14 de diciembre de 2008

Los secretos del amor

Últimamente la ciencia ha puesto los ojos en algo que hasta la fecha parecía inexplicable o al menos poco dado a teorías científicas y a la ramplona generalización en el que la ciencia tiende a encorsetar todo lo que toca. El amor había sido hasta la fecha más propio de la literatura o de las artes en general que tantas páginas, canciones u obras plásticas le han dedicado. El amor sin embargo es pura química, nos dicen los científicos, cuestión de hormonas con fecha de caducidad, pura biología puesta al servicio de la reproducción de la especie. Y ahora atacan de nuevo clasificando a los seres humanos en cuatro categorías: el aventurero, el negociador, el racional y el tradicional. No tengo idea donde entraría yo en esa clasificación aunque afirman que en general los opuestos se atraen y los similares se repelen. Lo que sí sé que he comprobado es que siento una atracción inexplicable por los desemparados, los hombres que parecen perdidos, azorados y desolados por la tragedia de la vida. Por eso me encanta el actor que en "Mi vida sin mi" de Isabel Coixet aparece en la vida de la protagonista cuando esta ya es consciente de la terrible enfermedad que la sentencia a morir muy joven, con apenas 23 años. Su mirada perdida, sus ojos tristes y su casa vacía, sin apenas muebles, metáfora de una ausencia que le resulta insoportable, hacen de él un hombre especialmente atractivo a mis ojos pese a que todavía en la cinta no es consciente de que la mujer que acaba de entrar en su vida, un rayo de esperanza, tiene los días contados. Nunca he entendido bien porqué me gustan ese tipo de hombres, los vulnerables (si es que existe alguna razón para ello) y porque los hombres fuertes, aparentemente indestructibles, en general no me apasionan o quizás me asustan pese a que no sea más que una fachada ante el mundo. Puede que en ellos vea un reto, conseguir hacerles sonreir, que superen conmigo lo que tanto les duele y hacerles sentirse felices otra vez. Tal vez pretenda aportar mi granito de arena en este mundo plagado de tragedias intentando al menos hacer una más soportable, ser el bálsamo que si bien no puede curar al mundo, al menos cumplirá su papel con un solo individuo. O quizás es puro egoismo, y creo de una manera un tanto inconsciente que alguien perdido en su infinita tristeza tal vez vea en mi a la roca en la que asirse para soportar mejor lo embates de la vida y acabe necesitándome demasiado como para plantearse la idea de perderme para siempre. Un seguro contra el abandono. Nada es garantía de éxito, sin embargo, las dos veces que he sentido esa vulnerabilidad al otro lado las cosas no han funcionado. Una porque acabó transformándose en una terrible y agobiante dependencia hacia mi que frustó todos nuestros planes. La otra porque hay tragedias para las que a veces hay poco consuelo por mucho que uno ponga empeño, dramas que necesitan ser superados por uno mismo. Quiero pensar pese a todo que el tiempo que duró lo nuestro de algo le sirvió mi presencia y mi hombro a su lado, no fue suficiente, lo sé y lo lamento. Y es que por mucho que la ciencia quiera ponerlo números a esto del amor no hay recetas de éxito que sirvan de mucho en la complejidad de dos seres humanos luchando por permanecer juntos. Seguiremos por tanto como hasta la fecha improvisando, guiándonos por nuestro instinto y confiando en que la suerte, bastante esquiva hasta ahora, nos dé una oportunidad aunque cuadre poco en la teoría científica que como si de imanes se tratase nos convierte en polos que se atraen y se repelen según reglas establecidas.

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