistema libre donde la libertad de expresión parece asegurada. Sin embargo no puedo evitar hacer examen de conciencia para darme cuenta de que yo mismo me autocensuro, especialmente en el ambiente laboral callo muchas cosas, consciente de que no casan con la ideología dominante de un departamento excesivamente escorado en la derecha. Es evidente que mi silencio dice muchas cosas aunque procure disfrazarlo de indiferencia. Y por mucho que hable de mi vida privada tomando café todas las mañanas con los compañeros oculto muchas cosas, demasiadas. Sé que es mi vida privada y que no tengo necesidad de contarla a los cuatro vientos pero me gustaría poder hablar de mis relaciones con la misma naturalidad con la que el resto habla de novios y maridos o mujeres. No me siento orgulloso de mi cobardía y ni siquiera la justifico como hacen tantos diciendo que no tienen porqué hablar de con quien se acuestan y con quien se levantan. Al fin y al cabo nuestra vida no se limita al sexo y mis parejas han sido más que un trozo de carne con el que satisfacer mis pulsiones. Por eso, esos pequeños gestos de muchos seres anónimos, los que deciden dar un paso adelante y contar sin tapujos detalles de su vida que otros ocultan, especialmente en entornos más hostiles o donde no es tan común que se haga público merecen nuestro reconocimiento. A esos pequeños héroes anónimos va dedicada la misma Sonata para un hombre bueno que compuso Gabriel Yared especialmente para la película y que nos hace creer en la bondad del género humanos en medio de la tragedia de la represión totalitaria.

21 de diciembre de 2008

Exceso de oferta

En estos convulsos tiempos económicos en los que los periódicos se llenan de estadísticas y de curvas que muestran caídas generales de demanda y en consecuencia un exceso de oferta que ya hace mella en el sector del automóvil, de la vivienda... siempre he oído que un sector ya sufría de exceso de oferta desde tiempos inmemorables.
Puede que suene a frívolo en los tiempos que corren de expedientes de regulación de empleo y de recesión galopante pero en este mundillo en el que me muevo son muchos lo que achacan a un exceso de oferta el que tan pocas parejas duren más allá del fatídico año. Es ese supuesto exceso de oferta el que hace demasiado tentador volver a la libertad que da la soltería sin compromisos. Y como una pescadilla que se muerde la cola todas esas parejas rotas vuelven a formar parte de nuevo de la curva de la oferta impidiendo alcanzar el punto de equilibrio de oferta y demanda y ni tan siquiera la que yo denominaría como soltería técnica, la que como en el paro, supone el índice mínimo por debajo del cual es imposible bajar porque está formada por aquellos que se mantienen momentáneamente solteros entre una pareja y otra.
Y encadenamos así una pareja tras otra, una de media al año calculo que llevo yo desde que empecé en esto, algunas duraron más (las menos) otras fueron más efímeras (las más frecuentes) sin que haya encontrado la receta para vayan a más. Creo que consciente o inconscientemente sabemos que si se acaba otros muchos llegarán a nuestras vidas y por eso al final nos volvemos excesivamente exigentes, rayando incluso la intolerancia ante la actitud del otro y nos mostramos muy poco pacientes. Tampoco hay reloj biológico ni muchos modelos que seguir. Y así seguimos, buscando la magia de dos curvas que se cruzan misteriosamente en el espacio infinito que marcan dos ejes.

14 de diciembre de 2008

Los secretos del amor

Últimamente la ciencia ha puesto los ojos en algo que hasta la fecha parecía inexplicable o al menos poco dado a teorías científicas y a la ramplona generalización en el que la ciencia tiende a encorsetar todo lo que toca. El amor había sido hasta la fecha más propio de la literatura o de las artes en general que tantas páginas, canciones u obras plásticas le han dedicado. El amor sin embargo es pura química, nos dicen los científicos, cuestión de hormonas con fecha de caducidad, pura biología puesta al servicio de la reproducción de la especie. Y ahora atacan de nuevo clasificando a los seres humanos en cuatro categorías: el aventurero, el negociador, el racional y el tradicional. No tengo idea donde entraría yo en esa clasificación aunque afirman que en general los opuestos se atraen y los similares se repelen. Lo que sí sé que he comprobado es que siento una atracción inexplicable por los desemparados, los hombres que parecen perdidos, azorados y desolados por la tragedia de la vida. Por eso me encanta el actor que en "Mi vida sin mi" de Isabel Coixet aparece en la vida de la protagonista cuando esta ya es consciente de la terrible enfermedad que la sentencia a morir muy joven, con apenas 23 años. Su mirada perdida, sus ojos tristes y su casa vacía, sin apenas muebles, metáfora de una ausencia que le resulta insoportable, hacen de él un hombre especialmente atractivo a mis ojos pese a que todavía en la cinta no es consciente de que la mujer que acaba de entrar en su vida, un rayo de esperanza, tiene los días contados. Nunca he entendido bien porqué me gustan ese tipo de hombres, los vulnerables (si es que existe alguna razón para ello) y porque los hombres fuertes, aparentemente indestructibles, en general no me apasionan o quizás me asustan pese a que no sea más que una fachada ante el mundo. Puede que en ellos vea un reto, conseguir hacerles sonreir, que superen conmigo lo que tanto les duele y hacerles sentirse felices otra vez. Tal vez pretenda aportar mi granito de arena en este mundo plagado de tragedias intentando al menos hacer una más soportable, ser el bálsamo que si bien no puede curar al mundo, al menos cumplirá su papel con un solo individuo. O quizás es puro egoismo, y creo de una manera un tanto inconsciente que alguien perdido en su infinita tristeza tal vez vea en mi a la roca en la que asirse para soportar mejor lo embates de la vida y acabe necesitándome demasiado como para plantearse la idea de perderme para siempre. Un seguro contra el abandono. Nada es garantía de éxito, sin embargo, las dos veces que he sentido esa vulnerabilidad al otro lado las cosas no han funcionado. Una porque acabó transformándose en una terrible y agobiante dependencia hacia mi que frustó todos nuestros planes. La otra porque hay tragedias para las que a veces hay poco consuelo por mucho que uno ponga empeño, dramas que necesitan ser superados por uno mismo. Quiero pensar pese a todo que el tiempo que duró lo nuestro de algo le sirvió mi presencia y mi hombro a su lado, no fue suficiente, lo sé y lo lamento. Y es que por mucho que la ciencia quiera ponerlo números a esto del amor no hay recetas de éxito que sirvan de mucho en la complejidad de dos seres humanos luchando por permanecer juntos. Seguiremos por tanto como hasta la fecha improvisando, guiándonos por nuestro instinto y confiando en que la suerte, bastante esquiva hasta ahora, nos dé una oportunidad aunque cuadre poco en la teoría científica que como si de imanes se tratase nos convierte en polos que se atraen y se repelen según reglas establecidas.

