26 de julio de 2006

Empatía

Siempre me ha gustado la palabra "empatía", desde la primera vez que la escuché, es sonora, rotunda y además transmite un significado muy hermoso. Es un concepto psicológico de moda en el mundo empresarial y de la gestión de recursos humanos que hace no demasiado tiempo encontró una explicación biológica gracias la existencia de las neuronas espejo. Las neuronas espejo conforman un sistema neurológico tremendamente complejo que nos permite ponernos en la piel de los demás, sentir lo que ellos sienten y padecen, sufrir y reír en paralelo a nuestros vecinos y al resto de la humanidad. Funciona también en el mundo de la ficción y así cuando vemos una película nos sentimos parte integrante de la trama aunque los referentes sean lejanos. Da igual que la película esté ambientada en la guerra de Secesión Norteamericana o que se trate de la Pasión de Cristo, tampoco importa que nunca hayamos experimentado una crucifixión ni hayamos visto la sangría humana de un conflicto de esa magnitud, somos capaces de sentir el dolor, la alegría y liberarnos en una especie de catarsis colectiva de sentimientos. Sólo cuando se cierra el telón o la pantalla se apaga, esas miserias desaparecen, recluidas en ese mundo de ficción y volvemos a nuestra vida cotidiana, mucho más monótona y aburrida, afortunadamente. Supongo que estas neuronas espejo están más desarrolladas en unos que otros, quizÁs en determinados momentos puede más la rabia acumulada durante años de conflicto aunque sea de baja intensidad que la compasión, que la piedad y que la solidaridad con otros seres humanos. No obstante me cuesta entender la frialdad con la que el Jefe del Estado Mayor de Israel afirma con rotundidad que duerme muy bien todas las noches sabiendo que cada día que pasa más muertos se suman al conflicto, que sus hombres bombardean a diario objetivos civiles causando nuevas víctimas y destrozando la esperanza de una vida mejor para muchos de los habitantes del Líbano. Y es que son capaces de asimilar la barbarie de sus actos y hacer que el asesinato resulte más sencillo porque llaman a sus victimas civiles daños colaterales, conscientes de que sólo cuando las víctimas se deshumanizan las neuronas espejo descansan y los remordimientos desaparecen. Israel lo sabe, lo sufrió en sus carnes cuando era un pueblo disperso por toda Europa. La ideología nazi despojó a los Judíos de la categoría de seres humanos, con ella a cuestas jamás podría haberse puesto en marcha un genocidio del calibre del holocausto, una verdadera máquina de exterminio que involucró a demasiada gente. Todo fue posible porque los judíos se convirtieron de la noche a la mañana en individuos de segunda categoría. Es verdad que somos espectadores de demasiadas catástrofes, que los telediarios están inundados de miles de dramas colectivos que nos obligan a inmunizarnos, a ponernos una coraza para que no nos afecten demasiado, para vivirlos desde la distancia aunque a veces hay historias que nos tocan demasiado. Y es que los medios juegan a activar estas neuronas en ocasiones. La empatía es la base de muchas de las religiones del planeta, de las más exitosas ("amarás al prójimo como a ti mismo" dicen los cristianos), de desarrollos Éticos como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre o la Ética de Kant ("no veas a los demás como un medio sino como un fin en sí mismo" escribió el filósofo alemán). Todos coinciden en lo mismo porque forman parte de nuestro yo biológico y porque si fuésemos capaces de entender los puntos de vista de los demás, de ponernos en su piel, de entender las razones que les mueven seríamos mucho más tolerantes y respetuosos con los demás. Faltó empatía a los que agredieron a Luis en la piscina de La Elipa por una muestra de cariño que muchos no comparten ni entienden, faltó también a los que no hicieron nada por defenderle, a los que incluso justificaron a los agresores porque a quiÉn Luis besó en la piscina era un hombre. Un simple beso en la boca, un casto pico que todavía escandaliza a muchos porque son dos hombres los que se besan, no escandaliza sin embargo la violencia de un grupo de chavales que se sienten fuertes ante la indeferencia de los demás e incluso el apoyo silencioso de muchos. Una muestra de cariño, voluntaria, libre y deseada entre dos personas que ofende más que la violencia. Desolador. Una señora lo justificó diciendo que las muestras de cariño de Luis a su novio en la piscina se hacían delante de los niños, niños que no están educados para ver ese tipo de cosas y yo me pregunto: ¿no será que la educación que le estamos dando se equivoca cuando ignora una realidad social que a muchos les gustaría silenciar y ocultar en el gueto de Chueca o en la privacidad del hogar? ¿Acaso es mejor educarles en la tolerancia a la violencia, en la impunidad de los agresores o en la represión asesina y brutal? ¿Es que me he vuelto loco por no entender nada? Y es que intento ponerme en su piel para entenderles y mi empatía lo único que me permite es asquearme de la intransigencia de los que afortunadamente son una minoría.

