31 de agosto de 2008

Eclipse de sol

Me creía invencible, inmortal, un caprichoso dios capaz de hacer todo a su antojo, por un momento saboreé el dulce placer de la ambrosía en el Olimpo y olvidé mis propias predicciones, las mismas que en un corto ataque del realismo más crudo supieron que todo pasaba por una extraña conjunción de astros efímera que me convertía en un tipo irresistible, capaz de seducir con mi sola presencia a cuantos se pusieran en mi camino.
No duró. Todo tenía que volver a su sitio, volvería a ser el mismo hombre que deja indiferente allá donde va, a tener que trabajar duro de nuevo para que alguien volviera a mirarme con ojos tiernos y a ser el tipo encantador de serpientes que tanta pereza me da en ocasiones.
Pese a que lo veía venir ha dolido la caída, quise creérmelo hasta que un solo rechazo, sumado a la percepción de una repentina falta de interés, puede que motivada incluso por mi propia frialdad, bastó para hacerme derrumbar en uno de mis estúpidos achaques de inseguridad y desesperanza. Y me ha dolido sentirme de nuevo tan vulnerable pese a la aparente indiferencia e incluso soberbia con la que vivía ese mundo nuevo que se abría ante mi de proposiciones generosas y de ofertas sugerentes. Y volví a recrear mentalmente como si de una Escarlata O'Hara se tratara la mítica y célebre escena, esa en la que a Dios pone por testigo que nunca jamás volverá a pasar hambre aunque yo juraba en su lugar que nunca volverían a hacerme daño. Estúpida promesa que seguiremos incumpliendo mientras siga ilusionándome en la vida, algo que me niego a perder.
Fue tan rídicula esa soberbia mía, de hecho creo que a veces incluso me hace bien ser un tipo corriente, el éxito se me subiría demasiado a la cabeza, me convertiría en lo que precisamente más aborrezco, un tipo caprichoso y arbitrario, consciente de un poder de seducción que emplearía para dejar constancia de un ego que no me cabría en pecho. La incertidumbre sin embargo me vuelve más realista, más justo y más noble incluso, capaz de valorar un gesto, una mano que me roza la cara, una caricia en el brazo como bien merecen, demostraciones de un afecto que nunca debería pasarse por alto.
No sé si tomaste a broma mi comentario pero no mentía cuando te dije que me había acostumbrado a no ligar como un ciego acaba por acostumbrarse a la oscuridad que le rodea. El astro rey de mi propio universo particular vuelve a estar oscuras por ese eclipse solar que le impide brillar casi eternamente; sus descansos, como el de hasta ahora, son apenas efímeros y circunstanciales. Sólo si eres capaz de acostumbrarse a la oscuridad que te rodea y mirar al cielo puede que te encuentres con un espectáculo interesante. Sólo hace falta poner algo de tu parte.

17 de agosto de 2008

Reloj de arena

El verano se acerca a su recta final y sin embargo este año tengo la impresión de que se me ha escapado de las manos como la arena de un reloj, que apenas lo he notado pese a que el omnipresente calor de estas fechas no haya faltado a su cita, puede, eso sí, que menos intenso que otros años. Vacaciones no me han faltado tampoco, cierto es que las de Río fueron algo prematuras, es lo malo de cogerlas en junio y las de Vigo fueron atípicas, nada que ver con la tranquilidad de los largos días de verano de Galicia de otros años sin muchos planes por delante, con la mesa puesta y sin nada de lo que preocuparse más que de descansar. Este año hubo visita e infinitos planes que cumplir. Todavía me quedan cinco días en Ibiza, es verdad, pero ya siento que este verano ha sido distinto a otros. En el trabajo no ha bajado el ritmo, incluso se ha intensificado con las ausencias veraniegas y los nuevos retos que aparecen en el horizonte: más responsabilidades, nuevos enfoques y mayores exigencias sin que nada de todo esto llegue a ilusionarme del todo mientras espero que me llegue la odiosa Blackberry que evitaba hasta ahora y que me convertirá aún más si cabe en un esclavo de la oficina. El proceso que empecé en abril ahí sigue, casi olvidado aunque sigo en él y uno más se añade al pastel con una entrevista exprés a finales de julio, atípica en estas fechas, sin que ninguno de los dos haya logrado, hasta la fecha, emocionarme. Y sigo conociendo gente sin que nadie me convenza del todo aunque me dejo llevar por su inercia de besos, abrazos y mensajes. Nunca había concitado tanto la atención de los demás, pese a mi ridícula vanidad y mis ganas de destacar sé que paso desapercibido en la mayor parte de los casos pero en lugar de sentirme halagado de sus piropos y disfrutar de esta seducción inesperada que sin duda será pasajera me siento abrumado con sus atenciones que en mi escepticismo relaciono más con sus carencias afectivas que con mis propias habilidades para conseguir conquistar en apenas unos minutos sus corazones. Sus vacaciones les mantienen lejos y en cierto modo lo agradezco. Necesito tiempo que no sé, si pese a todo, tendré este verano para poner en orden mi vida y enfrentarme al nuevo curso escolar con los ánimos renovados y con nuevas metas, las que siempre nos ponemos en esta época del año. Me falta ilusión, será eso lo que echo en falta estos meses, hace tiempo me hubiera emocionado con todo lo que el mundo me ofrece como en el escaparate de una pastelería, un amplio surtido de aparentemente dulces propuestas profesionales y emocionales dispuestas a que alguien le eche el diente. Ni siquiera sé sin con la única moneda de mi paga semanal que acaracio entre mis dedos ansiosos puedo permitirme disfrutar de alguna de ellas, prefiero por ahora no saber el precio a pagar. Y me imagino que algunas, pese a su brillante apariencia, tienen un sabor amargo y desagradable y otras, sin embargo, pese a su forma un tanto basta son dulces y placenteras. De las sorpresas de los pasteles a estas alturas de la vida sé un rato, ya no soy nuevo en esto y de las dulces promesas del pastelero, un hábil mercader en eso de alabar su mercancía prefiero no fiarme. Y lo único que en realidad me apetece por ahora es volver a casa con mi brillante moneda intacta para meterla en una hucha y esperar tiempos mejores, cuando las decisiones sean, al menos aparentemente, más sencillas y consigan despertarme la ilusión y hacerme brillar de nuevo los ojos pero hay cosas que no pueden esperar, los pasteles tienen fecha de caducidad y son muchos los niños que hacen el mismo camino con sus recién estrenadas pagas dispuestos a cambiarlas por algún sugerente dulce. Y siento que cuando acabe el verano ya no habrá más tiempo, que me tocará elegir para no sentirme un cobarde sin arrojo aunque lo haga sin la aparente convicción aunque plagada también de inconsciencias de antaño y con el miedo a un fracaso que se antoja más posible que nunca. Bendito verano, tu aparente tranquilidad de calles vacías y comercios cerrados me mantiene lejos de un otoño cada vez más cerca y que presiento va a ser calentito. Y los granos de arena siguen cayendo...