30 de abril de 2010

Mal invierno

El calor plomizo invade Madrid, de golpe, sin apenas aviso, tras un duro invierno llega sin avisar el verano y todo el mundo se apresura a sacar de sus armarios los pantalones cortos y las sandalias como osos perezosos que despiertan de su letargo invernal deseando corretear de nuevo por las montañas. No sé si será esto lo que nos deparará el cambio climático, veranos e invierno sin estaciones intermedias a las que aferrarse, precisamente las que por su suavidad prefiero, y es que pesa aún en mi memoria el clima de la Rías Bajas donde me crié, apenas curtida en todos estos años de vivencias en medio de la meseta castellana. Y todo parece como si avancese a mil por hora, las semanas se suceden mientras anhelo que llegue al fin de semana, dos días que al final me saben a poco y vuelta a empezar. La rutina se sucede a toda prisa con el vértigo de los días plagados de reuniones y de cosas siempre por hacer mientras el verano llama ya a la puerta. Y sin embargo algo ha cambiado, como una rutina más, poco a poco, sin apenas ruido se he metido en mi vida. Ya no hay apenas noche en la que no durmamos juntos, cena que no compartamos o programación televisiva nocturna que no comentemos a diario. Curiosamente todo ha sucedido sin ruidos y sin agobios. Sin apenas darme cuenta se ha instalado en mi vida, de manera natural, como si todo este tiempo hubiese estado esperándole, como si le conociese de toda la vida y sólo al final nos hubiésemos dado cuenta de que estábamos hechos el uno por el otro. Puede que no saltaran chispas entre los dos cuando nos conocimos pero la rapidez en la que nos hemos metido el uno en la vida del otro, sin hacer ruido, sin levantar ampollas, construyendo algo que se asemeja bastante a un refugio sólido ante la adversidad incluso me sorprende a mi mismo. Y es que la vida a veces puede resultar sencilla, sólo hace falta poner algo de tu parte y dejar que el verano arrastre el aire gélido de un mal invierno aunque sea a costa de una primavera tristemente abandonada.

31 de diciembre de 2009

Reto de año nuevo

Hoy termina oficialmente el año 2009, tiempo por tanto de balance y de nuevos retos para el año que empieza. Vuelvo a enfrentarme a estos días en medio del mediterráneo, las islas pitusas y un buen amigo me acogen bajo un sol radiante y unas temperaturas más que agradables que contrastan estos días con la lluvia invernal en Madrid. Pese a todo vuelvo a sentirme melancólico, siempre me pasa en estas fechas pese a que reconozco que 2009 no ha sido un mal año: he acabado un máster que hace un año sólo me planteaba, visité al fin Nueva York, uno de mis sueños más constantes en los últimos años, me he comprado coche (al fin) y termino el año emparejado, de una manera incipiente aún, sin la seguridad de lo consolidado por el tiempo y por el poso de las vivencias compartidas pero con un proyecto vital ilusionante y esperanzador. Con mucho tiempo que pensar, toca mirar al pasado, encararlo y enfrentarlo aunque duela y tomar de decisiones. Ya me ocurrió la última vez que visité estas islas el pasado verano, por aquel entonces dedicí olvidar a aquellos que habían estado, consciente o inconscientemente, jugando con mis emociones los útlimos meses, haciéndome soñar con algo que ahora tengo claro nunca pasaría. Decidí romper con todo aquello y empezar de nuevo. Las cosas me han ido francamente mejor aunque la pequeña crisis estuvo a punto de amargarme unas vacaciones. La aparente calma de los últimos meses sólo se rompió el sábado pasado, un viejo fantasma del pasado de hace más de 4 años, apareció de nuevo ante mis ojos. Ya habíamos coincidido otras veces en el pasado aunque nunca nos saludamos, hace tiempo que dejé de hablarle por imperiosa necesidad mental, esta vez sin embargo tuve que verle al lado de otro y en actitud cariñosa para que el mundo se cayese de nuevo a mis piés. Pese al tiempo transcurrido, a que he rehecho mi vida desde entonces al menos un par de veces y que de hecho estoy camino de hacerlo de nuevo si las cosas siguen su curso sigue ejerciendo un terrible poder sobre mi estado de ánimo. Y eso pese a que no creo que volviera a plantearme nada con él de nuevo aunque me lo pidiese, que no es el caso. Tal vez su sola presencia sea capaz de recordarme lo vulnerable que soy y me haga consciente de lo mucho que alguien puede hacerme sufrir. Me preocupa más la convicción de que sin embargo lo que tal vez más me asuste es darme cuenta de que desde entonces nadie ha sido capaz de poner mi vida del revés como él lo hizo y que mis historias desde entonces han estado plagadas de bonitos momentos pero sin la pasión, la magia y el romanticismo que nosotros dos tuvimos al principio. Así que ya está, 2009 se acaba y empieza 2010, con un gran reto que añadir a mi lista de pequeños objetivos que cumplir: que 2010 sea un año apasionante en todos los sentidos y desde luego eso exige que también yo ponga algo de mi parte. Feliz año nuevo a todos!!

