22 de mayo de 2006

Le plat pays

Hace una semana recorría las calles de tu capital, más de un año y medio después de la última vez, recordando los viejos tiempos de un año, el 2000, que guardo en mi memoria con cierta nostalgia y es que todavía sigue siendo uno de los mejores de mi vida. Muchas cosas han cambiado desde entonces aunque nunca como esta vez me ha costado tanto volver a Madrid. Ni siquiera cuando regresaba definitivamente a España después de mi experiencia Erasmus con la conciencia de que tardaría en volver a pisar los mismos lugares que me fueron tan familiares una vez me costó tanto tomar el avión que me devolvería a mi casa. Supongo que entonces pesaban más las ganas de volver a ver a mi gente después de varios meses y de alejarme de una ciudad que se vaciaba poco a poco a medida que el verano se acercaba. Y es que no hay nada más triste que cerrar una casa que habían ido abandonando poco a poco los que antes fueron parte indispensable de su rutina diaria. Supongo que en parte fue la complicidad recuperada entre Marie y yo después de tanto tiempo sin vernos, de tantos acontecimientos de los que apenas habíamos hablado, sentir que volvíamos a ser los amigos que fuimos un día y que había recuperado la confianza y la intimidad que el tiempo y la distancia se encargaron de romper. En parte también porque necesitaba volver a divertirme como lo hice la noche del domingo, una noche loca e intensa en la que me reí como hace tiempo no hacía y sentir que alguien me colmaba de atenciones, que alguien volvía a preocuparse por mi como nadie lo había hecho en los últimos meses, unos meses en los que me había sentido irremediablemente solo y de eso me di cuenta en este viaje. Me costó volver, coger el tren hasta al aeropuerto y retornar a la rutina de Madrid, en parte porque me parecía que nada ni nadie realmente importante me esperaba. Sé que no es verdad, que si me hubiese quedado el espejismo de esos tres días, de mi presencia permanente en la ciudad hubiese suavizado las cosas y que hubiese empezado a echar de menos a tanta gente indispensable que forman parte de mi vida diaria en Madrid. Ayer sin embargo me di cuenta de que en cierto modo Madrid volvía a darme la espalda. La escena me resultaba familiar, de nuevo un restaurante cualquiera, una mesa de dos, dos personas frente a frente mirándose a los ojos y una conversación dura, un tenemos que hablar seriamente al que la experiencia me ha hecho temer sin remedio. Había hecho un esfuerzo por ilusionarme aunque los comienzos fueron algo ambiguos, extraños en alguien acostumbrado a algo más apasionado y visceral. La poca ilusión que había conseguido alcanzar en el último mes con cierto esfuerzo, empeñado en que valía la pena intentarlo y que tenía que echarle coraje a la vida y arriesgar, se evaporó de pronto al saber que la falta de ilusión era compartida, que ninguno de los dos sentía que esto iba por el camino esperado. Podríamos seguir así toda la vida, viéndonos una vez por semana aunque lo nuestro salvo por dos besos esporádicos se asemejase más a una relación de amistad que a algo más profundo pero creo que no era lo que ninguno de los dos buscábamos. De pronto sentí que volvía a estar atrapado en la misma situación que hace no tanto tiempo, que los acontecimientos parecen condenados a repetirse una y otra vez aunque cambien los escenarios y los intérpretes. Afortunadamente esta vez puedo decir que puedo soltar lastre sin temor a hundirme en el proceso irremediablemente, que olvidar no va a ser el esfuerzo titánico del año pasado, que seguiremos en pié haciendo frente a las adversidades y que la vida no se mide por las veces que caemos sino por las que nos levantamos para seguir adelante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Danielito,
A mi tb me toquó el corazon volver a encontrar nuestra complicidad* Creo que es importante cuidarla!
Cuanto a las cosas que se repitan : se repitan pq nos gusta ponernos en ella, les necesitamos, topas? pero cada quien puede decidir de un dia al otro de cambiar y de no volver en estas mismas situaciones de toda la vida!

Te quiero mucho,
Marie*