14 de noviembre de 2008

Babel

Vuelvo a encontrarme con esta película y vuelvo a reconocer en ella lo que en su día me indignó. Sé que es una historia de ficción pero lo que cuenta tiene un terrible halo de verdad, puede que solo sea su verosimilitud lo que me duele porque historias como las que la película narra seguro se cuentan por miles en la vida real. Y en esta historia es cierto que todos sufren pero los peor parados son los de siempre, los miserables, la pobre familia marroquí que sólo tuvo la inconsciencia de dejar en manos de dos niños un rifle para matar a los chacales que acababan con las cabras que era su sustento y la mexicana que decidió cruzar la frontera con los niños que cuidaba para poder asistir a la boda de su hijo, incapaz de encontrar a nadie con quien dejarlos y de perderse uno de los momentos más importantes en la vida de su retoño. Cometen errores, es cierto, pero parecen gente buena sobrepasada por una vida demasiado azarosa y acaban pagando, más aún que las víctimas, sus propios errores. El doble rasero que sigue existiendo en el mundo y los que peor lo tienen son los que además ya sufren una vida miserable. Y nosotros, los afortunados residentes en el primer mundo, inconscientes de la aleatoriedad y la fragilidad que amenaza constantemente sus precarias existencias los miramos con pavor y nos sentimos amenazados en su presencia. El miedo a lo desconocido, a una lengua que no entendemos y a unas costumbres que nos resultan ajenas nos llenan de desconfianza, la misma que sienten los turistas occidentales en la película en una aldea perdida de Marruecos fuera de los circuitos turísticos habituales a la que recalan buscando ayuda para una de las turistas fatalmente herida. El mismo miedo con el que muchos vienen a verme a Lavapiés, temerosos de este pequeño Babel que habita en pleno centro de Madrid y que cada vez me gusta más pese a su suciedad y el abandono al que le ha condenado al Ayuntamiento porque aquí me siento más ciudadano del mundo, más consciente de sus miserias y de los privilegios de los que disfrutamos todavía unos pocos.

9 de noviembre de 2008

Clandestino

Aunque soy consciente de que todos buscamos constantemente la aprobación de los demás siempre había creído manejar mejor la presión social que eso supone, al fin y al cabo uno nunca puede contentar a gente tan diversa y ya había asumido mi rol de "rarito" convencido del grupo, siempre comportándome de una manera un tanto extravagante según los convencionalismos de casi todos, demasiado clásico para algunos, demasiado progresista para otros. De algo tiene que servir pertenecer a una minoría, de esas que ha luchado bastante para que se le reconozca valor a la diferencia y se nos deje ejercerla sin temores. Pero últimamente tengo la sensación de que en algo tan personal y tan poco objetivo como lo de elegir pareja me siento un tanto esclavo de las opiniones de los demás. En realidad no son por el momento relaciones excesivamente serias pero aún así esa búsqueda de la continua aprobación de los demás me desespera. Nunca nadie es lo suficientemente bueno para aquellos a los que inocentemente pido evaluación o los que opinan sin siquiera haberles pedido su punto de vista. Y opinan con demasiada ligereza, con una superficialidad para la que bastan minutos, un cruce de miradas, dos palabras con aquel al que juzgan. Sé que en esto como en tantas otras cosas debería bastar mi opinión pero sus palabras son demoledoras, especialmente cuando yo ya albergaba alguna duda y tiran por la borda la escasa ilusión que en estos tiempos que corren pongo yo para empezar algo con alguien. Será que en realidad ni siquiera yo estaba convencido cuando tanto me influyen sus opiniones que sistemáticamente destrozan al otro pero a estas alturas de la vida, después de tantos palos, raro es no sentir dudas y ya no es hora de príncipes azules sino de seres de carne y hueso con sus virtudes y defectos. A mi nunca me ha gustado meterme en esos asuntos, demasiado delicados y subjetivos pese a que he tenido que aguantar parejas de amigos que me han causado poca simpatía, por eso me molesta la facilidad con la que los demás valoran algo tan personal y encima de manera tan negativa. Al final sólo van a lograr que esas relaciones las viva en secreto, ajeno a sus miradas inquisitivas y su falta de respeto, de vuelta a esa clandestinidad que creía haber dejado atrás. Flaco favor...

