17 de agosto de 2006

Hijo pródigo

Como en una especie de moviola o máquina del tiempo he retrocedido dos años atrás y los recuerdos del verano del 2004, el último que viví como ahora en casa de mis padres se mezclan con las nuevas sensaciones de este verano. Sé que volver a casa de mis padres no ha sido más que una solución provisional mientras espero que me entreguen mi nuevo piso pero no puedo evitar sentir que más que avanzar voy atrás como los cangrejos. He vuelto al extrarradio madrileño, al mismo sitio en el que viví más de ocho años, a sus autobuses nocturnos, a la hora de media que me lleva bajar a Madrid, el lugar donde hago la mayor parte de mi vida y a sentirme incómodo cada vez que salgo, vigilando el reloj, calculando los minutos que pasan para que cuadren con el horario de los autobuses nocturnos, consciente de que ya no vivo a 10 minutos de taxi del centro y que tengo que coger dos autobuses para llegar a casa. También tiene sus ventajas, vuelvo a estar cerca de mis amigos del barrio aunque aún no se hayan habituado a tenerme cerca y a incluirme de nuevo en sus planes más ocasionales, a sus quedadas entre semana, esas a las que desde que vivía en Madrid capital nunca acudía. El hijo pródigo vuelve a casa. Mi madre no puede disimular su alegría aunque sin cambiar un ápice sus planes me haya dejado solo este mes de agosto. El otro día rebuscando en casa algo que ver para superar el aburrimiento de una tarde de verano sin planes a la vista encontré entre los DVD algo que ver una de mis películas favoritas, se me debió traspapelar cuando hice la mudanza para ir a Madrid y se quedó en casa de mis padres. No sé porqué pero me encanta el papel que encarna en "El amor perjudica seriamente la salud" primero Penélope Cruz y luego una madura pero atractiva Ana Belén. Supongo que es su falta de escrúpulos para conseguir aquello que quiere y desea, aunque sea algo tan simple y egoísta como subir y progresar en la vida, tal vez se trate de esa ambición desmedida que llega incluso a resultar incluso cómica o su manera de ser, la de una caprichosa y consentida niña mimada de la burguesía madrileña. Y es que aunque no me identifique con Diana, el personaje central de la película sí siento a veces que me gustaría no sentirme tan azorado por la conciencia, empeñada en hacerme sentir culpable a todas horas y me gustaría sentir esa despreocupación de la que hace gala la protagonista para no sentirme responsable de la felicidad de tanta gente que me rodea. No soy un amigo perfecto, es más, resulta imposible serlo cuando el listado de amigos es como el que atesoro, y es que socializar siempre me ha resultado bastante sencillo pero no quiero que eso me atorme. Y lo hace, a diario, sobre todo con aquellos que me necesitan más que yo a ellos, aquellos que están más solos aunque sean muchas veces responsables de su propia soledad. A lo mejor lo que me gusta de ella es la vulnerabilidad de esa mujer que no puede evitar caer una y otra vez en los brazos de un joven inseguro y de aspecto más bien vulgar pese a haber podido elegir entre lo más selecto y granado de la burguesía y haberse encima enamorado de él. La lucha interna entre el debe y el quiere, entre lo que nos conviene y lo que nos apetece y nos gusta, entre luchar por un sueño aunque sepamos ya que no va a hacernos felices o conformarnos con lo que la vida nos ofrece, algo más mísero pero seguro que más satisfactorio, esa pelea entre lo que nos dicta la razón y lo que nos pide y suplica el corazón que hagamos. Y es que en esto del amor por mucho que me empeñe en ponerle algo de racionalidad la bestia siempre acaba saliendo, por mucho que intente establecer todo un sistema de pros y contras en el que intento ponderar cada elemento en su justa medida antes de tomar una decisión, siempre acaba pesando más la emocionalidad de un beso, el calor de un abrazo que la amenaza de la distancia y que el recuerdo de una ausencia que como una tela de araña me atrapó en sus redes el mes de octubre del año pasado, una ausencia que puede volver a presentarse de nuevo. Soy un amante del riesgo, del más difícil todavía aunque la gente me tache de loco y de inconsciente, lo soy, pero estoy harto de sentir miedo, de eso este año he tenido bastante. Tampoco quiero dejar que la vida pase por delante de mis narices mientras la duda me paraliza y prefiero tirar para adelante y dejar que el tiempo sea el que me diga si me he equivocado. Puede que al final sea de nuevo una víctima del miedo, del miedo a quedarme solo, los miedos son a veces guerreros incompatibles, enfrentados en una batalla interminable. Y quizás esta vez el miedo a la soledad, tan universal, puede darse por satisfecho, feliz de haber ganado la batalla al miedo al fracaso de una relación que a priori tiene ya una traba importante, la de todo un continente de por miedo, la de miles de kilómetros que nos separan. Aún así espero que esta vez sea distinto y esta vez los agoreros no tengan razón, ya han acertado bastante en mi vida, he escuchado demasiado el "te lo dije, te avisé ya pero nunca me haces caso y luego pasa lo que pasa". Por eso no dije nada antes de que fuese demasiado tarde, no quería que nadie influyese en mi determinación y no se enteraron hasta que la decisión estaba tomada. Tiene que salir bien, esta vez sí, no puedo permitirme volver como los cangrejos a lo mismo, a un otoño desesperante, a perder de nuevo la ilusión recientemente recuperada porque cada vez que desaparece se oculta en un lugar todavía más recóndito, cada vez resulta más difícil volverse a topar con ella, tiene más lugares donde esconderse, traspapelada entre todas esas malas experiencias acumuladas en años y no me veo con fuerza siquiera de volver a ponerme a ello, a enfrentarme al pasado para poder soñar con un futuro mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No pasa nada, somos imperfectos, que se le va a hacer... Por cierto, consuélate, en nada tendrás tus metritos cuadrados propios, y una piscinita en lo alto de tu cabeza. Un beso.