25 de septiembre de 2006

El dolor de una sospecha

La semana pasada volví a escuchar la canción, llevaba tiempo tatareándola desde que hace más de un mes volví a ver la película en la que me cautivó. Estaba en el coche de una compañera del trabajo y la tenía puesta, le comenté que me gustaba y se ofreció a dejarme el CD. Todas las canciones de Damien Rice son lentas, pausadas, muy vocales, la que ya conocía, Blower’s Daughter acompaña el final de "Closer". La película es una adaptación de una aclamada obra de teatro y por eso a veces da la sensación de que los escenarios sobran porque lo realmente importante son las relaciones que establecen sus cuatro protagonistas, una trama personal llena de engaños, reproches y orgullos destrozados, esencialmente masculinos, en un guión condensado y de una profundidad sorprendente para una producción de Hollywood con pretensiones comerciales. Closer aborda desde una perspectiva madura e inquietante los problemas de pareja, los celos, las dudas y las pasiones de dos hombres y dos mujeres que entrecruzan sus vidas a través de un diálogo muy cuidado aunque a veces resulte Áspero, duro y sombrío. Quizás sea eso lo que le dé realismo a la obra, no hay tapujos, el deseo y la lujuria por un lado y el dolor, el odio y la rabia del que se siente engañado aparecen retratados de una manera brutal. Y viéndola como espectador sentí que no era posible mantenerse al margen de una historia universal, de las dudas y los temores de unos personajes en los que era difícil no sentirse reflejado. Sin embargo sentí que la actitud de los personajes masculinos cuando se saben engañados, sus ansias por conocer todos los detalles de esa infidelidad, los más escabrosos y duros, era una actitud estéril y dañina. Porque escuchar de los labios de las mujeres cómo, cuando y dónde de sus relaciones adúlteras no sirve para intentar entender el porqué y sólo trae consigo más dolor y acaba generando más odio. Yo también tengo fama de curioso, de cotilla incluso, en cierto modo no podía haber escogido mejor mi trabajo porque me pagan por indagar, descubrir que hay detrás del comportamiento de los individuos cuando compran, cuando deciden una marca o valoran una campaña publicitaria. Sin embargo hay cosas que he preferido o que no me he atrevido a preguntar porque sólo imaginar la respuesta, la más terrible, la que sospechas como verdadera siento como ardo por dentro de rabia y como se me contrae el estómago. Y es que imagino que una vez que tienes la confirmación de lo que hasta entonces no era más que una sospecha, una vez escuchas la sentencia condenatoria no hay manera de volver atrás, a partir de ese momento toca aprender a vivir sabiendo que te han sido infiel al menos una vez. Una sola frase basta para que la confianza en el otro se evapore, la mayor parte de las veces irremediablemente y lo que es peor, para que también desaparezca la confianza en uno mismo, la seguridad de que uno es lo suficientemente bueno como para retener a ese al que quieres a tu lado, lejos de las tentaciones de un mundo plagado de ellas y ajeno a esa búsqueda que en realidad no se detiene jamás, a esos ojos escrutadores que buscan lo que desean y desean lo que ven. He visto a muchas personas sentir la inseguridad en sus carnes, a individuos excepcionales y seres maravillosos dudar de su capacidad para sentirse a la altura de los demás por culpa de una infidelidad demasiado dolorosa, de un engaño que nunca han podido o sabido curar del todo. Por eso en aquellas ocasiones en las que he tenido dudas he preferido no indagar demasiado, para no herirme innecesariamente he optado por mirar a otro lado si sólo había leves sospechas más propias de los celos que de la existencia de evidencias muy claras. Sólo una vez consulté los mensajes de un móvil que no era mío devorado por las dudas y las sospechas para leer en una bandeja de entrada plagada de mensajes un par de ellos que casi me destrozan, propuestas ilícitas a alguien que entonces significaba demasiado en mi vida. No quise leer sus respuestas en la bandeja de salida, no quise o no pude, preferí confiar y creer que eran propuestas que había rechazado y nunca se lo dije, culpable de haber leído algo que no me pertenecía, de haberme inmiscuido en una parcela de su intimidad, de haber sospechado y dudado de su palabra. Esa duda me ha perseguido desde entonces pese a que ya forma parte de un pasado lejano y sin ninguna continuidad en el presente. Pese a todo creo que el pasado pasa factura en mi vida actual en forma de celos absurdos y de reproches a quien no se lo merece. Ayer recordé como me decías que lo que menos te gustaba de mi era que no tenía la seguridad de gustar a los demás, de ser lo suficientemente bueno. No había sido consciente de eso pero quizás necesite volver a creer en mí mismo antes de poder confiar en ti, quizás debería poner orden en mí mismo antes de enfrentarme a un proyecto que nos pertenece a ambos o tal vez puedas ser el bálsamo que necesite para curar las heridas de un pasado que no ha cicatrizado del todo. Puede que sea pedirte demasiado, hay cosas a las que uno debería tener que enfrentarse a solas antes de correr el riesgo de dar un paso en falso. Quizás sea demasiado tarde y vamos a tener que sufrirlo junto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La canción me encanta, la película me fascina. Y sí, como dice Sabina, cada vez son más tristes las canciones de amor, por eso, en ocasiones no puedo escuchar algunas canciones.