26 de septiembre de 2008

Meryl

Hoy con la excusa del premio que te han dado a toda una carrera dedicada al cine en el festival de San Sebastián, un premio bien merecido, apareces en todas las televisiones del país y en todas ellas dedican unos minutos a recorrer una carrera cinematográfica, la tuya, tan llena de verdad. No hay mejor muestra de tu maestría que la capacidad que tienes de resultar creíble en papeles tan dispares y si supiste dar vida a una exigente y agresiva editora de una revista de moda, a un icono de la elegancia y de estilo, no menos convincente resultaste en tu papel de ama de casa resignada y apacible en una casa perdida en el campo del medio Oeste americano.
Dices que te encanta que te paren por la calle y te comenten lo importante que una de tus películas ha sido en la vida de uno de los seres anónimos con los que te cruzas a diario y como es poco probable que algún día nos crucemos y aún siendo así dudo que mi timidez me permita acercarme a ti, usaré este limitado foro para contarte lo mucho que me emociona una de tus escenas, la rabia contenida con la que recuerdo haber sufrido como tú lo hacías (o más bien el personaje que interpretabas) dentro de la camioneta de tu marido en la ficción en los Puentes de Madison. En la calle llueve a mares y apenas se vislumbra el exterior desde el cristal del coche, sólo lo suficiente como para ver que delante de ti, parado en el semáforo espera el fotógrafo en su camioneta verde a que el disco se ponga en verde para seguir avanzando, el mismo hombre que en apenas cinco días ha desbaratado tu vida. Y aunque el disco se abre él se queda parado unos segundos que resultan eternos, consciente de que estás detrás, te lo ha demostrado al poner en el espejo retrovisor el colgante que le habías regalado, esperando quizás que recapacites y que saltes del coche de tu marido para ir corriendo a sus brazos y huyas con él a cualquier punto perdido del mundo, a esa África de tus memorias tal vez. Tú sin embargo te limitas a llorar amargamente intentando disimularlo al tiempo que tu marido mantiene una conversación banal, tanto que incluso él, ese hombre bonachón y despistado con el que compartes tu vida desde hace más de 20 años se da cuenta de que algo pasa y aunque te lo pregunta insistentemente tú sólo puedes llorar y de tus ojos corren ríos aún más fluidos que los que surcan el cristal de vuestra camioneta. Lloras de amargura porque aunque desearías correr a sus brazos te sientes en deuda con ese hombre, con el soldado americano que conociste en tu Italia natal y que trajo a este pueblo perdido de gente afable pero aburrida, un buen hombre que no se merece un abandono tan cruel. Y aunque entienda tu gesto de gratitud, tu completo sacrificio por la felicidad ajena nunca he podido evitar las ganas de gritarte de rabia todas las veces que he visto esa escena para pedirte que vayas detrás de él antes de que se vaya para siempre, que lo que te ha hecho sentir ese fotográfo en sólo un par de días es más intenso que todo lo que has podido sentir con tu marido en años. No puedes escucharme pero por el dolor reflejado en tu rostro sé que tú misma escuchas esas voces que al mismo tiempo te piden que te quedes en el coche y que vayas detrás de tus sueños. La duda, la terrible duda corroe de nuevo tus entrañas y lo único que puedes hacer es llorar como un bebé y contigo los millones de ojos que detrás de la pantalla han llorado y seguirán llorando contigo en este escena recordando quizás un amor que dejamos escapar, el sueño de un verano que sabíamos se evaporaría en la rutina de otoño, un imposible con fecha de caducidad que preferimos recordar como la historia perfecta de principio a fin, esa que sacamos a pasear cuando a falta de otras emociones tenemos que conformamos con la nostalgia de un pasado que siempre nos parecerá más intenso y emocionante que el presente que hoy nos ocupa. Debe ser mi vena melodramática pero prefiero la intensidad emocional de una corta historia de amor imposible a esta vida llena de monotonías en lo que se ha convertido el nuevo curso escolar. Gracias Meryl por hacernos soñar con esos cinco días, con nuestro seguro mundo puesto del revés trágicamente aunque sea en la piel de un ama de casa americana de mediana edad en la conservadora América de los años 60.

12 de septiembre de 2008

Orgullo

¿Es el orgullo una virtud o un defecto? le preguntá Elizabeth llena de ira al señor Darcy en la película Orgullo & Prejuicio sin que este se atreva a responder. Los dos, orgullosos paranoicos, a punto están de estropear lo que sienten el uno por el otro por una mera cuestión de orgullos heridos. Él, rico terrateniente de clase acomodada en la Inglaterra victoriana, por enamorarse de una hermosa y arrogante joven pero de familia extravagante y sin recursos, algo que le cuesta asimilar en su convencionalismo más rígido. A ella por el dolor que le produce la manera en la que él se refiere a su familia, de manera despectiva, hiriente y llena de prejuicios. Yo tampoco como el señor Darcy sabría qué responder a esa pregunta. Cierto es que el orgullo me ha salvado de ser una marioneta en manos de muchos que me creían a sus piés. Suele tardar en aparecer y lo hace como una punzada hiriente cuando lo que era una sospecha es ya visible a todas luces, cuando la sensación de estar siento utilizado y manoseado por quienes creían haberme moldeado a su antojo es demasiado fuerte y digo basta. A veces demasiado tarde incluso. Y aunque a veces pienso que mi orgullo ha dejado escapar segundas oportunidades, al fin y al cabo todos tenemos derecho a equivocarnos, creo que me ha servido para dejar de apostar por algo que iba en vía muerta aunque fuese incapaz de verlo al principio, embelesado como estaba en el viaje, sin darme cuenta que ese tren mientras se alejaba dejaba atrás también mi autoestima y mi propia libertad, la de ser uno mismo. Pese a todo me sorprende tu orgullosa determinación. Me faltan muchos flecos de tu historia personal y no me atrevo a preguntarte, consciente de que estoy tocando heridas demasiado recientes sin la confianza que sólo da el tiempo pero la fortaleza con la que aparentemente haces frente a su determinación por recuperarte con mensajes, llamadas e incluso búsquedas infructuosas me parece sorpredente. No sé si hubiera podido soportar esa situación, si hubiera terminado cayendo en sus redes ante tanta insistencia o al menos me hubiera desquiciado, haciéndome incapaz de poder pasar página y tembloroso en cada esquina ante la sola idea de encontrarme de nuevo con su rostro cara a cara. Y no sé si consuela saber que aquellos que han pasado por mi vida han podido dejarme marchar sin demasiado ruido ni aspavientos. Me consta que algunos lo han lamentado y han vuelto con el rabo entre las piernas a pedirme una segunda oportunidad. Demasiado tarde en general, sólo se llevaron un no por respuesta. Puede que sonara demasiado convincente en mi respuesta pero aunque no deseo ser víctima de la manía persecutoria de alguno de mis ex, sé que mi orgullo disfrutaría al saber que al menos siguen acordándose de uno como una parte importante de sus vidas aunque breve y como un recuerdo lejano y agradable. Maldito orgullo, a veces...

