7 de abril de 2008

Ingrid

Su imagen se hizo tristemente popular cuando en una visita la selva como candidata a la presidencia de Colombia fue secuestrada por la Farc. Desde entonces lleva más de 8 años recluida, sin apenas pruebas de vida en todo este tiempo que hagan a la familia conservar la esperanza de poder volver a verla algún día con vida. Esta es la última, se hizo pública hace unos meses, y convertida en icono reciente de la lucha contra la ignominia de un secuestro, aparece constatemente en los medios de comunicación, a medida que surgen nuevas noticias de esta mujer, de su mal estado de salud y de la debilidad física que amenaza con acabar con su vida, lejos de los suyos y en presencia de su enemigo más atroz, el que la mantiene retenida en medio de la selva. Lo más trágico de esa imagen que nos hemos acostumbrado a ver no es su delgadez extrema, ni que le dejasen los grilletes puestos también durante la grabación, conscientes de que su imagen tras tantos años de ausencia daría la vuelta al mundo. Lo más triste de esta historia lo cuenta sin palabras esa cara de melaconlía infinita, esa mirada perdida incapaz de enfrentarse al objetivo de la cámara y esas manos entrelazadas como suplicando piedad a unos raptores que no han sido capaces de dejarla libre en todos estos años. Cuesta imaginar el ejercicio mental tan hercúleo que esta mujer habrá tenido que hacer estos años para no enloquecer, para mantenerse cuerda en una situación tan inhumana, en un entorno tan hóstil y sin apenas capacidad de movimiento. Y ahí sigue viva, entera pese al dolor, símbolo inconsciente de la fortaleza humana aunque tal vez ahora, en el mismo momento en el que escribo estas líneas, sienta que está llegando al límite de lo soportable. Al igual que en esta foto, en ocasiones me da miedo a enfrentarme al espejo y ver mi cara reflejada, parar un segundo para mirarme de manera tranquila y pausada y no con la rutina aprendida e inconsciente del día a día, fijándome en los detalles de un rostro que pese a los cambios conozco muy bien. No se trata de que me asuste advertir las huellas del paso del tiempo en mi piel aunque, os lo aseguro, no me entusiasman. Tengo miedo de mirar al fondo de mis ojos porque me aterra descubrir en ellos la misma mirada perdida y melancólica de Ingrid en esta fotografía. Sé que son dos situaciones incomparables y que no puedo ponerme en la piel de ella sin sentir inmediatamente el terror más agónico pero a veces siento que no hay esperanza y que las derrotas deberían hacerme replantearlo todo, son ya demasiadas sin apenas nada bueno a lo que asirme, demasiados nubarrones empeñados en aguar los cuatro momentos buenos que he tenido en más de 10 años de historias, pese al empeño puesto detrás, pese a los continuos reintentos que siempre me llevan al mismo destino. Estoy cansado, aburrido y harto. Puede que pronto lo olvide, seguro que me lanzaré de nuevo a por otro desatino más antes de lo que ni yo mismo imagino pero hoy sólo sé que lo único que me apetece es romper todos los espejos de mi casa. Sólo me frena saber que acarrean 7 años de mala suerte y eso, precisamente en estos momentos, no es lo que más falta me hace.

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