15 de julio de 2006

La Ségomanie

Dos suplementos de gran difusión en España le dedican sendos artículos, una portada incluso pese a que la políticaa francesa resulta en ocasiones lejana para muchos españoles, a lo sumo conocemos al presidente de la República, poco más. Bastante tenemos con las cuestiones locales, con las eternas peleas por lo más absurdo de Zapatero y Rajoy que llenan páginas y espacios en todos los medios de comunicación. Sin embargo una mujer francesa, presidenta de una lejana región del país galo (Poitou-Charentes) que no sabría poner en el mapa se ha convertido en una estrella mediática a este lado de los Pirineos sin que oficialmente se la haya designado como la candidata del Partido Socialista francés a la presidencia de la República, elecciones que se celebrarán si todo va bien el año que viene. Supongo que llama la atención la presencia de una figura femenina y joven en el anquilosado sistema político francés tan plagado de dinosaurios venidos de otra época. Una mujer luchadora, ambiciosa que no tiene miedo en reconocer que pretende llegar a ocupar el palacio del Elíseo, residencia del presidente de la república francesa, pese a quién pese y con la oposición de muchos miembros de su propio partido e incluso de su marido, el secretario del partido François Hollande, consciente de que sólo ganándose el favor de la opinión pública (la ségomanie) va a lograr acabar con todas las resistencias internas (a veces las más duras) que se empeñan en ponerle la zancadilla. Y aunque por lo leído en estas entrevistas parece que en algunas cuestiones todavÍía está algo verde, que aún no se ha pronunciado en aspectos clave de la política francesa, tan a la deriva últimamente, me sorprende ver como una mujer de izquierdas se considera también tradicional y defensora del orden. Una mujer progresista pero para la que no todo vale, que vive en pareja sin estar casada pero se define monógama y defiende su papel de madre. Leyéndolo no he podido evitar sentirme identificado. Quizás porque ya estoy harto de asumir el papel de iconoclasta, de sexualmente liberado ante algunos, los estabilizados tras años de vida en pareja que me ven como un oportunista con miedo al compromiso. Para muchos otros sin embargo no dejo de ser un estrecho, esencialmente aquellos que ya no saben cuántos amantes han pasado por su cama porque son demasiados, para ellos mi abstinencia sexual prolongada y voluntaria les resulta incomprensible. Y es que todo depende del cristal con el que se mire y si es verdad que tengo un amplio listado de amantes (a no más de dos por año pero ya llevo diez años en esto) nunca ha sido algo buscado ni pretendido. Al fin y al cabo no me queda otra que ponerle voluntad para ser optimista y no perder la ilusión, para leer un "sigue jugando" como si de una tómbola se tratase cada vez que fracaso en esto del amor, después de tantas ranas algún día llegará el ansiado príncipe, confío que sí. En realidad porque la genética nos ha marcado un camino, el de la diferencia, que no hemos elegido, que no sólo yo sino muchos hubiéramos preferido llevar una vida más convencional, que tal vez no valga para ir abriendo caminos en esta sociedad pero ya no puedo elegir, no me queda otra. Es el precio a pagar por haber nacido con una orientación sexual diferente a la de mayoría. Sin embargo siento como propios muchos valores conservadores y tradicionales: la pareja, la fidelidad, el compromiso, el sacrificio, la familia, el hogar..., los mismos valores que defendía el Papa la semana pasada en Valencia aunque nos excluía de ellos (todavía sigo sin entender porqué la Iglesia nos margina, una institución surgida hace 20 siglos de los marginados e incomprendidos con un mensaje de amor pero eso es objeto de otra reflexión) Y sé que exagero ese papel cuando defiendo la castidad antes del matrimonio, las pedidas de manos, las fiestas de presentación en sociedad de las jovencitas que por fin están en edad de merecer, los matrimonios concertados entre los padres (nadie mejor que una madre para saber lo que le conviene a uno). Siempre he sido un poco polemista y bufón, esa no es ninguna novedad. Por eso quizá no me creyeron muchos cuando dije que soy tradicional para muchas cosas, qué contradicción, ¿no?, un gay conservador en esto de la familia. Suena raro, quizás es verdad, el sambenito de la promiscuidad no nos lo quitamos fácilmente. Se nos identifica además con lo más moderno y trasgresor aunque haya de todo en este mundo tan tendente a colgar etiquetas a un grupo de gente cuando en realidad lo único que nos une es una atracción sexual diferente y poco más. Pero no bromeaba cuando defendí el matrimonio homosexual como una gran conquista, cuando lloré el día que lo aprobaron (qué raro viniendo de mi, ¿verdad?), el paso adelante que necesitábamos para salir de las tinieblas de lo invisible, para demostrar que también podemos defender esos valores que había monopolizado para sí la pareja heterosexual que veÍía en nosotros al bicho raro, al diferente, al vicioso egoísta en algunos casos. Hubo quién me dijo que era un paso atrás, que el matrimonio ya no tiene sentido hoy en día, ni razón de ser, que el amor está por encima de los derechos, que sólo se trata de un papel. Puede que tengan razón y respeto a los que deciden no casarse, a los que son felices solos o en pareja pero sin un papel que lo confirme, incluso a los que defienden la pareja abierta como un modelo de futuro y como generadora de menos problemas. Pero como dijo uno de los escritores (no recuerdo su nombre) que habló en la mesa redonda que conmemoraba el aniversario del matrimonio homosexual en la Casa de América, en definitiva no dejamos de ser gente normal, con las mismas aspiraciones que el resto de la gente y con los mismos sueños y el matrimonio, la expresión pública de un amor, de un compromiso entre dos personas que se quieren ante la gente que les importa forma parte del imaginario de mucho de los que conozco. Yo mismo, el día que encuentre a alguien con el que merezca la pena dar este paso, ese día que tanto me está costando y que se resiste será un día para celebrarlo públicamente y por favor, que nadie me quite esa ilusión, la necesito

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