27 de diciembre de 2008

Sonata para un hombre bueno

Supongo que todos los regímenes totalitarios son, de una manera u otra, del modo en que la Vida de los Otros retrata los últimos años de la RDA y de su policía secreta, la temida Stasi. De alguna manera u otra son conscientes de que su poder se basa en el uso de la fuerza, de la amenaza y el miedo sobre una población que al menos en parte no comulga con sus principios pero a la que mantienen sometida gracias a los engranajes de un potente sistema represor. Y es precisamente el mundo de la cultura, tan poco dado a sometimientos y siempre a la búsqueda de nuevos caminos expresivos, el que más siente esa falta absoluta de libertad que se da en los sistemas dictatoriales. Las cortapisas de los totalitarismos, el escaso valor que dan a las manifestaciones culturales que no sirvan para loar las bondades del líder, del caudillo que dirige sus vidas o del sistema es insoportable para muchos poetas. Ellos son los primeros que se exilian, así pasó con Antonio Machado y tantos otros en esta dictadura nuestra que parece ya un lejano recuerdo o menos aún, un hecho histórico para los de esta generación, la de los que nacimos en plena democracia. Muchos otros incluso murieron, víctimas también de las miserias de la Guerra Civil y de su larga postguerra. Pero en medio de la mediocridad de estos sistemas que todo controlan hay lugar para la esperanza, para la heroicidad sin recompensa, la de un pobre agente de la Stasi que cubre las actividades opositoras de uno de los grandes creadores teatrales de la Alemania del Este, sometido a vigilancia intensiva, aún a costa de estropear su futuro laboral y arriesgando su vida sin saber uno muy bien porqué. Y parece todo tan lejano, visto desde el prisma de la comodidad del sistema libre donde la libertad de expresión parece asegurada. Sin embargo no puedo evitar hacer examen de conciencia para darme cuenta de que yo mismo me autocensuro, especialmente en el ambiente laboral callo muchas cosas, consciente de que no casan con la ideología dominante de un departamento excesivamente escorado en la derecha. Es evidente que mi silencio dice muchas cosas aunque procure disfrazarlo de indiferencia. Y por mucho que hable de mi vida privada tomando café todas las mañanas con los compañeros oculto muchas cosas, demasiadas. Sé que es mi vida privada y que no tengo necesidad de contarla a los cuatro vientos pero me gustaría poder hablar de mis relaciones con la misma naturalidad con la que el resto habla de novios y maridos o mujeres. No me siento orgulloso de mi cobardía y ni siquiera la justifico como hacen tantos diciendo que no tienen porqué hablar de con quien se acuestan y con quien se levantan. Al fin y al cabo nuestra vida no se limita al sexo y mis parejas han sido más que un trozo de carne con el que satisfacer mis pulsiones. Por eso, esos pequeños gestos de muchos seres anónimos, los que deciden dar un paso adelante y contar sin tapujos detalles de su vida que otros ocultan, especialmente en entornos más hostiles o donde no es tan común que se haga público merecen nuestro reconocimiento. A esos pequeños héroes anónimos va dedicada la misma Sonata para un hombre bueno que compuso Gabriel Yared especialmente para la película y que nos hace creer en la bondad del género humanos en medio de la tragedia de la represión totalitaria.

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