31 de agosto de 2008

Eclipse de sol

Me creía invencible, inmortal, un caprichoso dios capaz de hacer todo a su antojo, por un momento saboreé el dulce placer de la ambrosía en el Olimpo y olvidé mis propias predicciones, las mismas que en un corto ataque del realismo más crudo supieron que todo pasaba por una extraña conjunción de astros efímera que me convertía en un tipo irresistible, capaz de seducir con mi sola presencia a cuantos se pusieran en mi camino.
No duró. Todo tenía que volver a su sitio, volvería a ser el mismo hombre que deja indiferente allá donde va, a tener que trabajar duro de nuevo para que alguien volviera a mirarme con ojos tiernos y a ser el tipo encantador de serpientes que tanta pereza me da en ocasiones.
Pese a que lo veía venir ha dolido la caída, quise creérmelo hasta que un solo rechazo, sumado a la percepción de una repentina falta de interés, puede que motivada incluso por mi propia frialdad, bastó para hacerme derrumbar en uno de mis estúpidos achaques de inseguridad y desesperanza. Y me ha dolido sentirme de nuevo tan vulnerable pese a la aparente indiferencia e incluso soberbia con la que vivía ese mundo nuevo que se abría ante mi de proposiciones generosas y de ofertas sugerentes. Y volví a recrear mentalmente como si de una Escarlata O'Hara se tratara la mítica y célebre escena, esa en la que a Dios pone por testigo que nunca jamás volverá a pasar hambre aunque yo juraba en su lugar que nunca volverían a hacerme daño. Estúpida promesa que seguiremos incumpliendo mientras siga ilusionándome en la vida, algo que me niego a perder.
Fue tan rídicula esa soberbia mía, de hecho creo que a veces incluso me hace bien ser un tipo corriente, el éxito se me subiría demasiado a la cabeza, me convertiría en lo que precisamente más aborrezco, un tipo caprichoso y arbitrario, consciente de un poder de seducción que emplearía para dejar constancia de un ego que no me cabría en pecho. La incertidumbre sin embargo me vuelve más realista, más justo y más noble incluso, capaz de valorar un gesto, una mano que me roza la cara, una caricia en el brazo como bien merecen, demostraciones de un afecto que nunca debería pasarse por alto.
No sé si tomaste a broma mi comentario pero no mentía cuando te dije que me había acostumbrado a no ligar como un ciego acaba por acostumbrarse a la oscuridad que le rodea. El astro rey de mi propio universo particular vuelve a estar oscuras por ese eclipse solar que le impide brillar casi eternamente; sus descansos, como el de hasta ahora, son apenas efímeros y circunstanciales. Sólo si eres capaz de acostumbrarse a la oscuridad que te rodea y mirar al cielo puede que te encuentres con un espectáculo interesante. Sólo hace falta poner algo de tu parte.

17 de agosto de 2008

Reloj de arena

El verano se acerca a su recta final y sin embargo este año tengo la impresión de que se me ha escapado de las manos como la arena de un reloj, que apenas lo he notado pese a que el omnipresente calor de estas fechas no haya faltado a su cita, puede, eso sí, que menos intenso que otros años. Vacaciones no me han faltado tampoco, cierto es que las de Río fueron algo prematuras, es lo malo de cogerlas en junio y las de Vigo fueron atípicas, nada que ver con la tranquilidad de los largos días de verano de Galicia de otros años sin muchos planes por delante, con la mesa puesta y sin nada de lo que preocuparse más que de descansar. Este año hubo visita e infinitos planes que cumplir. Todavía me quedan cinco días en Ibiza, es verdad, pero ya siento que este verano ha sido distinto a otros. En el trabajo no ha bajado el ritmo, incluso se ha intensificado con las ausencias veraniegas y los nuevos retos que aparecen en el horizonte: más responsabilidades, nuevos enfoques y mayores exigencias sin que nada de todo esto llegue a ilusionarme del todo mientras espero que me llegue la odiosa Blackberry que evitaba hasta ahora y que me convertirá aún más si cabe en un esclavo de la oficina. El proceso que empecé en abril ahí sigue, casi olvidado aunque sigo en él y uno más se añade al pastel con una entrevista exprés a finales de julio, atípica en estas fechas, sin que ninguno de los dos haya logrado, hasta la fecha, emocionarme. Y sigo conociendo gente sin que nadie me convenza del todo aunque me dejo llevar por su inercia de besos, abrazos y mensajes. Nunca había concitado tanto la atención de los demás, pese a mi ridícula vanidad y mis ganas de destacar sé que paso desapercibido en la mayor parte de los casos pero en lugar de sentirme halagado de sus piropos y disfrutar de esta seducción inesperada que sin duda será pasajera me siento abrumado con sus atenciones que en mi escepticismo relaciono más con sus carencias afectivas que con mis propias habilidades para conseguir conquistar en apenas unos minutos sus corazones. Sus vacaciones les mantienen lejos y en cierto modo lo agradezco. Necesito tiempo que no sé, si pese a todo, tendré este verano para poner en orden mi vida y enfrentarme al nuevo curso escolar con los ánimos renovados y con nuevas metas, las que siempre nos ponemos en esta época del año. Me falta ilusión, será eso lo que echo en falta estos meses, hace tiempo me hubiera emocionado con todo lo que el mundo me ofrece como en el escaparate de una pastelería, un amplio surtido de aparentemente dulces propuestas profesionales y emocionales dispuestas a que alguien le eche el diente. Ni siquiera sé sin con la única moneda de mi paga semanal que acaracio entre mis dedos ansiosos puedo permitirme disfrutar de alguna de ellas, prefiero por ahora no saber el precio a pagar. Y me imagino que algunas, pese a su brillante apariencia, tienen un sabor amargo y desagradable y otras, sin embargo, pese a su forma un tanto basta son dulces y placenteras. De las sorpresas de los pasteles a estas alturas de la vida sé un rato, ya no soy nuevo en esto y de las dulces promesas del pastelero, un hábil mercader en eso de alabar su mercancía prefiero no fiarme. Y lo único que en realidad me apetece por ahora es volver a casa con mi brillante moneda intacta para meterla en una hucha y esperar tiempos mejores, cuando las decisiones sean, al menos aparentemente, más sencillas y consigan despertarme la ilusión y hacerme brillar de nuevo los ojos pero hay cosas que no pueden esperar, los pasteles tienen fecha de caducidad y son muchos los niños que hacen el mismo camino con sus recién estrenadas pagas dispuestos a cambiarlas por algún sugerente dulce. Y siento que cuando acabe el verano ya no habrá más tiempo, que me tocará elegir para no sentirme un cobarde sin arrojo aunque lo haga sin la aparente convicción aunque plagada también de inconsciencias de antaño y con el miedo a un fracaso que se antoja más posible que nunca. Bendito verano, tu aparente tranquilidad de calles vacías y comercios cerrados me mantiene lejos de un otoño cada vez más cerca y que presiento va a ser calentito. Y los granos de arena siguen cayendo...

