
29 de mayo de 2006
El día D

28 de mayo de 2006
Donde el corazón me lleve
Pasión Así la define la Real Academia de la Lengua Española:
1. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
2. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona.
3. Apetito o afición vehemente a algo.
Un elemento muy propio de nuestra cultura, la española, de raíces mediterráneas y latinas, creativa, bulliciosa y vibrante. Yo también formo parte de ella y recojo en cierta manera parte de sus valores aunque muchas veces parezca un frío habitante del norte de Europa, tan poco dado a la expresión de mis sentimientos, tan inequívocamente distante en ocasiones, tan ordenado y perfeccionista en el trabajo y en otras facetas de mi vida (he de reconocer que en otras soy un poco desastre). Y es que me cuesta ser más espontáneo porque en definitiva me he criado en las húmedas tierras gallegas y porque mi padre me ha educado en la sobria cultura castellana de Tierra de Campos y eso marca demasiado. Además la vida nos fuerza a reprimir nuestros sentimientos, especialmente a los chicos ya en la adolescencia cuando uno no deja de ser un proyecto de hombre que reafirma su virilidad yendo de duro por la vida y aunque intento que todo eso no pese en mi carácter ahí sigue, soterrado pero aún tremendamente presente. Sin embargo en el amor soy tremendamente visceral, lo reconozco, y me cuesta controlarme cuando me ilusiono, cuando veo que algo marcha, que se despierta en mí la llama del deseo y que lo que siento va más allá de lo puramente físico y sexual. Si me dan cancha, si me siguen puede ser todavía peor. Y es que aunque a veces me asusta me da la sensación de que por amor estaría dispuesto a cualquier cosa, que aunque parezca un tipo con cierto control soy capaz de soltarme la coleta cuando los sentimientos me embriagan. Aún recuerdo, creo que fue en el 2003, como mi imaginación hacía planes para irme a vivir a Buenos Aires detrás de un sueño. No sé si llegaría a tomar la determinación si las cosas no se hubiesen torcido ya en España pero disfrutaba imaginando viviendo en su casa porteña en la peor época del corralito, una de las peores crisis que ha azotado a Argentina. Mientras tantos argentinos huían a España en busca de un futuro mejor en mis sueños yo hacía el camino a la inversa para vivir en una nube de algodón, en la que me sentía cuando estaba a su lado. No sabía qué iba a hacer en un país en crisis pero ¿es que acaso eso importa cuando eso me permitiría estar a su lado a toda costa? También es verdad que al final la razón suele imponerse, que por mucho que lloré en el aeropuerto de Cali y por mucho que me costara coger un avión que me devolvería a Madrid sabiendo que detrás dejaba una relación que había sido y sigue siéndolo aún ahora una de las mejores cosas que me han pasado en la vida nunca me planteé quedarme en un país con tantos problemas y dificultades porque aquello me parecía una tremenda locura. Y es que en definitiva, si no había esa pasión al principio sabía que algo iba mal, que realmente no había los cimientos necesarios para construir nada en serio asÍ que ya me encargaba yo de cortar, de hacer ver que aquello no iba por buen puerto. En ocasiones me engañaba a mi mismo, no había tal pasión sino la ilusión de compartir algo con alguien interesante así me dejaba llevar para al final darme cuenta de que todo era un error, que en realidad no sentía ese algo que necesitas para poder construir algo de futuro. Todo acaba por salir a flote y es que si de algo soy incapaz es de fingir unos sentimientos que no tengo y que aunque puede que pocas mis muestras de cariño son sinceras. Cansado sin embargo de ilusionarme y de decepcionarme una y otra vez, escéptico en el amor y en tantas otras cosas en la vida, empecé algo sin muchas esperanzas, sin apenas ilusión pero con un pensamiento claro: ¿de qué vale todo eso, de qué vale hacer caso al corazón si siempre me ha llevado por sendas equivocadas, por caminos tortuosos y hacía un mismo final, el de mi eterno amigo el sufrimiento? Si la razón te dice que podría funcionar, que sois compatibles, que es un tipo interesante, divertido y de fiar, que te sientes bien a su lado ¿qué importa que no sientas nada especial a su lado, que no despierte en ti las ganas y la necesidad de volver a verle cuanto antes mejor? Y me lancé, me dejé llevar y no fue hasta la semana pasada que me di cuenta de que en realidad aunque se equivoque y elija el peor momento, el peor lugar e incluso se fije en la peor persona el corazón es el único termómetro de las relaciones humanas, al menos de las relaciones de amistad y de pareja y que si no está al rojo vivo, que si el mercurio no está a punto de estallar en la varilla de vidrio cuando le ves aparecer, que si no te tiemblan las piernas y se te revuelve el estómago cuando estás a su lado no hay nada que hacer y entonces sólo estás perdiendo el tiempo, engañándote a ti mismo y a los demás y creo que ya no tenemos edad para andar tonteando sin sentido
22 de mayo de 2006
Le plat pays

