25 de enero de 2009

Contact

Sé que a pocos le gustó esa película y que nado contracorriente cuando defiendo con pasión una película que a mis ojos está llena de magia, la que transmite Jodie Foster interpretando a una brillante científica fascinada por la astronomía desde que su padre, siendo niña, la enseñara a mirar las estrellas, descubriendo galaxias y constelaciones en un pequeño pueblo de Florida. Y ya de mayor, perdida la inocencia pero no la pasión por su trabajo, por la física y la astronomía a la que ha encaminado sus pasos descubre un mensaje cifrado venido del espacio, de una civilización procedente de una galaxia lejana. Desde entonces y como si de una página de contactos interestelar se tratara pondrá toda su vehemencia y su ambición personal por descifrar las claves de ese mensaje y lograr entrar en contacto con seres de otro planeta. Yo también, y en eso me parecía a Foster en su papel, le he puesto agallas, ganas e ilusión para quedar y conocer a tantos que incluso he perdido la cuenta. Los míos no estaban tan lejos, a apenas dos paradas de metro en el mejor de los casos, a diez o veinte kilómetros en el peor pero muchas veces he tenido la impresión de que estaba con seres de otros planetas, a años luz de mi mundo. Recuerdo las primeras veces: los miedos y las dudas convivían con la intensa emoción que producía el quedar con un desconocido, con el que con suerte habrías intercambiado apenas dos frases haciendo algo que entonces me parecía casi clandestino. Mis primeras quedadas surgieron como respuesta a un mensaje dejado en un periódico con una pequeña descripción en el que me atrevía a dar el teléfono de casa de mis padres. No había apenas móviles y ni siquiera Internet. Hoy sin embargo todo se ha sofisticado demasiado y el ciberespacio se ha llenado de perfiles, fotos, chats, webcams y conversaciones por messenger, pequeño paso previo antes de verse en el cara a cara. Se han ampliado las posibilidades y todo da pié a pensar que cuando uno queda va más a tiro fijo, que todo se sustenta en algo más sólido aunque todo sea menos espontáneo y natural. Sin embargo aquí sigo, doce años después, ya casi ni me pone nervioso quedar con alguno, lo veo tan natural que lo hice incluso en un país tan aparentemente peligroso como Colombia. Es cierto que ha habido etapas más intensas y algunas de sequía absoluta en esto de las citas a ciegas pero me sorprende como en mi trabajo, tan ajenos a este ritmo de vida lo ven como algo extraño y difícil de entender. Y lo triste es que a algunos con los que tomé un café no sería capaz de reconocerlos si me los cruzase por la calle y pese a que me atrevo a dar lecciones a algún neófito en esto de las citas por la red en realidad la práctica demuestra que no soy tan bueno en esto. Al principio entretiene y sirve para conocer gente nueva, pero acaba cansando esa continua sucesión de cara distintas y tener que empezar a contar tu vida de cero. Las menos, la aventura vale la pena, y aunque cueste en ocasiones se saca algo en limpio: un amigo, una historia pasajera o una relación más o menos duradera aunque sin duda lo mejor es como el final de la película: un viaje alucinante para acabar sintiéndose como en casa, en esa playa de tu niñez, esa que tan gratos recuerdos te trae bajo el susurro de una voz amable y conocida.

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