7 de mayo de 2006

El legado

Leyendo el blog de Jorge León, el tetrapléjico que se quitó la vida hará una semana no puedo evitar sorprenderme de cómo alguien en una situación límite como la suya mira la muerte cara a cara, sin miedo aunque con respeto, consciente de que en su caso la muerte no es más que una aliada cuando la vida, ese hermoso y mágico don se ha convertido en una pesada carga. Habrá muchos que le juzguen, que consideren que la vida es el regalo más hermoso que nos han hecho y que no tenemos el derecho a desprendernos de é, a todos ellos les diría que incluso el mejor regalo llega un momento que se estropea, que de tanto usarlo pierde la función que tuvo algún día y que por mucho valor sentimental que guardemos no deja de ser un trasto inútil que ocupa demasiado espacio en este pequeño planeta y que aunque cueste desprendernos de é no queda más remedio que decirle adiós. Para los que les apetezca buscad su blog en la red, sed bienvenidos en sus páginas y en sus reflexiones, duras pero sinceras. Jorge, mucha suerte en tu nuevo camino. La muerte era tu deseo. La misma muerte cuyo nombre los demás evitamos pronunciar y tocamos madera para alejar el mal fario y evitar su presencia cada vez que alguien la nombre pese a que se sitúa amenazante sobre nosotros como la pesada espada de Damocles sujeta por un hilo finísimo que amenaza constantemente con romperse. Porque los que nos quedamos, los aparentemente sanos nunca sentimos que hemos de prepararnos para ella ni percibimos siquiera su presencia. Necesitamos creernos inmortales hasta que empiezan a caer ante nosotros la gente de nuestro alrededor como en una partida de bolos macabra. Supongo que porque para vivir, para reír, para disfrutar de la vida necesitamos olvidar que existe, no mirarla frente a frente y creernos invencibles cuando desde el primer llanto, desde la cuna estamos condenados a encontrarnos con ella y perder en esa partida de ajedrez que tan bien representó Ingmar Bergman en El séptimo sello. Mientras tanto seguimos moviendo ficha, una tras otra, sin saber detrás de que movimiento estará ese jaque amenazante del que todavía podemos salir indemnes o ese jaque mate final, el que nos lleve al abismo, al final de todo, muchas veces sin avisar, sin darnos tiempo a despedirnos de los demás y con demasiados planes sin cumplir y sueños sin realizar. En realidad porque la muerte no forma parte de nuestra vida diaria, porque tenemos la suerte de no vivir en Bagdad, en Somalia o en muchos otros lugares del planeta, lugares donde la frontera entre la vida y la muerte se difumina, donde la vida del ser humano apenas vale nada y donde salir de casa cada día puede significar no volver jamás. Y es que sólo una vez sentí algo similar a lo que deben sentir aquellos que se saben constantemente amenazados, fue justo después del 11M, cuando hacer algo tan cotidiano y tan exento de peligro como coger un metro en una ciudad del primer mundo como Madrid me revolvía el estómago y no era el único, por la mirada de los demás sentías que la desconfianza reinaba en el ambiente, que había miedo, que aquello nos tocó a todos demasiado. Pasó, lo fuimos olvidando y apenas hoy queda un recuerdo lejano de todo aquello pero la sensación de angustia todavía la percibo vivamente. Tampoco soy yo de los que piensa a menudo en la muerte, tengo aún tantos planes por hacer. Creo además que todavía la vida me tiene cosas reservadas, algunas de ellas sensacionales y es que no puedo evitar ser un optimista nato aunque el tono de este blog muchas veces dé que pensar. He de reconocer que leyéndolo a veces tengo la sensación de estar mirando el cuaderno de bitácora de un moribundo, alguien que sabe que le queda poco tiempo. Alguien empeñado en hacer cuentas con su pasado, en pedir perdón a todos aquellos a los que hizo daño, en reflexionar sobre aquellas cosas que con el paso de los años y echando la vista atrás empieza a ver como importantes, en dejarlas por escrito para que aunque ya no esté aquí siga viviendo como uno más en esta página, como sigue vivo Jorge León en su blog. Y es que alguien me dijo que le extrañaba que nunca hablara en este blog de mi futuro, de mis sueños o de mis ilusiones y sólo recrease el pasado una y otra vez. Supongo que porque prefiero guardar mis anhelos más íntimos para mi, que son parte de mi yo más profundo, que no quiero tener que escribirlos para no tener que soportar con los años ver como siguen ahí, rotos e inalcanzables, cada vez más. Te contaré sin embargo un sueño que habla de mi futuro, un sueño macabro que tengo muchas veces despierto: mi propio entierro. Y es que en realidad nunca estaré allí realmente presente para ver si es tal como me lo imagino o como me gustaría que fuese. De hecho el sueño no lo vivo con dolor, ni con miedo, sino que asisto como mero espectador, como un espíritu presente pero al que nadie ve. Me imagino el bellísimo cementerio de Alcabre en Vigo al borde de la ría en un día soleado de primavera o verano, el mar brilla y devuelve sin piedad los brillantes reflejos del sol, la brisa marina acaricia la cara de los asistentes y huele a una mezcla de salitre y flores. Sí, ese mismo lugar por el pasé tantas veces contigo camino de la playa, no me digas que no lo recuerdas. Hay mucha gente, veo sus caras y tampoco siento que el dolor les embargue, al fin he conseguido reunir en un solo lugar, en un solo momento a todas las personas que son y han sido importantes en mi vida. Las veo desfilar a todas ellas y aunque no pueda hablar con ellas, de hecho ni siquiera perciben mi presencia, me alegra volver a verlas y que hayan hecho el terrible esfuerzo de venir a darme el último adiós. Han venido desde tan lejos, de París, de Bruselas, de Londres, de Colombia..., de lugares tan dispares y tan distantes que me siento feliz al saber que están aquí porque mi muerte pese a que el tiempo y la distancia hizo mucho en separarnos mientras vivíamos, les ha tocado en algún lugar de su memoria, de sus recuerdos, porque se han dado cuenta de lo que vivimos juntos fue lo suficientemente importante como para venir a este punto perdido del planeta, muy cerca del Finis Terrae romano, a verme marchar. Porque soy de los que piensa que lo importante de esta vida es haber entablado relaciones profundas, sinceras con la gente y haber ayudado, en la medida de lo posible, a hacer la gente que me rodea más feliz. Puede sonar ridículo, quizás debería decir que tengo ansias de grandeza, de ser recordado como uno de los grandes próceres de la patria, homenajeado el día de mi muerte, galardonado con premios y reconocimientos, incluso decir que para mi lo importante es la familia, fundar un hogar y perpetuar mi sangre y apellido por los siglos de los siglos. En realidad me conformo con saber que muchos de los que se cruzaron en mi camino guardan un bonito recuerdo y aunque últimamente sólo consigo meter la pata, hacer rabiar a muchos de los que me importan, me gusta creer que me echarían de menos, que no es tan fácil saber que ya no estoy ahí y no voy a estarlo nunca, del mismo modo que yo echaría tanto de menos a tantos que me importan aunque apenas les vea. Y me quedo con un frase que oí ayer, la frase que me gustaría que dijeran los que me conocieron: dejó un mundo mejor del que llegó. A pequeña escala, con pequeños detalles, sin grandes proezas, poco a poco pero que sería este mundo sin esos pequeños detalles...

1 comentario:

MH dijo...

Este...a este paso te vas a quedar sin temas: el sexo, la muerte, el agridulce sabor del éxito social...
Pero hay algo en estas cosas que escribes. :)