17 de julio de 2008

Expreso de medianoche

Pensé que lo había superado sin apenas heridas, que ya no te necesitaba, que solo eras un recuerdo, a veces bueno y a veces malo que me molestaba en ocasiones pero que lograba apartar de mi mente fácilmente hasta que volví a verte. Fue tenerte enfrente, oir de nuevo tus miserias para sentir que de nuevo me volvían a envolver tus problemas y que pese a ellos te echaba de menos. Sólo una mesa nos separaba pero había una especia de muro de cristal que nos impedía acercarnos más. Fui frío y distante, orgullosa víctima de tus ausencias, puede que hiriente a veces pero no entiendo ese afán por ser amigos como si nada hubiera pasado, como si en definitiva pudieras quedarte con todo lo bueno que teníamos sin las obligaciones, sin la necesidad de cruzar Europa para verme, libre para regocijarte en ese dolor que te sigue comiendo las entrañas. Si no hubieras equivocado el destinatario de tu mensaje, de ese sms que enviaste una vez llegaste a casa en el que te reconocías triste al ver que todo ha acabado ya entre los dos y que ni siquiera la amistad entre los dos veias posible, ese mensaje destinado al confidente de tus problemas, hubiera creído que ya no te importaba y que habías asumido sin problemas nuestra nueva situación aunque echaras de menos un contacto más continuo entre los dos. Me alegró saber que aún extrañas lo nuestro, a mi también me pasa aunque haya tenido que volver a verte para darme cuenta, fue una alegría momentánea porque pronto me di cuenta que ya todo da igual, la distancia sigue ahí, eterna compañera de nuestras vidas a las que sólo concede treguas momentáneas y la melancolía volvió invadirme como si de una espesa niebla se tratara, atípica en estos meses de verano. No he vuelto a saber de ti y dudo que vengas a mi cumpleaños. A veces hasta lo prefiero. Has vuelto a decolocarme y eso que te evité desde que llegaste. De una manera inconsciente sabía que no me haría bien volver a verte, que el expreso de medianoche hace tiempo que dejo tu estación, puede que sin rumbo fijo pero dispuesto a vivir nuevos amaneceres. Tu visita sólo ha servido para retrasar el reloj, para volver al punto de partida, toca volver a rehacer la maleta y emprender de nuevo el viaje, puede que incluso con más fardos de equipaje pero no sin menos ganas.

22 de junio de 2008

O garoto de Ipanema

Hace tan solo una semana estaba tumbado tomando el sol en la conocida playa de Río de Janeiro, sin embargo parece que hace siglos de mis últimas vacaciones y ya cuento los días que faltan para las que vendrán.
La rutina ha vuelto a devorarme en sus fauces no sin cierta ansiedad y desgana a la que nada colabora esta ola de calor que nos tiene a todos agotados y sin ganas de nada. Pero hacía tiempo que no desconectaba como esta vez, con el móvil apagado, sin mensajes, ni llamadas a las que atender y con 10 días por delante para conocer Río, una ciudad que realmente puede conocerse en apenas 4.
Me gustó como pocas, pese a que estaban a punto de empezar el invierno tropical la playa invitaba a tostarse al sol mientras se desplegaban frente a ti todo tipo de vendedores dispuestos a ofrecerte las más variadas mercancías y los cuerpos bronceados en ajustados bañadores invitaban al menos a la contemplación generosa de lo que allí se ofrecía, todo un espectáculo, curioso y divertido a los ojos de un profano en el país.
Y aunque el sol desaparecía pronto (a eso de las 5 de la tarde y es que en algo tenía que notarse el otoño en Río), la vida seguía en las terrazas de la exclusiva Ipanema con los turistas y los locales adinerados (las patricinhas y mauricinhos de turno, los que aquí llamaríamos pijos) mano a mano.
Es cierto que en general había algo sórdido flotando en el ambiente, puede que fueran los extranjeros venidos solos con el único objetivo de disfrutar de los placeres de la carne o los jóvenes locales dispuestos a cumplir su sueño con el dinero de algún europeo o americano del norte con posibles y en general con muchos años en su carnet de identidad. Y todo pese a no salir apenas de la burbuja que es Ipanema y Leblón, el barrio donde los precios son europeos y las tiendas parecen sacadas de la 5ª avenida de NY, un sueño para muchos de los locales que viven en alguna de las favelas que trepan los montañas que rodean la ciudad y que de noche con sus diminutas luces encendidas suspendidas en el cielo dan una visión un tanto onírica al paisaje de la ciudad.
Reconozco que pese a que no era mi objetivo prioritario albergaba esperanzas de dar rienda suelta a mis instintos más básicos, es lo que tiene escuchar las fábulas de los que allí han estado, seguramente algo noveladas, historias de propuestas irrechazables por parte de efebos de piel canela, hedonismo de la carne en la sensual y erótica playa de Ipanema.
Algo de eso hubo, he de decir, pero en esos instantes en los que me dejé llevar por la inercia de la pasión de la carne sentía que no era yo y que simplemente me dejaba llevar por lo que se esperaba de mi en la situación, por la presión social de un ambiente demasiado promiscuo en el que no se entiende mi castidad desde la ruptura. No es una castidad forzada, es más, si hubiera conocido a alguien interesante desde entonces la hubiera roto sin mayores problemas pero algo más tiene que encenderse en mi que una mera pulsión sexual para que me lance sin más a gozar del cuerpo ajeno. Lo he intentado y si ni en una de las ciudades más sensuales del planeta me sale, será que no valgo para esto ¿no? Pues a otra cosa...

