7 de agosto de 2006

Cuando la canícula aprieta

Nunca me ha gustado el verano, el calor asfixiante de Madrid que te impide hacer otra cosa que no sea buscar el refugio de algún centro comercial con aire acondicionado o una piscina para no morir reseco bajo el calor sofocante de la meseta castellana. Agradezco las vacaciones (quién no) tan propias de estas fechas, me gusta la playa y tumbarme bajo el sol leyendo un libro sin nada más que hacer y nadar de vez en cuando, pequeños placeres que sólo disfruto en verano y me conformo, si no queda más remedio, con tener una piscina donde hacer un par de largos de vez en cuando aunque prefiero la inmensidad del mar. Pero lo que menos me gusta del verano es la sensación de que ha llegado el mejor momento del año y que resulta obligado pasárselo bien, que todos vuelven encantados de sus destinos vacacionales y yo siempre vuelvo a la rutina otoñal con un cierto sabor agridulce, con la sensación de no haber sabido aprovechar bien el tiempo. Desde la adolescencia cuando peor lo he pasado ha sido siempre en verano, demasiado tiempo para pensar, para darle vueltas a las cosas nunca me han sentado bien, necesito un ritmo de actividad frenético para tener la mente ocupada. Sólo hay que leer en este blog alguna de las cosas que se me ocurren cuando tengo tiempo libre para darse cuenta de que me conviene encontrar aficiones con las que ocupar mi tiempo. Primero fueron mis años de pubertad, los largos meses de vacaciones escolares encerrado en Vigo con alguna pequeña escapada a alguno de mis dos pueblos mientras soñaba con visitar otros lugares, con conocer sitios nuevos y con una vida distinta. Luego me mudé a Madrid así que el verano en Vigo resultaba más deseado gracias al poder de la morriña pero de nuevo los tres meses sin mucho que hacer me resultaban demasiado largos mientras notaba que la vida que iba creando en Madrid se alejaba demasiado de la que dejaba en Vigo y me costaba encontrar mi sitio cuando volvía de nuevo a la ciudad gallega donde me crié. Y es que salvo un par de amigas no podía evitar sentirme un bicho raro rodeado de tanta hormona masculina y de algunas aficiones peligrosas que me interesaban más bien poco. Cuando empecé a trabajar las vacaciones se redujeron a los algo más de 20 días a repartir durante todo el año. Empecé a disfrutar así de un Madrid que se va vaciando a medida que avanza el verano y las temperaturas alcanzan cotas de más de 40 grados, de sus terracitas, de sus noches interminables y de sus verbenas aunque también sufría sus calores, sus piscinas abarrotadas y las noches mojadas en sudor mientras esperaba con la ventana abierta que la inexistente brisa nocturna me dejase conciliar el sueño. A cambio empecé a disponer del suficiente dinero para montarme unas vacaciones a mi gusto, para salir al extranjero con amigos, para decidir qué hacer y lo más importante con quién. Llevo así cuatro años y nunca he logrado que los resultados hayan cubierto siquiera las expectativas y eso que últimamente procuro no hacerme demasiadas ilusiones. Es verdad que durante este tiempo también he conocido ciudades y países increíbles, que he vivido mil anécdotas divertidas y que he disfrutado de la compañía casi perenne, año tras año de mi siempre amigo José pero todos los veranos el amor se empeña en cruzarse en mi camino, un amor que no sobrevive al otoño pero que termina poniendo la nota amarga a las vacaciones y hace que termine detestando todavÍa más esta época del año y que nunca consiga reconciliarme y hacer las paces con el períodoo estival. Ha habido de todo estos últimos años: reproches por abandono supuesto cuando me fui solo a hacer un curso de inglés a Londres durante mi escaso mes de vacaciones, una enfermedad no especialmente grave pero que me obligó a cancelar un fin de semana en Lisboa y me dejó solo durante todo el verano mientras esperaba la tan ansiada recuperación, un largo mes de vacaciones al otro lado del charco sin un teléfono de contacto al que aferrarme y una semana en Madeira terriblemente larga y tediosa soportando sus reproches, sus críticas y su rabia. Quizás este verano sea distinto, empezó bien con un viaje a Cuba divertido y plagado de anécdotas. Sólo me queda una semana por disfrutar pero el destino del viaje asusta por su simbolismo, me espera la ciudad del Sena, sus románticos paseos y sus idílicos monumentos. Sólo será un fin de semana el que pasaré a su lado pero no quiero manchar este verano hasta ahora bastante perfecto con más problemas, no quiero sentir de nuevo a finales de mayo del año que viene el hastío y el miedo del que sabe que se acerca la tan temida fecha y necesito que vaya todo bien y que surja la magia, esa que en principio tiene París, para dar el paso definitivo, el del compromiso y para sentir que todo, pese a las dificultades, va por buen camino.

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