30 de octubre de 2009

Cerezos en primavera

El otro día le decía a un amigo al que, curiosamente, apenas conozco que sentía que el mundo había perdido la magia. Siempre tiendo a hacer esas confesiones a gente con la que no me une un vínculo especial fraguado en años de vivencias compartidas, tal vez me siento más cómodo si el que tengo al lado apenas me conoce y tal vez tome en broma esas afirmaciones que parecen más un comentario jocoso que una observación que ha acabado por hacerse real para invadirme y llenarme de cierta melaconlía. Y es que todo últimamente me parece vulgar, soez, sucio y terriblemente mezquino. Y me cuesta acostumbrarme a un mundo que se me aparece ante los ojos como tristemente ordinario. Ha sido un año complicado, es cierto, perdí mis dos batallas, lo supe definitivamente en septiembre aunque lo intuía ya en agosto. Esta vez no por diversificar alcancé la gloria aunque para mi propio asombro las heridas fueron escasas y de poca gravedad. Hubo derrota de todos modos. Al menos la seguridad en mi mismo salió indemne, fui un cobarde que arriesgó muy poco y eso, por una vez en la vida, me salvó. Pero la falta de objetivos de la vuelta al cole tras mis vacaciones tardías, la sensación de vacío que eso me deja y el hastio con el que he acumulado eventos y viajes de trabajo me han vuelto irascible y lo noto. Demasiados compromisos acumulados y poco tiempo para mi. Lo suficiente en cualquier caso para darme cuenta de la terrible sequía por la que pasa mi cama, ni un solo día de los que ha tenido este año que encara ya su recta final he dormido acompañado, ha habido sexo, tampoco mucho en cualquier caso, pero sólo puras pulsiones físicas resueltas sin siquiera un desayuno compartido, ni un buenos días tras un sueño conciliador, aunque quedase en sólo eso, en esas noches que no pasan de ahí. Lo peor es que tampoco hay perspectivas de mejora. Pero tampoco veo magia a mi alrededor y eso es lo que me extraña. Todo resulta excesivamente superficial y banal pese a que he tenido dos bodas este mes y eso debería haberme emocionado. Sólo lo logró la última, quizás porque veía más verdad en los novios que en la primera donde todo parecía fruto de un capricho escasamente meditado. Seguro que me equivoco, me falta la ilusión y eso influye. Fue de hecho ese amigo recién descubierto al que le descubrí mi secreto el que me dijo que la magia ahí estaba y que tenía que fijarme más para encontrarla y mientras me lo decía yo me perdí por un segundo en el brillo extenuante de sus ojos infinitos. Tal vez tenga razón pero anhelo el día en el que alguien me diga parafraseando el discurso que les leí a los novios de la última boda a la que acudí, y a Neruda, dueño y señor de este verso: quiero hacer contigo lo que la primavera hace a los cerezos.

No hay comentarios: