22 de junio de 2008

O garoto de Ipanema

Hace tan solo una semana estaba tumbado tomando el sol en la conocida playa de Río de Janeiro, sin embargo parece que hace siglos de mis últimas vacaciones y ya cuento los días que faltan para las que vendrán.
La rutina ha vuelto a devorarme en sus fauces no sin cierta ansiedad y desgana a la que nada colabora esta ola de calor que nos tiene a todos agotados y sin ganas de nada. Pero hacía tiempo que no desconectaba como esta vez, con el móvil apagado, sin mensajes, ni llamadas a las que atender y con 10 días por delante para conocer Río, una ciudad que realmente puede conocerse en apenas 4.
Me gustó como pocas, pese a que estaban a punto de empezar el invierno tropical la playa invitaba a tostarse al sol mientras se desplegaban frente a ti todo tipo de vendedores dispuestos a ofrecerte las más variadas mercancías y los cuerpos bronceados en ajustados bañadores invitaban al menos a la contemplación generosa de lo que allí se ofrecía, todo un espectáculo, curioso y divertido a los ojos de un profano en el país.
Y aunque el sol desaparecía pronto (a eso de las 5 de la tarde y es que en algo tenía que notarse el otoño en Río), la vida seguía en las terrazas de la exclusiva Ipanema con los turistas y los locales adinerados (las patricinhas y mauricinhos de turno, los que aquí llamaríamos pijos) mano a mano.
Es cierto que en general había algo sórdido flotando en el ambiente, puede que fueran los extranjeros venidos solos con el único objetivo de disfrutar de los placeres de la carne o los jóvenes locales dispuestos a cumplir su sueño con el dinero de algún europeo o americano del norte con posibles y en general con muchos años en su carnet de identidad. Y todo pese a no salir apenas de la burbuja que es Ipanema y Leblón, el barrio donde los precios son europeos y las tiendas parecen sacadas de la 5ª avenida de NY, un sueño para muchos de los locales que viven en alguna de las favelas que trepan los montañas que rodean la ciudad y que de noche con sus diminutas luces encendidas suspendidas en el cielo dan una visión un tanto onírica al paisaje de la ciudad.
Reconozco que pese a que no era mi objetivo prioritario albergaba esperanzas de dar rienda suelta a mis instintos más básicos, es lo que tiene escuchar las fábulas de los que allí han estado, seguramente algo noveladas, historias de propuestas irrechazables por parte de efebos de piel canela, hedonismo de la carne en la sensual y erótica playa de Ipanema.
Algo de eso hubo, he de decir, pero en esos instantes en los que me dejé llevar por la inercia de la pasión de la carne sentía que no era yo y que simplemente me dejaba llevar por lo que se esperaba de mi en la situación, por la presión social de un ambiente demasiado promiscuo en el que no se entiende mi castidad desde la ruptura. No es una castidad forzada, es más, si hubiera conocido a alguien interesante desde entonces la hubiera roto sin mayores problemas pero algo más tiene que encenderse en mi que una mera pulsión sexual para que me lance sin más a gozar del cuerpo ajeno. Lo he intentado y si ni en una de las ciudades más sensuales del planeta me sale, será que no valgo para esto ¿no? Pues a otra cosa...

1 de junio de 2008

El día más feliz de tu vida

Dijiste que fue una boda triste y es verdad que una ligera melancolía invadía de algún modo el ambiente: el día gris, el carácter íntimo del evento con apenas 40 invitados y la ausencia de una verdadera pista de baile donde desatar los ánimos danzarines de los invitados no ayudaron demasiado a darle un tono más alegre a un evento que de por sí suele ser vital y distendido. Me cuesta creer como me dijiste que en realidad la familia estaba allí disimulando que hubiesen preferido otra cosa para sus dos hijos, algo más convencional, no tan llamativo como dos hombres saliendo del ayuntamiento de una localidad del extrarradio madrileño recién casados bajo cientos de granos de arroz volando a sus cabezas mientras un sonoro "viva las novios" se dejaba oír por los invitados congregados a la salida. Me consta que la gente que por allí pasaba nos miraba sorprendidos de la escena, atípica, extraña y un tanto moderna. Y allí estaban juntas dos familias españolas más, como cualquier otra, sin otra modernidad aparente que el ver como los que se unian eras dos personas del mismo sexo, dos hombres que se quieren y que han decidido formar un hogar. Pese a la frialdad de las ceremonias civiles logré emocionarme. Sin embargo y pese al alcohol que en estas celebraciones uno acaba ingiriendo había una extraña tristeza en todo. Quizás fuese una impresión mía, todos parecían estar disfrutando del evento, puede que en realidad estuviese viéndome reflejado en ellos, consciente de que muchos pasos tengo que dar aún en la vida para poder llegar a verme en esta tesitura y no lo digo porque antes tendría que encontrar con quién, cosa complicada en cualquier caso sino porque no veo a mi familia asumiendo con la tranquilidad de estas dos familias la situación que había allí reunido a hermanos, abuelos, padres, tíos... con sus mejores galas. Mi madre ya me dijo en su día que no quería una boda con la excusa de la anticuado de la institución y creo que aunque no lo confesase en realidad quería pedirme que no la obligara a ponerme en la situación de tener que explicar a nadie con quién me casaba. De hecho y para evitar de nuevo sacar el tema hoy al ir a comer con ellos como todos los domingos no le mencioné quienes se casaban, sólo le conté que había estado en una boda sin más. Puede que eso explicara porque estaba tan arisco, porqué acabamos cabreados el uno con el otro y porqué no mostré ningún signo de arrepentiemiento al irme, en realidad la estoy culpando de no ser lo suficientemente valiente para hacer como esas dos madres que dan la cara y asumen lo que sus hijos quieren y sienten y les acompañan en el día más feliz de sus vidas. Desde aquí os deseo a los dos mucha felicidad, la tenéis bien merecida por vuestro coraje y el de vuestras familias.