3 de abril de 2006

Señales

Siempre he tendido a buscar señales en todo lo que me rodea, intento encontrarlas en los hechos más cotidianos, señales que me sirvan de guía, que me digan cual es el camino que debo seguir porque son muchas las ocasiones en las que me siento perdido, sin rumbo fijo, con el ralentí puesto y dejándome llevar sólo por la inercia, por la monotonía de los días que pasan sin que nada nuevo suceda y sintiendo que a veces me devora el vacío mientras cumplo día a día, sin cuestionarme y como un robot las obligaciones que me he impuesto. En cierto modo siempre he creído que tenemos un camino marcado y que el destino se encargaba de ponernos en ese camino mil y una pruebas para ir madurando poco a poco. Siempre he pensado que todo tenía un sentido, incluso lo más terrible que me ha pasado tenía su razón de ser: esencialmente aprender y valorar algunas cosas que daba por supuestas. Supongo que porque no he tenido la desgracia de perder a un ser querido o sufrir una pérdida irreparable, imagino que en ese caso encontrar el sentido a un dolor tan inmenso ha de ser una labor titánica. Llamadle destino, Dios o una mano oculta que todo lo guía pero siempre he creído en una especie de mundo espiritual, paralelo a este en el que nos movemos y que decide muchas cosas de nuestra vida. Una especie de ángel de la guarda que cuida de nosotros sin que nos demos cuenta. Quizás porque de este modo eximo de mi conciencia la culpa de muchos acontecimientos que han sucedido en mi vida, asumiendo que han ocurrido porque estaban inevitablemente escritos con polvo de estrellas en la inmensidad del firmamento desde que el universo existe y no porque me hubiese equivocado, sino porque el destino había decidido por mí que no había llegado mi hora. Y es que al final siempre he intentado buscar explicación a todos los acontecimientos más relevantes de mi vida dentro de esa dinámica. De hecho si uno quiere encontrar señales resulta bastante sencillo, sólo hace falta estar atento para confundir el azar, la casuística con acontecimientos que tienen un sentido predeterminado. Si un sábado noche decido salir a pasear por el barrio sin muchas expectativas y sin planes de antemano y me encuentro por casualidad cuando paso por la parada de bus que llega un autobús cuando a esas horas pasan cada media hora y decido cogerlo y salir sin haberlo planeado, si además ese día conozco a alguien que me gusta y conectamos es normal, dentro de esa dinámica, que piense que ha sido el destino, que estaba marcado que le acabase conociendo y que tiene que ser el definitivo, sin duda. Es un ejemplo de los miles de los que podría hablar, un ejemplo verídico. También es verdad que siempre he sido algo espiritual, supongo que las raíces gallegas también le marcan a uno "porque meigas haberlas hailas" como dice el refrán. De hecho fue una meiga, una echadora de cartas la que le dijo a mi madre una vez que yo, su hijo mediano, tenía un componente espiritual muy desarrollado y creo que no se equivocó pese a que cuando me lo dijo no pude menos que tomármelo a guasa. Además siento que va cada vez a más, no sé como explicarlo pero últimamente me emociono con mayor facilidad, necesito estar solo más tiempo para seguir dándole vueltas a mi cabeza y este blog donde doy rienda suelta a mi yo interior se ha convertido de pronto en mi mejor confidente y amigo. Igual es la primavera, los últimos acontecimientos de mi vida que se amontonan de golpe y por sorpresa y ante los cuales no sé cómo reaccionar o igual es que este cambio, evolución o cómo quieran llamarle ha venido para quedarse y debo acostumbrarme a ser un bicho raro, más vulnerable aún, más perdido y más hastiado de la frivolidad que nunca, esa frivolidad en la que me he regodeado en tantas ocasiones y a la que a en ocasiones aún me dejo llevar. Pero últimamente estaba falto de señales, las buscaba como siempre las busco pero sin demasiado éxito y me sentía huérfano, perdido sin ellas, y lo peor, carente de ilusión porque no veía un camino claro que seguir, ni nada que me indicase que estaba haciendo lo correcto. Y tuvo que ser un amigo al que vi hace poco y con el que no quedo con mucha frecuencia el que me dijo algo que me ha hecho reflexionar. Le conté que me costaba ilusionarme, que había conocido mucha gente últimamente pero ninguna había conseguido alcanzar ese punto en el que uno empieza a sentir que puede plantearse el principio de algo. Fue él quien me dijo que para ilusionarse uno a veces tiene que poner algo de su parte, que la ilusión no nace sola sino que como todo en esta vida hay que ir trabajándola poco a poco. Fue entonces cuando me di cuenta que había estado a la defensiva, que había puesto más pegas de las debidas, empeñado como estaba en protegerme con una especie de fortaleza inexpugnable para no tener que volver a sufrir un desengaño, porque prefería vivir la seguridad de la apatía y la tranquilidad que da la estabilidad, la monotonía y lo previsible antes que arriesgarme de nuevo. Que las señales no son más que espejismos en ocasiones y que merece la pena dejar un flanco débil en esa fortaleza en la que nos empeñamos en refugiarnos para dar la oportunidad de que nos conquisten de nuevo aunque suponga asumir de nuevo el riesgo de un amor no correspondido, la agonía de una espera y la duda de una pasión que incluso quema, se retuerce y se encoge por dentro.

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