30 de octubre de 2009

Cerezos en primavera

El otro día le decía a un amigo al que, curiosamente, apenas conozco que sentía que el mundo había perdido la magia. Siempre tiendo a hacer esas confesiones a gente con la que no me une un vínculo especial fraguado en años de vivencias compartidas, tal vez me siento más cómodo si el que tengo al lado apenas me conoce y tal vez tome en broma esas afirmaciones que parecen más un comentario jocoso que una observación que ha acabado por hacerse real para invadirme y llenarme de cierta melaconlía. Y es que todo últimamente me parece vulgar, soez, sucio y terriblemente mezquino. Y me cuesta acostumbrarme a un mundo que se me aparece ante los ojos como tristemente ordinario. Ha sido un año complicado, es cierto, perdí mis dos batallas, lo supe definitivamente en septiembre aunque lo intuía ya en agosto. Esta vez no por diversificar alcancé la gloria aunque para mi propio asombro las heridas fueron escasas y de poca gravedad. Hubo derrota de todos modos. Al menos la seguridad en mi mismo salió indemne, fui un cobarde que arriesgó muy poco y eso, por una vez en la vida, me salvó. Pero la falta de objetivos de la vuelta al cole tras mis vacaciones tardías, la sensación de vacío que eso me deja y el hastio con el que he acumulado eventos y viajes de trabajo me han vuelto irascible y lo noto. Demasiados compromisos acumulados y poco tiempo para mi. Lo suficiente en cualquier caso para darme cuenta de la terrible sequía por la que pasa mi cama, ni un solo día de los que ha tenido este año que encara ya su recta final he dormido acompañado, ha habido sexo, tampoco mucho en cualquier caso, pero sólo puras pulsiones físicas resueltas sin siquiera un desayuno compartido, ni un buenos días tras un sueño conciliador, aunque quedase en sólo eso, en esas noches que no pasan de ahí. Lo peor es que tampoco hay perspectivas de mejora. Pero tampoco veo magia a mi alrededor y eso es lo que me extraña. Todo resulta excesivamente superficial y banal pese a que he tenido dos bodas este mes y eso debería haberme emocionado. Sólo lo logró la última, quizás porque veía más verdad en los novios que en la primera donde todo parecía fruto de un capricho escasamente meditado. Seguro que me equivoco, me falta la ilusión y eso influye. Fue de hecho ese amigo recién descubierto al que le descubrí mi secreto el que me dijo que la magia ahí estaba y que tenía que fijarme más para encontrarla y mientras me lo decía yo me perdí por un segundo en el brillo extenuante de sus ojos infinitos. Tal vez tenga razón pero anhelo el día en el que alguien me diga parafraseando el discurso que les leí a los novios de la última boda a la que acudí, y a Neruda, dueño y señor de este verso: quiero hacer contigo lo que la primavera hace a los cerezos.

11 de agosto de 2009

Frío, frío...

"Tus semejantes valoran tu capacidad de resolver problemas y de concentrarte en lo esencial. Pero tu acentuada objetividad encierra el peligro de que muchas personas tengan la impresión de que eres inasequible y les cueste hacerte partícipe de su vida emocional. Para una relación de pareja satisfactoria, sin embargo, es importante hablar abiertamente de sensaciones y sentimientos." Aquí sigo, vivo y coleando tras meses de ausencia por esta blogesfera y no es que no hayan ocurrido cosas, la vida sigue pese a todo. Al fin ha acabado mi máster, en pleno agosto y de vacaciones vuelvo a tener tiempo para pensar en mi aunque la cabeza haya seguido dando vueltas todo este tiempo, no para nunca aunque no siempre llega a buen puerto o al menos no siempre es capaz de darle algún sentido a las ideas que me atosigan. Y vuelvo a hacer un test de personalidad, ya hice uno este año dentro del máster aunque la parte que más juego dio en su caso fueron las valoraciones de los demás. En los dos me vuelve a salir una parte racional muy marcada, no me sorprende, lo intuia desde siempre pero en las conclusiones de este test encuentro algo que me deja helado. ¿Soy inasequible? ¿distante acaso? ¿Es así cómo me ve la gente? Siempre había interpretado mi frialdad, que nunca creí excesivamente acusada, como algo propio de mi origen gallego pero creo que va más allá del carácter galaico, tan alejado en ocasiones de la afabilidad y cercanía de la gente de Madrid y de toda la cosa mediterránea. Y es verdad que me cuesta hablar abiertamente de mis sentimientos, que me resulta difícil mostrar mis deseos y anhelos más profundos, especialmente cuando involucran a mi interlocutor. Entiendo que por temor a mostrarme débil y vulnerable, dando una nueva oportunidad para que alguien vuelva a hacerme daño. Sólo así se puede creer que lleve meses en un tonteo infinito por temor a dar un paso que en su negativa evalúo desastroso para mi autoestima. Pero la espera, la duda, el ahora sí y el ahora no me consumen por dentro y me agotan sin que realmente haga algo para enfrentarme a mis demonios y a mis miedos, esperando siempre una ocasión más propicia que finalmente nunca llega. Sé que sólo he hablado de sentimientos sin tapujos en situaciones de crisis, con una ruptura de por medio, en un momento de terrible ansiedad... para volver a encerrarme en mi urna de cristal cuando el río vuelve a su cauce. Y yo me pregunto: ¿dónde está la iniciativa que muestro en otros aspectos de mi vida cuando de mi vida afectiva se trata? ¿Acaso no podría ser más expresivo y mostrar una mayor asertividad con los demás o estoy condenado a ser un témpano de hielo? Y por ahora la única respuesta que tengo al juego del escondite emocional que es mi vida se condensa en dos únicas palabras: frío, frío...

