1 de junio de 2008

El día más feliz de tu vida

Dijiste que fue una boda triste y es verdad que una ligera melancolía invadía de algún modo el ambiente: el día gris, el carácter íntimo del evento con apenas 40 invitados y la ausencia de una verdadera pista de baile donde desatar los ánimos danzarines de los invitados no ayudaron demasiado a darle un tono más alegre a un evento que de por sí suele ser vital y distendido. Me cuesta creer como me dijiste que en realidad la familia estaba allí disimulando que hubiesen preferido otra cosa para sus dos hijos, algo más convencional, no tan llamativo como dos hombres saliendo del ayuntamiento de una localidad del extrarradio madrileño recién casados bajo cientos de granos de arroz volando a sus cabezas mientras un sonoro "viva las novios" se dejaba oír por los invitados congregados a la salida. Me consta que la gente que por allí pasaba nos miraba sorprendidos de la escena, atípica, extraña y un tanto moderna. Y allí estaban juntas dos familias españolas más, como cualquier otra, sin otra modernidad aparente que el ver como los que se unian eras dos personas del mismo sexo, dos hombres que se quieren y que han decidido formar un hogar. Pese a la frialdad de las ceremonias civiles logré emocionarme. Sin embargo y pese al alcohol que en estas celebraciones uno acaba ingiriendo había una extraña tristeza en todo. Quizás fuese una impresión mía, todos parecían estar disfrutando del evento, puede que en realidad estuviese viéndome reflejado en ellos, consciente de que muchos pasos tengo que dar aún en la vida para poder llegar a verme en esta tesitura y no lo digo porque antes tendría que encontrar con quién, cosa complicada en cualquier caso sino porque no veo a mi familia asumiendo con la tranquilidad de estas dos familias la situación que había allí reunido a hermanos, abuelos, padres, tíos... con sus mejores galas. Mi madre ya me dijo en su día que no quería una boda con la excusa de la anticuado de la institución y creo que aunque no lo confesase en realidad quería pedirme que no la obligara a ponerme en la situación de tener que explicar a nadie con quién me casaba. De hecho y para evitar de nuevo sacar el tema hoy al ir a comer con ellos como todos los domingos no le mencioné quienes se casaban, sólo le conté que había estado en una boda sin más. Puede que eso explicara porque estaba tan arisco, porqué acabamos cabreados el uno con el otro y porqué no mostré ningún signo de arrepentiemiento al irme, en realidad la estoy culpando de no ser lo suficientemente valiente para hacer como esas dos madres que dan la cara y asumen lo que sus hijos quieren y sienten y les acompañan en el día más feliz de sus vidas. Desde aquí os deseo a los dos mucha felicidad, la tenéis bien merecida por vuestro coraje y el de vuestras familias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y qué es una boda, si no compartir tu felicidad con los de tu alrededor, con los que te quieren?
Desde el comienzo de la humanidad, todo acontecimiento importante en la vida ha ido acompañado de un ritual, una celebración, una fiesta. Cuando uno decide casarse, decide una compañía, un hogar, una familia, un compromiso. Y todo eso despierta las ganas de celebración y de airear tu felicidad a los cuatro vientos.(Ahi, es donde quizá falle la actitud gay, todavía no hay huevos para airear y decir: sí, soy feliz así y además no me da verguenza hacerte testigo de ello)
Seguramente, el día que tu madre te vea feliz, verdaderamente feliz con otra persona, estará también orgullosa de celebrarlo junto a tí, creélo.

Anónimo dijo...

La verdad es que es un punto, a ver si poquito a poco...