15 de julio de 2006

La Ségomanie

Dos suplementos de gran difusión en España le dedican sendos artículos, una portada incluso pese a que la políticaa francesa resulta en ocasiones lejana para muchos españoles, a lo sumo conocemos al presidente de la República, poco más. Bastante tenemos con las cuestiones locales, con las eternas peleas por lo más absurdo de Zapatero y Rajoy que llenan páginas y espacios en todos los medios de comunicación. Sin embargo una mujer francesa, presidenta de una lejana región del país galo (Poitou-Charentes) que no sabría poner en el mapa se ha convertido en una estrella mediática a este lado de los Pirineos sin que oficialmente se la haya designado como la candidata del Partido Socialista francés a la presidencia de la República, elecciones que se celebrarán si todo va bien el año que viene. Supongo que llama la atención la presencia de una figura femenina y joven en el anquilosado sistema político francés tan plagado de dinosaurios venidos de otra época. Una mujer luchadora, ambiciosa que no tiene miedo en reconocer que pretende llegar a ocupar el palacio del Elíseo, residencia del presidente de la república francesa, pese a quién pese y con la oposición de muchos miembros de su propio partido e incluso de su marido, el secretario del partido François Hollande, consciente de que sólo ganándose el favor de la opinión pública (la ségomanie) va a lograr acabar con todas las resistencias internas (a veces las más duras) que se empeñan en ponerle la zancadilla. Y aunque por lo leído en estas entrevistas parece que en algunas cuestiones todavÍía está algo verde, que aún no se ha pronunciado en aspectos clave de la política francesa, tan a la deriva últimamente, me sorprende ver como una mujer de izquierdas se considera también tradicional y defensora del orden. Una mujer progresista pero para la que no todo vale, que vive en pareja sin estar casada pero se define monógama y defiende su papel de madre. Leyéndolo no he podido evitar sentirme identificado. Quizás porque ya estoy harto de asumir el papel de iconoclasta, de sexualmente liberado ante algunos, los estabilizados tras años de vida en pareja que me ven como un oportunista con miedo al compromiso. Para muchos otros sin embargo no dejo de ser un estrecho, esencialmente aquellos que ya no saben cuántos amantes han pasado por su cama porque son demasiados, para ellos mi abstinencia sexual prolongada y voluntaria les resulta incomprensible. Y es que todo depende del cristal con el que se mire y si es verdad que tengo un amplio listado de amantes (a no más de dos por año pero ya llevo diez años en esto) nunca ha sido algo buscado ni pretendido. Al fin y al cabo no me queda otra que ponerle voluntad para ser optimista y no perder la ilusión, para leer un "sigue jugando" como si de una tómbola se tratase cada vez que fracaso en esto del amor, después de tantas ranas algún día llegará el ansiado príncipe, confío que sí. En realidad porque la genética nos ha marcado un camino, el de la diferencia, que no hemos elegido, que no sólo yo sino muchos hubiéramos preferido llevar una vida más convencional, que tal vez no valga para ir abriendo caminos en esta sociedad pero ya no puedo elegir, no me queda otra. Es el precio a pagar por haber nacido con una orientación sexual diferente a la de mayoría. Sin embargo siento como propios muchos valores conservadores y tradicionales: la pareja, la fidelidad, el compromiso, el sacrificio, la familia, el hogar..., los mismos valores que defendía el Papa la semana pasada en Valencia aunque nos excluía de ellos (todavía sigo sin entender porqué la Iglesia nos margina, una institución surgida hace 20 siglos de los marginados e incomprendidos con un mensaje de amor pero eso es objeto de otra reflexión) Y sé que exagero ese papel cuando defiendo la castidad antes del matrimonio, las pedidas de manos, las fiestas de presentación en sociedad de las jovencitas que por fin están en edad de merecer, los matrimonios concertados entre los padres (nadie mejor que una madre para saber lo que le conviene a uno). Siempre he sido un poco polemista y bufón, esa no es ninguna novedad. Por eso quizá no me creyeron muchos cuando dije que soy tradicional para muchas cosas, qué contradicción, ¿no?, un gay conservador en esto de la familia. Suena raro, quizás es verdad, el sambenito de la promiscuidad no nos lo quitamos fácilmente. Se nos identifica además con lo más moderno y trasgresor aunque haya de todo en este mundo tan tendente a colgar etiquetas a un grupo de gente cuando en realidad lo único que nos une es una atracción sexual diferente y poco más. Pero no bromeaba cuando defendí el matrimonio homosexual como una gran conquista, cuando lloré el día que lo aprobaron (qué raro viniendo de mi, ¿verdad?), el paso adelante que necesitábamos para salir de las tinieblas de lo invisible, para demostrar que también podemos defender esos valores que había monopolizado para sí la pareja heterosexual que veÍía en nosotros al bicho raro, al diferente, al vicioso egoísta en algunos casos. Hubo quién me dijo que era un paso atrás, que el matrimonio ya no tiene sentido hoy en día, ni razón de ser, que el amor está por encima de los derechos, que sólo se trata de un papel. Puede que tengan razón y respeto a los que deciden no casarse, a los que son felices solos o en pareja pero sin un papel que lo confirme, incluso a los que defienden la pareja abierta como un modelo de futuro y como generadora de menos problemas. Pero como dijo uno de los escritores (no recuerdo su nombre) que habló en la mesa redonda que conmemoraba el aniversario del matrimonio homosexual en la Casa de América, en definitiva no dejamos de ser gente normal, con las mismas aspiraciones que el resto de la gente y con los mismos sueños y el matrimonio, la expresión pública de un amor, de un compromiso entre dos personas que se quieren ante la gente que les importa forma parte del imaginario de mucho de los que conozco. Yo mismo, el día que encuentre a alguien con el que merezca la pena dar este paso, ese día que tanto me está costando y que se resiste será un día para celebrarlo públicamente y por favor, que nadie me quite esa ilusión, la necesito