1 de junio de 2008

El día más feliz de tu vida

Dijiste que fue una boda triste y es verdad que una ligera melancolía invadía de algún modo el ambiente: el día gris, el carácter íntimo del evento con apenas 40 invitados y la ausencia de una verdadera pista de baile donde desatar los ánimos danzarines de los invitados no ayudaron demasiado a darle un tono más alegre a un evento que de por sí suele ser vital y distendido. Me cuesta creer como me dijiste que en realidad la familia estaba allí disimulando que hubiesen preferido otra cosa para sus dos hijos, algo más convencional, no tan llamativo como dos hombres saliendo del ayuntamiento de una localidad del extrarradio madrileño recién casados bajo cientos de granos de arroz volando a sus cabezas mientras un sonoro "viva las novios" se dejaba oír por los invitados congregados a la salida. Me consta que la gente que por allí pasaba nos miraba sorprendidos de la escena, atípica, extraña y un tanto moderna. Y allí estaban juntas dos familias españolas más, como cualquier otra, sin otra modernidad aparente que el ver como los que se unian eras dos personas del mismo sexo, dos hombres que se quieren y que han decidido formar un hogar. Pese a la frialdad de las ceremonias civiles logré emocionarme. Sin embargo y pese al alcohol que en estas celebraciones uno acaba ingiriendo había una extraña tristeza en todo. Quizás fuese una impresión mía, todos parecían estar disfrutando del evento, puede que en realidad estuviese viéndome reflejado en ellos, consciente de que muchos pasos tengo que dar aún en la vida para poder llegar a verme en esta tesitura y no lo digo porque antes tendría que encontrar con quién, cosa complicada en cualquier caso sino porque no veo a mi familia asumiendo con la tranquilidad de estas dos familias la situación que había allí reunido a hermanos, abuelos, padres, tíos... con sus mejores galas. Mi madre ya me dijo en su día que no quería una boda con la excusa de la anticuado de la institución y creo que aunque no lo confesase en realidad quería pedirme que no la obligara a ponerme en la situación de tener que explicar a nadie con quién me casaba. De hecho y para evitar de nuevo sacar el tema hoy al ir a comer con ellos como todos los domingos no le mencioné quienes se casaban, sólo le conté que había estado en una boda sin más. Puede que eso explicara porque estaba tan arisco, porqué acabamos cabreados el uno con el otro y porqué no mostré ningún signo de arrepentiemiento al irme, en realidad la estoy culpando de no ser lo suficientemente valiente para hacer como esas dos madres que dan la cara y asumen lo que sus hijos quieren y sienten y les acompañan en el día más feliz de sus vidas. Desde aquí os deseo a los dos mucha felicidad, la tenéis bien merecida por vuestro coraje y el de vuestras familias.

14 de mayo de 2008

Criatura

Tal vez la seriedad impuesta de problemas ajenos que ahora parecen lejanos me haya convertido en un frívolo adolescente, hedonista en busca de placeres y de diversión, liberado de una pesada carga que sostenía sobre mis hombros pese a no ser propiamente mía. El viejo péndulo que nos hace alternar diferentes facetas y caras en un mismo ser, prisma de personalidades complejas e indefinibles vuelve a girar y toca divertirse, dejar la seriedad de lado. Lo cierto es que oportunidades no faltan: salidas nocturnas hasta altas horas de la noche, viajes y risas sin fin. No sé si llegará el día en que me cansaré de comportarme como un crío pasota y descreído. Tengo miedo de que si me paro, si dejo de buscarme entretenimiento a todas horas me dé cuenta del vacío, de la tristeza que me deja todo esto detrás. No sirve para contruir nada y sólo para momentos efímeros y nada indelebles. Sé que debería, no obstante, pararme y reflexionar, descansar en algún momento para pensar en lo que quiero hacer de mi vida. En lugar de eso meto la quinta marcha para avanzar sin rumbo fijo en medio de planes y citas que se alargan hasta altas horas de la noche. Alérgico a la seriedad y al compromiso, el estrés laboral me distrae entre semana pero me agota físicamente y mentalmente y acaba por generarme malhumor, al fin y al cabo lo único que me apetece es divertirme. ¿Hasta cuándo? Ni yo mismo lo sé, el vértigo de la velocidad de crucero a la que me he visto sometido me impide pensar y lo que es peor, disfrutar realmente del viaje.

27 de abril de 2008

Incertidumbre

Últimamente no dejo de oír la canción El poder del mar de Facto Delafé, me encanta ese estilo fresco, optimista y vital que se dio a conocer en el último anuncio de El Corte Inglés, el de la campaña de Primavera. Lo necesito. Supongo que me pesa demasiado la incertidumbre derrotista de tantos frentes abiertos en mi vida, demasiadas cosas en qué pensar y que terminan por generarme mucho estrés. Por eso mi fin de semana se resume en un sinfín de actividades que yo mismo busco para mantener la mente ocupada y que me dejan el domingo más cansado aún de cómo llegué el viernes. No sólo es la extraña sensación de volver al mercado, apático y desesperanzado, cansado de empezar y caer una y otra vez, ni la angustia de tener que volver en dos semanas a la ciudad que recorrí junto a él tantas veces y volver a verle de nuevo, ahora que empezaba a olvidarle o al menos a acostumbrarse a la ausencia de sus llamadas y sus mensajes. Ni la apatía en el trabajo, del desgaste y el esfuerzo titánico de tener cien frentes abiertos y mil nuevos que aparecen ahora que las ventas empiezan a renquear al tiempo que una posible oferta laboral amenaza con ponerme la vida del revés y obligarme a tomar una decisión que no va a ser fácil. Tampoco la amenaza de una crisis que ya empieza a dejarse notar y se aventura especialmente larga y peligrosa y que me pilla con una hipoteca recién constituida y sin mucho margen de maniobra. Ni la triste sensación de tener que volver a recorrer los pasillos desangelados del mismo hospital que hace un año, si entonces fue mi tío ahora es mi tía, su hermana, la que vuelve a ocupar la misma cama en la Uci que entonces ocupó él como si de una broma macabra se tratara. Él salió adelante, mi tía ahí sigue, luchando por aferrarse a una vida que a ninguno de los dos les ha tratado especialmente bien. Al menos sedada no es consciente de nuestros lloros y del amargo cansancio que revelan la cara de mis abuelos que vuelven a pasar por la misma tragedia de entonces aunque con distinto protagonista. No se merecen una vejez tan dura, viendo como uno tras otro sufren sus hijos la agonía de una enfermedad tan injusta. Esa es, en grandes líneas, mi coctelera personal, su resultado me convierte en un ser pequeño e indefenso, bloqueado y aterrado por una incertidumbre que imagino sólo el tiempo acabará poniendo en su sitio aunque probablemente vendrán otras.

