14 de noviembre de 2008

Babel

Vuelvo a encontrarme con esta película y vuelvo a reconocer en ella lo que en su día me indignó. Sé que es una historia de ficción pero lo que cuenta tiene un terrible halo de verdad, puede que solo sea su verosimilitud lo que me duele porque historias como las que la película narra seguro se cuentan por miles en la vida real. Y en esta historia es cierto que todos sufren pero los peor parados son los de siempre, los miserables, la pobre familia marroquí que sólo tuvo la inconsciencia de dejar en manos de dos niños un rifle para matar a los chacales que acababan con las cabras que era su sustento y la mexicana que decidió cruzar la frontera con los niños que cuidaba para poder asistir a la boda de su hijo, incapaz de encontrar a nadie con quien dejarlos y de perderse uno de los momentos más importantes en la vida de su retoño. Cometen errores, es cierto, pero parecen gente buena sobrepasada por una vida demasiado azarosa y acaban pagando, más aún que las víctimas, sus propios errores. El doble rasero que sigue existiendo en el mundo y los que peor lo tienen son los que además ya sufren una vida miserable. Y nosotros, los afortunados residentes en el primer mundo, inconscientes de la aleatoriedad y la fragilidad que amenaza constantemente sus precarias existencias los miramos con pavor y nos sentimos amenazados en su presencia. El miedo a lo desconocido, a una lengua que no entendemos y a unas costumbres que nos resultan ajenas nos llenan de desconfianza, la misma que sienten los turistas occidentales en la película en una aldea perdida de Marruecos fuera de los circuitos turísticos habituales a la que recalan buscando ayuda para una de las turistas fatalmente herida. El mismo miedo con el que muchos vienen a verme a Lavapiés, temerosos de este pequeño Babel que habita en pleno centro de Madrid y que cada vez me gusta más pese a su suciedad y el abandono al que le ha condenado al Ayuntamiento porque aquí me siento más ciudadano del mundo, más consciente de sus miserias y de los privilegios de los que disfrutamos todavía unos pocos.

9 de noviembre de 2008

Clandestino

Aunque soy consciente de que todos buscamos constantemente la aprobación de los demás siempre había creído manejar mejor la presión social que eso supone, al fin y al cabo uno nunca puede contentar a gente tan diversa y ya había asumido mi rol de "rarito" convencido del grupo, siempre comportándome de una manera un tanto extravagante según los convencionalismos de casi todos, demasiado clásico para algunos, demasiado progresista para otros. De algo tiene que servir pertenecer a una minoría, de esas que ha luchado bastante para que se le reconozca valor a la diferencia y se nos deje ejercerla sin temores. Pero últimamente tengo la sensación de que en algo tan personal y tan poco objetivo como lo de elegir pareja me siento un tanto esclavo de las opiniones de los demás. En realidad no son por el momento relaciones excesivamente serias pero aún así esa búsqueda de la continua aprobación de los demás me desespera. Nunca nadie es lo suficientemente bueno para aquellos a los que inocentemente pido evaluación o los que opinan sin siquiera haberles pedido su punto de vista. Y opinan con demasiada ligereza, con una superficialidad para la que bastan minutos, un cruce de miradas, dos palabras con aquel al que juzgan. Sé que en esto como en tantas otras cosas debería bastar mi opinión pero sus palabras son demoledoras, especialmente cuando yo ya albergaba alguna duda y tiran por la borda la escasa ilusión que en estos tiempos que corren pongo yo para empezar algo con alguien. Será que en realidad ni siquiera yo estaba convencido cuando tanto me influyen sus opiniones que sistemáticamente destrozan al otro pero a estas alturas de la vida, después de tantos palos, raro es no sentir dudas y ya no es hora de príncipes azules sino de seres de carne y hueso con sus virtudes y defectos. A mi nunca me ha gustado meterme en esos asuntos, demasiado delicados y subjetivos pese a que he tenido que aguantar parejas de amigos que me han causado poca simpatía, por eso me molesta la facilidad con la que los demás valoran algo tan personal y encima de manera tan negativa. Al final sólo van a lograr que esas relaciones las viva en secreto, ajeno a sus miradas inquisitivas y su falta de respeto, de vuelta a esa clandestinidad que creía haber dejado atrás. Flaco favor...