30 de marzo de 2009

Betsy

Betsy Blair era una actriz americana, su nombre hasta hoy no me decía nada, jamás lo había escuchado, no formaba parte del star system de Hollywood, ni siquiera en los años dorados del cine en el que tantas mujeres se convirtieron en mitos eróticos de todo el planeta, sin embargo, sin saberlo, la había visto actuar. Lo hizo en una película de Javier Bardem de la España gris de posguerra y jamás creí que la mujer que daba vida a Isabel hubiera venido del otro lado del charco, tal era la naturalidad con la que se movía por los soportales empedrados de una pequeña ciudad de provincias vestida con una ligera toquilla mientras se dirigía a su misa diaria. En "Calle Mayor" Betsy supo dar vida a una castellana recia y seca en aparencia aunque sensible y vulnerable en el fondo, una infeliz solterona que ve como su monótona vida se ve trastocada por la aparición de un hombre que la corteja, un sueño imposible para quien la vida parecía haber predestinado a la tarea de vestir santos. Y se ilusiona ante el sueño imposible que parece tocar ya con las manos ignorando que no es más que una broma de mal de gusto, que ha sido blanco del aburrimiento de un grupo de parroquianos infelices. Y las calles de Palencia, Logroño o Cuenca en pleno invierno mesetario son el mejor escenario de la crueldad humana, de la sinrazón dolorosa que termina hundiendo a un ser indefenso y débil, incapaz de entender la injusticia de tal agravio. Betsy murió hace unos días en su país, sus ojos inquietos, los mismos que esperaban inútilmente ver a través del cristal de su casa al hombre de sus anhelos acudir a su encuentro, se apagaron definitivamente. Su alegato en defensa de la libertad de la mujer en una España encorsetada por una moral pacata e hipócrita quedará para siempre en la memoria de los que pudimos disfrutarla aún sin saber que su sitio estaba tan lejos de la calle mayor por la que tan bien supo moverse.

23 de marzo de 2009

Casi me amabas

Ayer comenzó la primavera oficialmente aunque hace semanas que un calor generoso invade Madrid haciedo que las calles y los parques escupan gente deseosa de disfrutar de un sol demasiado esquivo tras un largo y penoso invierno. Debería sentirme dichoso por toparme de nuevo con la estación que con la que Madrid muestra sus mejores galas, del color verde brillante de sus parques y jardines, los mismos que en tres meses estarán mustios bajo el terrible sol del estío de la meseta castellana pero algo falla en la ecuación que antaño me resultaba tan familiar. Aún no he despejado la incógnita, puede que detrás de una fórmula aparentemente sencilla haya una solución terriblemente compleja o incluso algo más trágico, sucede a veces al enfrentarse a un problema matemático cuando ningún valor de la incógnita hace cierta la igualdad. No sé porque intuyo sin embargo que todo se encierra en el título de un poema de Vicente Aleixandre encontrado por azar mientras rebuscaba un libro de Neruda que creía tener en mi estantería, el mismo que da título a la entrada de este blog. O tal vez no pero tan complicado resulta intentar replicar o simplemente explicar la complejidad humana en una serie de juegos de números y de letras relacionadas entre sí a través de una igualdad como en tres palabras juntas por mucho que al leerlas se me revuelvan las entrañas.