11 de agosto de 2006

Negra sombra

Cando penso que te fuches, negra sombra que me asombras, Ó pé dos meus cabezales tornas facéndome mofa. Cando maxino que es ida, no mesmo sol te me amostras, i eres a estrela que brila, i eres o vento que zoa. Si cantan, es ti que cantas, si choran, es ti que choras, i es o marmurio do río i es a noite i es a aurora. En todo estás e ti es todo, pra min i en min mesma moras, nin me abandonarás nunca, sombra que sempre me asombras.
Rosalía de Castro
Otra vez. Casi cuatro años después de la marea negra del Prestige Galicia vuelve a sufrir un desastre ecológico. Si entonces fueron las rías, las rocas de los acantilados de la Costa da Morte y los arenales del parque natural de las Islas Atlánticas las que se cubrieron con un pegajoso chapapote oscuro ahora le toca al interior, ahora son los bosques los que se carbonizan, Galicia vuelve a tiznarse de negro aunque sea un negro muy distinto. Porque como dice uno de los poemas de RosalÍa de Castro, la poetisa que mejor recogió el espíritu sombrío de los gallegos "cuando pienso que te has ido negra sombra que me asombras (…) vuelves haciéndome mofa" la burla negra vuelve a reírse de nosotros. Arde Galicia y de nuevo vuelvo a ver a los gallegos luchando con sus propios medios contra la amenaza, en este caso del fuego, solos, abandonados a su suerte ante el fuego invasor que se aproxima peligrosamente a sus casas, a sus negocios y a sus vidas. La impotencia ante el vacío institucional reflejada en las caras de unas gentes que no se resignan a perderlo todo, que prefieren no abandonar pese a que el fuego que les amenaza sea un Goliat brutal y perverso, un gigante salvaje al que sólo pueden combatir con ramas, con azadas, con pequeñas mangueras o con míseros cubos de plástico llenos de agua. Y recuerdo lo que pasó con el Prestige y como los pescadores salían con sus chalanas, con sus pequeñas embarcaciones a recoger con sus redes y con lo que tenían a mano el chapapote que entraba por las rías para salvaguardar su modo de vida, su mar y el paisaje de sus costas ante la falta de ayuda de un Estado que se mostraba de nuevo desbordado por los acontecimientos. Mi madre me contó una vez una leyenda, dicen que una vez creado el mundo Dios se dispuso a descansar y apoyando su mano en esta esquina del mundo creó de un desgarro de sus dedos las hermosísimas rías gallegas, un paisaje natural único en el mundo. Ese desgarro de la mano de Dios, tan fecundo en el pasado, vuelve ahora convertido en una especie de plaga divina que castiga una y otra vez esta tierra y a sus gentes convirtiendo este paraíso natural en un infierno de fuego y cenizas. Pese a todo siempre he creído que el gallego ha sido y es un pueblo luchador, acostumbrado a bregar con sus problemas sin esperar a que nadie nos resuelva la vida. Un pueblo sin embargo resignado a su suerte, a un destino en ocasiones cruel, a sufrir mil y un avatares en toda su historia. Un pueblo que no se queja, lo hizo en una época muy lejana, la revolución de los Irmandiños fue una revuelta popular y campesina que sorprendió a muchos en pleno medievo por la modernidad de sus ideales revolucionarios. La crueldad de una Época en la que los Derechos Humanos eran un sueño inconcebible no hacía prever que una revuelta de este tipo surgiese con tanta fuerza y menos en esta esquina perdida de la Europa feudal. La represión que le siguió fue brutal y Galicia quedó sumisa en la parálisis. Una parálisis que se mantuvo en pleno siglo XIX, entonces el minifundismo del campo gallego llegaba a su extenuación, ya no había modo de dar de comer a una población que había crecido demasiado, las micro huertas producto de las herencias de siglos no admitían nuevas divisiones. Nadie se quejó, nadie levantó la voz, hicieron las maletas con la cabeza gacha y tomaron un barco con rumbo a Argentina, a Uruguay, a Venezuela… El nuevo dorado americano se llenó de gallegos y Buenos Aires se convirtió en la tercera ciudad con más población de Galicia, todavía lo es. El éxodo continuó luego en pleno siglo XX aunque nuevos destinos aparecieron en el mapa, esta vez fue la Europa de posguerra necesitada de mano de obra barata así que los gallegos volvieron a hacer las maletas para buscar una vida mejor en Suiza, Alemania, Holanda… Sus descendientes, incluso muchos de los que se fueron siguen allí. No es de extrañar que el concepto de morriña naciese en esta tierra y haya sido de los pocos que el castellano ha tomado prestado de esta lengua periférica y miserable ante la falta de un término propio que designe este sentimiento de nostalgia por la tierra abandonada del que tanto sabemos. Y ahora que he vuelto a la literatura gallega, tan olvidada los últimos años, tan ausente de las estanterías de las librerías de Madrid, y ya a punto de acabar la última obra de Suso de Toro "Home sen nome" que compré en la Feria del Libro de Vigo, siento como propia la afirmación del protagonista cuando califica a los gallegos de pueblo sumiso al que compara con bueyes, ese animal manso, dócil y de mirada tierna que aunque fuerte y robusto a la vez es incapaz de usar la fuerza para algo más noble y más heroico que para el trabajo y la sumisión. ¿Hay futuro para esta tierra y para este pueblo o estamos condenados a irnos, a buscar otros lugares donde prosperar? De nuevo me miro y pienso que soy yo un claro ejemplo del gallego en la diáspora y a veces siento que salvo pequeñas escapadas, esas dos o tres visitas anuales, no hay billete de vuelta que me acerque de nuevo a ti y que sólo habrá un viaje que me lleve a esta tierra para siempre, el mismo que canta Luz Casal en una de sus canciones ("hasta el Norte me iré cuando piense que ya va llegando la hora, de vuelta al mismo mar")

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Triste, la verdad.

Carmen dijo...

No he podido leer pues esta en negro y no se diferencia nada que puedo hacer para leerlo?