10 de julio de 2006

Cuando salí­ de Cuba...

Nunca había sido un destino de interés, jamás había estado en mi larga lista de sitios pendientes, lugares que anhelo conocer como Nueva York, Tailandia, Río de Janeiro, La India, Florencia o Australia... Antes hubiera repetido otros destinos que perderme por el Malecón pese a que reconozco la atracción que ejercen esos iconos que tanto identifican a la isla: los palacetes semi derruidos de La Habana vieja que recuerdan que hubo un tiempo en que la capital cubana era la perla del Caribe, los Buick, Dodge y Chevrolet de los aÑos 50, de antes de la revolución recorriendo sus calles pese al paso del tiempo, la mezcla de razas, la gente, omnipresente en las calles, el mar Caribe azotando sus costas... Sin embargo surgió la oportunidad: una oferta irrechazable, una semana de vacaciones ya pedida y un amigo al que resultó fácil embaucar así que hice la maleta y me fui a la aventura sin apenas tiempo para pensarlo. Recién llegado de La Habana me embarga un cierto sabor agridulce. El cubano es por definición un pueblo optimista, vital, capaz de reírse de sus propias desgracias, orgullosos de su país, de su historia y de sus raíces pese a que el sueño de salir de la isla está muy presente, especialmente en los de mi generación. Sin embargo se ven encerrados en ese "paraíso" comunista que el gobierno en el poder pretender venderles mientras se ven bombardeados por los reclamos publicitarios que les llegan a través de Internet, de la televisión y del cine, mensajes que les venden un modelo de bienestar que hoy por hoy no parece estar al alcance de muchos en la isla y que injustamente sólo logran las élites políticas del país y los que trafican con pesos convertibles cubanos, la segunda divisa del país, la que manejan los turistas. Esa ríada de turistas casi constante es hoy por hoy la única industria que funciona hoy en día en la isla, gente que viene del otro lado del océano o de Norteamérica (Canadá o México mayoritariamente) para disfrutar del paraíso caribeño y demostrarles con la fuerza de los hechos que por mucho que la retórica castrista, anacrónica y desfasada, se empeñe en lo contrario ("Hasta la victoria siempre" dicen los carteles sembrados por todas partes en La Habana) el capitalismo salió vencedor de ese mundo bipolar surgido tras la segunda guerra mundial y si ganó fue porque permitió a la gente soñar con una vida mejor por mucho que en el camino dejase a muchos en la estacada. Sus sueños pasan por dejar la isla atrás, quizás no para ir a Miami, destino del exilio cubano durante décadas (tantos años mamando las críticas oficiales al modelo americano han hecho mella en gran parte de la población) pero sí rumbo a Europa, Canadá o Australia. Porque les han despojado de la posibilidad de soñar, de imaginar una vida mejor dentro de la isla, por eso para la mayor parte de los cubanos esos sueños pasan por dejar el país que les vio nacer, a toda su gente, su vida en definitiva porque sienten que quedándose están condenados al fracaso. Sin duda hubiera sido peor haber nacido en Malí, en Senegal y tener que pagarle a una mafia local una cantidad astronómica para arriesgar la vida cruzando el Atlántico durante horas en un cayuco, soy consciente de que hay sitios peores donde malvivir mientras esperas cumplir tu sueño pero el destino me llevó a Cuba, a una sociedad con un sistema educativo y sanitario en muchos aspectos en los estándares de los países más desarrollados pero en el que todavía existen las cartillas de racionamiento y a convivir con un pueblo culto y crítico al que no resulta fácil engañar con las soflamas revolucionarias trasnochadas de un dictador que lleva más de 50 años en el poder. En el Malecón de la Habana, siempre atestado de gente por las noches, los cubanos pasan el rato sentados al borde al mar, siempre de espaldas al Caribe, observando la gente que cruza el paseo, un entretenimiento más en esta ciudad que como Manhattan nunca duerme, ignorando a ese mar de azul turquesa que es un sueño vacacional para muchos pero que de noche resulta de una oscuridad amenazadora, un foso demasiado ancho que les separa de la libertad y les condena a un encierro que sólo les deseo no sea permanente.