19 de abril de 2008

Lo que tu quieras oir

Dicen que es la última sensación de YouTube, ayudaré a que siga siéndolo y crezca algo más, pinchad abajo y vereis el corto "Lo que tú quieras oír" http://es.youtube.com/watch?v=eEtVaQ9wBNY No quisiera reventaros el corto pero su final me deja un sabor agridulce, esa protagonista que prefiere engañarse a si misma para seguir adelante, creando una historia distinta a la real pero necesaria para superar la falta de autoestima que una ruptura inesperada deja a quién, inocente y confiado, no es capaz de ver lo que se le viene encima. Y se siente engañada, miserable y hundida por no haber sido capaz de darse cuenta antes de que fuese demasiado tarde, incapaz de superar no su ausencia sino la sensación amarga que deja un abandono. E inventa una mentira. También en cierto modo una vez tuve que crear una mentira y creermela para superar el dolor. Ahora sé que me engañaba, que nunca me quiso, que fui un juguete en sus manos, que nunca llegué a cubrir sus expectativas y que nunca superé el listón que había puesto en su vida. Puede que ahora sea distinto pero sigo sin soportar que me diga que valgo mucho y que no debería hundirme, suena a palabrería hueca que cuesta creer porque los hechos sólo me demuestran que has tirado la toalla

12 de abril de 2008

Cachorro

Biológicamente la especie humana es la que gesta cachorros más indefensos, los que más tardan en separarse de las faldas de su madre para emprender el vuelo en solitario. Físcamente dependemos de nuestra madre por lo menos durante la lactancia y hasta casi bien avanzada la infancia. El contraste de un bebé lloroso e indefenso con los primeros pasos de un caballo recién nacido que pronto sabrá valerse por sí mismo es más que evidente. En estos años se gesta esa profunda relación materno filial que se mantendrá con los años aunque con el tiempo seamos ya adultos con una vida más o menos organizada. A veces pienso que las madres tienen una especie de sexto sentido, que lo saben todo de nosotros. Otras sin embargo creo que no se enteran de nada. El pasado domingo sin ir más lejos me preguntó por qué iba a tanto a Bruselas cuando le comenté que iba a pasar allí el puente del 15 de mayo, incluso sugirió que podía ir allí a ver a alguien especial en mi vida. Llegó tarde, esa pregunta que hubiese contestado afirmativamente hace tan solo un mes, hace una semana tuvo como respuesta un no débil y apesudambrado que pronuncié sin mirarle a los ojos para que no descubriera mis ojos vidriosos al volver a recordarle. Luego, sin saber por qué mientras veía la película Hechizo de Luna y yo leía a ratos el periódico del domingo me preguntó si sufriría mucho cuando muriese. La miré asustado por un momento, ¿estaba leyendo mi mente? ¿acaso sabía todo lo que había pasado? Le había contado que un amigo mío había perdido a su madre y estaba destrozado pero eso fue hace meses y no creía que pudiera hilar tan fino para relacionar eso con mi melancolía de los últimos días. No daba crédito a todo hasta que me fijé en la película, parada justo en la escena de la madre moribunda del novio de la protagonista en Sicilia y ahí me di cuenta de que no tiene super poderes, simplemente se vio reflejada en esa escena. La respuesta fue clara - por supuesto que sufriría mamá - pues tienes que ser capaz de superarlo rápido, no me gustaría verte pasarlo mal, contestó rápido - tampoco te gustaría que al día siguiente estuviese de fiesta como si no hubiese pasado nada ¿no? aseguré - tampoco eso Ahí se acabó la conversación, volví al periódico y ella a la película, no quise hablar más de ello, no quiero pensar que pueda faltarme algun día pese a que los últimos acontecimientos en mi vida me hayan puesto en más de una vez en la piel de los que desgraciadamente ya lo han sufrido. Volví a mostrarme incapaz de abrirle mi corazón, de aprovechar el momento para contarle por lo que estaba pasando, en general me cuesta tanto sincerarme con ella, me avergüenzo y aún no entiendo porqué. Puede que en definitiva pese a que siempre me he esforzado en hacerla féliz y en devolverle todo lo que ella de un modo generoso nos ha dado, siento que la he defraduado, que no soy lo que ella esperaba, que probablemente nunca le dé nietos y que si me caso algún día será en una ceremonia nada convencional y aunque aparentemente muestre una comprensión fuera de toda dudas, sé que le ha costado trabajo aceptarme tal como soy. Nada puedo hacer para cambiar esa parte de mi vida que es tan propia de mi como el color castaño de mi pelo o el hoyuelo en el moflete que me sale cuando río y lo único que lamento ya a estas alturas de mi vida en el que ya me siento plenamente aceptado es que todo esto siga actuando como muro invisible e infranqueable que me impide tenerla más cerca y hacerle partícipe de mi vida, esa que a veces, como ahora, pesa como una losa.