7 de mayo de 2006
El legado

5 de mayo de 2006
El discreto encanto de la burguesía
Me llamabas burgués y con razón cuando te contaba cómo organizaba esta maldita reunión internacional que me ha traído un poco loco las últimas semanas e incluso meses, hoteles de cinco estrellas, restaurantes de lujo con terraza con vistas sobre la Castellana y mil detalles más. Y si sólo fuera eso, creo que me he acostumbrado a demasiados pequeños lujos, a la tarjeta plata de Iberia Plus que me han mandado recientemente, a las salas Vip de los aeropuertos, a esos restaurantes elegantes donde a veces me invitan, a la clase preferente en el Ave, al trato exquisito que confieren esos pequeños lujos. Cierto es que mi vida normal es mucho más frugal, que no se me caen los anillos por ir en bus al trabajo con muchos de los inmigrantes que trabajan de jardineros y en el servicio del barrio residencial donde están mis oficinas, que sigo limpiando mi cuarto de baño y comprando en el Dia aunque lo alterne con El Corte Inglés. En parte porque quiero mantener los pies en la tierra, porque no quiero olvidar quien soy y de donde vengo, una familia de clase media sin demasiados acomodos, porque no quiero acostumbrarme a algunos lujos aunque cuando los disfruto parezca un niño con zapatos nuevos, con esa sonrisa estúpida y esos ojos brillantes del que se siente deslumbrado por un estilo de vida que le parecía inalcanzable cuando vivía en los suburbios soñando con ese mundo del papel cuché. Y es que muchas veces tengo la sensación que me he colado en alguno de los reductos de la clase alta española, que en el trabajo, especialmente en algunas multinacionales donde he trabajado y sigo trabajando, existen determinados clanes familiares, algunos apellidos de solera que pesan demasiado y a veces no puedo evitar sentirme como el que se ha infiltrado en un espacio que le pertenece a otros aunque me lo haya ganado a pulso y no me hayan regalado nada. Pero incluso en la parcela más privada, también aquí, poco a poco, se han ido colando algunos caprichos y si puedo compro antes en Massimo Dutti que en Zara aunque sean de la misma compañía, que aunque forzado en parte por las circunstancias hay alguien que limpia las zonas comunes del piso que comparto, que no soy nada sin unas vacaciones en el extranjero todos los años, sin salidas esporádicas al teatro... Caprichos que han llegado para quedarse, y es que resulta tan fácil acostumbrarse al lujo y cuesta tanto volver a la vida austera del principio. Por eso me asusta seguir cayendo en este hedonismo sin sentido e ir añadiendo algunos más, sentir que empiezo a necesitarlos como el aire que respiro, que este tren de vida hay que seguir manteniéndolo, que la locomotora sigue caminando a toda máquina y necesita combustible, cada vez más, para al menos mantener la misma velocidad, el mismo ritmo de vida. Y es que sin pretenderlo me he ido convirtiendo en un pequeño burgués con un nivel de vida más que aceptable y aunque reniego del estilo de vida de muchos de mis compañeros de trabajo, de sus vacaciones en el Caribe, de sus BMW todoterreno, de su vestimenta tan previsible, plagada de caballos y cocodrilos, de su relajada vida en las urbanizaciones que plagan los alrededores de Madrid no puedo evitar haber adoptado alguna de sus costumbres. Aún recuerdo como me miraron con extrañeza mis antiguos compañeros de trabajo cuando aparecí en una cena con una camisa de Ralph Lauren con la bandera americana, era un regalo pero les sorprendió verme con ella y sin embargo ahora ya tengo tres. Es verdad que me costaron muy poco, las compré en oulet pero sé que hace años ni se me habría pasado por la cabeza probármelas. Incluso en la terrible decisión de comprarme un piso aunque opté por una de las zonas menos exclusivas de Madrid, Lavapiés, el barrio de la inmigración, del mestizaje y de la cultura alternativa lo he hecho en uno de las promociones más exclusivas, con todo detalle y una piscina en la terraza que va a ser la envidia del vecindario. Y es que aunque intento no caer en sus terribles garras hay algo de la burguesía que me resulta especialmente atractivo y creo que no son tanto sus placeres sino lo previsible de la vida burguesa, la tranquilidad de los barrios residenciales de la clase media-alta, la sensación de que la vida no presenta ningún sobresalto y que todo está definido de antemano: nacer en una buena familia, educarse en los mejores colegios, encontrar un buen trabajo, casarse, formar una familia, criarla y jubilarse para jugar al golf con una pensión envidiable a los 55 años... Todo parece estar establecido desde la cuna hasta la tumba. Sin embargo también reniego de esa vida tranquila, me resulta demasiado aburrida, previsible, edulcorada y necesito sentirme vivo, para lo bueno y para lo malo, porque siento que la vida es más intensa que pasar el fin de semana de tiendas por Serrano, de copas por el barrio de Salamanca o en la Ópera en el Teatro Real. Me muevo entre estos dos mundos, a veces con destreza, en ocasiones más forzado, y me siento como el protagonista de "Lobo estepario", la novela de Hermann Hesse, oscilando entre la figura del hombre, del burgués respetable y educado y la bestia, la brutalidad pero también la frescura, la espontaneidad y la vida. El margen se estrecha, cada vez más. Las posibilidades del lobo estepario de salir a la luz son cada vez menores y las exigencias de la vida burguesa, de la hipoteca que en breve sacudirá mensualmente mi cuenta corriente hacen que mi vida se vaya plegando poco a poco a un esquema de vida cuadriculado sin pocas posibilidades de escape, la jaula que encierra al lobo se estrecha y sus barrotes son cada vez más fuertes y la única posibilidad que tiene el lobo de volver a ser el animal libre y salvaje de un día es aullar, aullar lo más fuerte posible para que me no me olvide de él, para que sepa que sigue ahí, esperando el día que decida dar vía libre de nuevo a esa bestia salvaje llena de odio y rencor por los años de encierro, dispuesta a devorar al hombre que el encerró durante tanto tiempo, al burgués irreductible que por ahora se conforma con sonreír consciente de su triunfo. Te sigo escuchando, hermano lobo, aunque muchas veces prefiera olvidar tus gritos y tus aullidos
1 de mayo de 2006
Judas

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