6 de mayo de 2009

Atalaya

Y tardé en verla pese a sus premios, sus excelentes críticas y a que fue hace ya más de veinte años la película del año. Había intentado ver Memorias de África más de una vez pero su ritmo, pausado, lento, no habían conseguido engancharme hasta que hace un mes volvieron a ponerla en televisión. No me cautivó, he de reconocerlo, aunque la música y sus paisajes me parecieron de una belleza estremecedora. No obstante, si he de quedarme con algo es con su final, con la improvisada atalaya en que deviene la tumba del aventurero británico que interpretó Robert Reford para una pareja de leones que encuentra en el promontorio de tierra el mejor lugar desde el que vigilar su territorio. Y es que no se me ocurre mejor destino para mis restos que servir de lecho en medio de la sabana a un grupo de leones en su merecido descanso, el trono del rey de la selva.

14 de abril de 2009

Jaque

Pensé que había madurado, que ya no me tomaba tan en serio el juego en el que se enfrascan dos personas que parecen atraerse, su tonteo aparentemente inocente de citas y quedadas, los nervios, las ganas de gustar sin demostrarlo demasiado, aparentando la indiferencia justa para evitar dar un paso en falso que te coloque ante el escenario de un posible rechazo que cobarde, prefieres sentir llegado el momento de una manera más sútil para evitarte un golpe fatal a tu autoestima, tan dañada después de tantos fracasos. Y como en un tablero de ajedrez vas dando pequeños pasos adelante aunque en ocasiones te ves obligado a recular y volver a la posición de partida para intentar al menos salir con un resultado en tablas. Hubo derrotas pero pese a todo ahí seguía, intentándolo, incasablemente, una tras otra, imbatible al desaliento, soñando con la partida perfecta sin olvidar que se trata de un juego en el que a veces se gana y tantas otras se pierde. Pero llegó él y le dio la vuelta a mi mundo infantil de juegos y pasatiempos, recordándome mi ansiedad enfermiza, mis inseguridades y mi terrible necesidad de sentirme querido y deseado destrozando a la vez mi castillo de naipes del hombre independiente, seguro de sí mismo y autosuficiente. La partida no ha acabado, de momento sólo es un jaque sin el mate de coletilla, tengo aún la oportunidad de mover mis fichas antes de que me toque volver a casa con el rabo entre las piernas dispuesto a lamer mis heridas. Batalla perdida tal vez pero la guerra sigue en el aire.

30 de marzo de 2009

Betsy

Betsy Blair era una actriz americana, su nombre hasta hoy no me decía nada, jamás lo había escuchado, no formaba parte del star system de Hollywood, ni siquiera en los años dorados del cine en el que tantas mujeres se convirtieron en mitos eróticos de todo el planeta, sin embargo, sin saberlo, la había visto actuar. Lo hizo en una película de Javier Bardem de la España gris de posguerra y jamás creí que la mujer que daba vida a Isabel hubiera venido del otro lado del charco, tal era la naturalidad con la que se movía por los soportales empedrados de una pequeña ciudad de provincias vestida con una ligera toquilla mientras se dirigía a su misa diaria. En "Calle Mayor" Betsy supo dar vida a una castellana recia y seca en aparencia aunque sensible y vulnerable en el fondo, una infeliz solterona que ve como su monótona vida se ve trastocada por la aparición de un hombre que la corteja, un sueño imposible para quien la vida parecía haber predestinado a la tarea de vestir santos. Y se ilusiona ante el sueño imposible que parece tocar ya con las manos ignorando que no es más que una broma de mal de gusto, que ha sido blanco del aburrimiento de un grupo de parroquianos infelices. Y las calles de Palencia, Logroño o Cuenca en pleno invierno mesetario son el mejor escenario de la crueldad humana, de la sinrazón dolorosa que termina hundiendo a un ser indefenso y débil, incapaz de entender la injusticia de tal agravio. Betsy murió hace unos días en su país, sus ojos inquietos, los mismos que esperaban inútilmente ver a través del cristal de su casa al hombre de sus anhelos acudir a su encuentro, se apagaron definitivamente. Su alegato en defensa de la libertad de la mujer en una España encorsetada por una moral pacata e hipócrita quedará para siempre en la memoria de los que pudimos disfrutarla aún sin saber que su sitio estaba tan lejos de la calle mayor por la que tan bien supo moverse.