7 de abril de 2008

Ingrid

Su imagen se hizo tristemente popular cuando en una visita la selva como candidata a la presidencia de Colombia fue secuestrada por la Farc. Desde entonces lleva más de 8 años recluida, sin apenas pruebas de vida en todo este tiempo que hagan a la familia conservar la esperanza de poder volver a verla algún día con vida. Esta es la última, se hizo pública hace unos meses, y convertida en icono reciente de la lucha contra la ignominia de un secuestro, aparece constatemente en los medios de comunicación, a medida que surgen nuevas noticias de esta mujer, de su mal estado de salud y de la debilidad física que amenaza con acabar con su vida, lejos de los suyos y en presencia de su enemigo más atroz, el que la mantiene retenida en medio de la selva. Lo más trágico de esa imagen que nos hemos acostumbrado a ver no es su delgadez extrema, ni que le dejasen los grilletes puestos también durante la grabación, conscientes de que su imagen tras tantos años de ausencia daría la vuelta al mundo. Lo más triste de esta historia lo cuenta sin palabras esa cara de melaconlía infinita, esa mirada perdida incapaz de enfrentarse al objetivo de la cámara y esas manos entrelazadas como suplicando piedad a unos raptores que no han sido capaces de dejarla libre en todos estos años. Cuesta imaginar el ejercicio mental tan hercúleo que esta mujer habrá tenido que hacer estos años para no enloquecer, para mantenerse cuerda en una situación tan inhumana, en un entorno tan hóstil y sin apenas capacidad de movimiento. Y ahí sigue viva, entera pese al dolor, símbolo inconsciente de la fortaleza humana aunque tal vez ahora, en el mismo momento en el que escribo estas líneas, sienta que está llegando al límite de lo soportable. Al igual que en esta foto, en ocasiones me da miedo a enfrentarme al espejo y ver mi cara reflejada, parar un segundo para mirarme de manera tranquila y pausada y no con la rutina aprendida e inconsciente del día a día, fijándome en los detalles de un rostro que pese a los cambios conozco muy bien. No se trata de que me asuste advertir las huellas del paso del tiempo en mi piel aunque, os lo aseguro, no me entusiasman. Tengo miedo de mirar al fondo de mis ojos porque me aterra descubrir en ellos la misma mirada perdida y melancólica de Ingrid en esta fotografía. Sé que son dos situaciones incomparables y que no puedo ponerme en la piel de ella sin sentir inmediatamente el terror más agónico pero a veces siento que no hay esperanza y que las derrotas deberían hacerme replantearlo todo, son ya demasiadas sin apenas nada bueno a lo que asirme, demasiados nubarrones empeñados en aguar los cuatro momentos buenos que he tenido en más de 10 años de historias, pese al empeño puesto detrás, pese a los continuos reintentos que siempre me llevan al mismo destino. Estoy cansado, aburrido y harto. Puede que pronto lo olvide, seguro que me lanzaré de nuevo a por otro desatino más antes de lo que ni yo mismo imagino pero hoy sólo sé que lo único que me apetece es romper todos los espejos de mi casa. Sólo me frena saber que acarrean 7 años de mala suerte y eso, precisamente en estos momentos, no es lo que más falta me hace.

4 de abril de 2008

Calma chicha

Aunque cueste creerlo la parte que peor llevo de estos procesos es tener que contar y dar explicaciones de lo acontecido a todos los que te siguen mi vida cuando lo único que te apetece es olvidarlo, pasar página y seguir adelante. No me gusta nada ese tono lastimero con el que te responden preguntando por razones que ni tú mismo encuentras. Puede que esté tan cansado de pensar en ello, de darle vueltas que todo me molesta, tanto que pasen de largo, como si la historia en sí no tuviese importancia, como que se vuelvan inquisitivos y preguntones. A veces gustaría mandar un sms o un mail conjunto con el asunto ruptura y dar por cerrado este capítulo de mi vida ante los demás sin demasiadas explicaciones, al fin y al cabo cada vez que lo cuentas terminas reviviéndolo una y otra vez. Y no deja de ser otra historia de fracaso sin final feliz. Aunque soy de los que creen que ninguna puede considerarse como tal, nada acaba con un "The end" bordado con letras doradas en cursiva y un fundido en negro como en el cine, lo que nos espera al final del camino no es más que la muerte a la que nos enfrentamos siempre en la más estricta de las soledades. Incluso hubo quien me dijo cuando le conté todo que parecía que lo llevaba muy bien y puede que tuviera más razón que un santo. No se trata de mera fachada aunque hay momentos mejores y peores en esto pero en general cuando se toma la decisión y ya no hay vuelta atrás, en ese momento siento una profunda y extraña liberación, ya no hay que luchar más, se acabaron los conflictos, los esfuerzos por enderezar una nave que ya hace tiempo veías cómo se iba a pique. Vuelves a tener la libertad de hacer tu vida sin dar explicaciones a nadie y por un momento piensas que mejor estás solo. Los problemas llegan después, cuando te enfrentas al día a día con escasos apoyos, cuando empiezas a olvidar los problemas que terminaron con todo y sólo te quedas con el recuerdo de lo bueno que hubo entre los dos, a mi me pasa, termino dulcificando siempre las cosas, olvidando lo malo y recordando sólo lo bueno para no saber muy bien porqué hemos acabado en ese punto. Puede que en este caso hayan pesado más los factores exógenos en la relación y eso lo haga más fácil, nadie es culpable en definitiva de lo que ha pasado pero llegará. Hoy todo parece tranquilo como en una extraña calma chicha, la misma que los viejos lobos de mar miran con cara de preocupación desde su vieja botana conscientes de que se avecina de nuevo una terrible tormenta. Experiencia al menos para sobrevivir a ella no nos falta.

31 de marzo de 2008

Una palabra tuya

Fue un regalo de Navidad con retraso, imprevisto, comprado delante de mis narices un día de Rebajas en pleno centro de Madrid. Desde entonces siempre que hablamos me preguntas por él, por el libro y por la historia que hay detrás. Lo acabé hace casi un mes y casi lo tengo olvidado, superado por acontecimientos recientes que ocupan demasiado mi mente últimamente. Rosario y Milagros, dos mujeres con nombres que suenan a antiguo, a misa de doce en el pueblo y a alcanfor en el armario, unidas en una relación extraña y casi enfermiza, por un destino caprichoso, siempre juntas por el más poderoso coagulante, el miedo, ese terrible miedo a la soledad en una ciudad demasiado grande y hostil. La una infantil, inmadura y sin una mínima pizca de maldad, la otra amargada por una vida demasiado oscura, incapaz de remontar el vuelo y de darle un vuelco a su vida. Sin nada más a lo que asirse que la una a la otra, sin sueños después de una vida de frustaciones y desengaños. No os quiero revelar el final de una historia triste pero entrañable pero me quedo con sólo una cosa, pese a todas las desgracias de su vida mísera hay un rayo de esperanza al final y esa inocencia infantil e inconsciente de Milagros acaba por convencer a Rosario de que la vida, injusta, rácana en sus recompensas y miserable en tantas ocasiones merece la pena. Intenté ser esa Milagros para ti. Siento haber fracasado en ello y me duele saberte aún tan cerca de tus fantasmas. Ojalá la encuentres pronto y puedas enfrentrarte a la vida al menos con una pizca de ilusión y con esa sonrisa brillante y luminosa que no te abandonaba nunca aquel día que te conocí. Suerte